«Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum» — «Lo que he escrito, he escrito» (Jn 19,22)
1. Una tabla que provoca incomodidad desde el Calvario
En la historia de la Pasión de Cristo, hay un elemento aparentemente secundario que ha generado tanto debate como el mismo leño de la Cruz: el Titulus Crucis, la tabla que Pilato ordenó colocar sobre la cabeza de Jesús.
San Juan lo narra así:
«Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz. Estaba escrito: Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos» (Jn 19,19).
No se trataba de un gesto piadoso, sino del motivo de la condena. Según la costumbre romana, el delito se exhibía públicamente para que todos comprendieran la sentencia. Sin embargo, en este caso, la inscripción no describía un crimen, sino que proclamaba —sin querer— una verdad eterna.
2. Tres idiomas, una sola afirmación
El Evangelio añade un detalle único:
«Estaba escrito en hebreo, en latín y en griego» (Jn 19,20).
- Hebreo: Lengua sagrada del pueblo de la Alianza. Evoca la Ley, los Profetas y la promesa mesiánica. Para los judíos, la frase era una afirmación directa de que Jesús era el Mesías esperado, aunque la intención de Pilato fuera otra.
- Latín: Lengua del Imperio. Representa la autoridad política y militar de Roma. Allí, la inscripción significaba que Jesús era un pretendiente real, un rival del César.
- Griego: Lengua de la cultura y el comercio. Era el idioma internacional del pensamiento. En griego, la frase se dirigía a todo el mundo civilizado.
Esta triple inscripción tiene un sentido profundo: Cristo es Rey para todos los pueblos, culturas y épocas. Desde el madero, su mensaje quedó sellado en las lenguas que representaban la religión, el poder y la sabiduría humana.
3. El conflicto en Jerusalén: “Cambia el texto”
Los sumos sacerdotes, al leer la inscripción, reaccionaron con indignación:
«No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Este dijo: Soy el Rey de los judíos’» (Jn 19,21).
Aquí nace el conflicto. Para ellos, la frase en presente y afirmativa equivalía a reconocer que la acusación era verdadera. Querían transformar una proclamación en un simple testimonio de las palabras de un condenado. En otras palabras: buscaban relativizar la verdad.
La respuesta de Pilato es seca, casi profética:
«Lo que he escrito, he escrito» (Jn 19,22).
En el plano humano, Pilato actúa con orgullo y obstinación; en el plano divino, su negativa a cambiar el texto se convierte en un sello providencial. Lo que debía ser una burla o una causa legal se transforma en una proclamación mesiánica y universal.
4. El conflicto actual: ¿Reescribir a Cristo?
La tensión que se vivió en el Calvario sigue viva hoy. En muchos ámbitos culturales, mediáticos e incluso académicos, se intenta “reescribir” a Cristo:
- Presentarlo solo como un maestro moral, no como Rey y Señor.
- Reducir su mensaje a un patrimonio cultural, despojándolo de su carácter divino.
- Adaptar su figura a ideologías de turno, quitándole lo que incomoda.
El Titulus Crucis nos desafía a mantener intacta la proclamación original: Jesús es Rey, no solo de un grupo o un tiempo, sino de toda la humanidad y de toda la historia.
5. La paradoja del pigmento: lapislázuli y realeza divina
Aunque el Evangelio no describe los colores de la inscripción, algunos estudios artísticos y tradiciones medievales señalan el uso de pigmentos preciosos como el lapislázuli para realzar inscripciones sagradas. El lapislázuli, de azul intenso, era símbolo de cielo, eternidad y gloria divina (cf. Ex 24,10).
Si la inscripción de condena se hubiera resaltado con este color, la ironía sería absoluta: el mundo pretendía humillar, pero el color proclamaba realeza celestial. En términos teológicos, esto ilustra cómo Dios reviste de gloria lo que el mundo cree derrotado.
6. Claves pastorales para vivir el Titulus hoy
- Confesar públicamente
No basta con creer en privado. El triple idioma del Titulus nos recuerda que la fe debe ser proclamada en todos los ámbitos de la vida. - Resistir la reescritura
Igual que Pilato se negó a modificar la inscripción, el cristiano debe permanecer firme ante la tentación de suavizar o adaptar la verdad del Evangelio. - Reconocer la universalidad de Cristo
La realeza de Jesús trasciende culturas y fronteras. Acogerlo como Rey implica abrirnos a todos los pueblos. - Transformar la humillación en gloria
Así como la cruz se convirtió en trono, nuestras pruebas pueden ser ocasión para manifestar el señorío de Cristo.
7. Conclusión: “Quid scripsi, scripsi”
La tabla del Titulus Crucis es más que un vestigio arqueológico. Es una profecía escrita por manos humanas y sellada por la Providencia. Su triple inscripción nos recuerda que Cristo no es solo un personaje histórico, sino Rey eterno. Y su conflicto en Jerusalén sigue resonando hoy, porque aún hay quienes quieren matizar su mensaje.
Ante esa tentación, la respuesta de Pilato —incluso desde su indiferencia— es un llamado a la fidelidad:
«Lo que he escrito, he escrito».
El cristiano que vive esta verdad se convierte en un “titulus vivo”: un testimonio que, con su vida, proclama sin miedo y sin modificaciones que Jesús es el Rey de reyes.