No me toques… pero tócame: El misterio entre María Magdalena y Tomás, y la fe que nos transforma

Introducción: Un misterio que interpela el corazón

Dos escenas evangélicas nos conmueven profundamente en el tiempo pascual: María Magdalena ante el sepulcro vacío, y Tomás el apóstol enfrentando la incredulidad. En ambas, Jesús resucitado aparece de forma inesperada, y en ambas surge un misterio: a María, Jesús le dice “No me toques” (Jn 20,17), y a Tomás le dice “Trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20,27).

¿Por qué esta aparente contradicción? ¿Por qué a una mujer llena de amor se le niega el contacto y a un incrédulo se le permite tocar lo sagrado? En estas dos escenas aparentemente opuestas se encierra un mensaje profundo y actual para cada uno de nosotros: el modo en que Jesús resucitado se deja encontrar no es uniforme, sino personalizado, pedagógico y espiritual. Hoy, en una sociedad fragmentada por dudas, heridas y búsquedas, estas palabras de Cristo siguen resonando con fuerza para ti y para mí.

Este artículo busca explorar este misterio con profundidad teológica y sencillez pastoral. Vamos a desentrañar su contexto, su significado y cómo puede transformar nuestra manera de vivir la fe, de acercarnos a Dios y de tocar —o dejarnos tocar— por el Resucitado.


I. El encuentro de María Magdalena: lágrimas, amor y un «No me toques»

El texto

“Jesús le dijo: No me toques, porque todavía no he subido al Padre. Pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.” (Juan 20,17)

María Magdalena, conocida como la apóstol de los apóstoles, fue la primera en ver al Resucitado. Ella que había amado tanto, llorado tanto, esperado tanto… ahora ve a Jesús y quiere abrazarlo, aferrarse a Él. Pero Jesús le dice: “No me toques” —en griego mē mou haptou, literalmente “deja de agarrarme”.

Este «no tocar» no es un rechazo ni una frialdad. Es una enseñanza.

El sentido teológico

Jesús está diciendo a María: “Ya no puedes relacionarte conmigo como antes. He resucitado. La relación debe ser nueva: ya no física, sino espiritual, eucarística, eclesial.”

En otras palabras, María no puede “retener” a Jesús como si pudiera poseerlo. Su amor necesita purificarse, madurar. Ya no basta con un Jesús “cercano” al estilo humano. Ahora es el Cristo glorioso, presente de modo sacramental y universal.

Este pasaje nos enseña que muchas veces nos aferramos a imágenes de Dios que ya no nos sirven. Queremos que Dios sea como antes, que actúe como lo hacía, que nos consuele como en otro tiempo. Pero Dios nos invita a una fe más profunda, más libre, más confiada.


II. El encuentro con Tomás: duda, heridas y un “Tócame”

El texto

“Luego dijo a Tomás: Acerca aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente.” (Juan 20,27)

Ocho días después, Jesús aparece de nuevo. Esta vez está Tomás, el apóstol que se había negado a creer sin pruebas. Jesús no lo reprende, sino que se adapta a su fragilidad. Le ofrece justamente lo que pedía: tocar, ver, comprobar.

El sentido teológico

En Tomás vemos representada la fe moderna, racionalista, que busca pruebas, que se resiste a lo invisible. Jesús no lo condena, pero le muestra que la verdadera bienaventuranza no está en tocar, sino en creer sin ver: “Bienaventurados los que no han visto y han creído” (Jn 20,29).

Jesús permite a Tomás tocarlo porque sabe que, para algunas almas heridas o escépticas, el camino hacia la fe necesita un contacto más cercano, más sensible. El Señor se hace vulnerable, mostrando sus llagas gloriosas, porque quiere ser tocado en su humanidad herida, allí donde muchos hoy necesitan pruebas del amor.


III. Dos pedagogías divinas, una sola intención: transformarnos

En estas dos escenas, Jesús actúa de modo opuesto, pero con una misma intención: guiar el corazón humano a una fe madura.

  • A María, que ama, pero todavía con un amor demasiado humano, le enseña a elevarse.
  • A Tomás, que duda, le enseña que su fe puede nacer desde la herida.

Esta es una gran lección para nosotros: Dios no se revela a todos del mismo modo. Algunos lo encuentran en la consolación; otros, en la ausencia. Algunos sienten su presencia; otros, lo buscan en el silencio. A veces Jesús nos dice “no me toques” —cuando quiere que caminemos por la fe y no por los sentimientos. Y otras veces nos dice “tócame” —cuando sabe que necesitamos consuelo, confirmación, cercanía.


IV. Aplicaciones prácticas: ¿Cómo vivir esto hoy?

1. Discierne tu momento espiritual

Pregúntate: ¿Estoy en un momento donde Jesús me dice “no me toques”, para que crezca en fe sin apoyos sensibles? ¿O me está diciendo “tócame”, invitándome a descubrirlo en su humanidad sufriente?

Ejercicio práctico: Haz un examen de conciencia espiritual. ¿Me aferro a un Dios que ya no se manifiesta así? ¿Estoy abierto a nuevas formas de encuentro: adoración, silencio, servicio, comunidad?


2. Busca a Cristo en sus nuevas formas de presencia

Jesús resucitado ya no está físicamente en Palestina. Hoy se deja encontrar en la Eucaristía, en la Palabra, en el hermano que sufre.

“Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40)

Guía práctica:

  • Eucaristía: ¿Cómo participo? ¿Desde la fe o desde la costumbre?
  • Lectura orante de la Biblia (Lectio Divina): ¿Le permito hablarme en su Palabra?
  • Servicio al prójimo: ¿Reconozco sus llagas en los pobres, los enfermos, los tristes?

3. Acepta la pedagogía divina: fe en crecimiento

Como María y Tomás, debemos aceptar que Dios nos educa en la fe. A veces retira su presencia sensible para que crezcamos. Otras veces nos muestra sus llagas, para que sanemos.

“Porque caminamos por fe y no por vista” (2 Cor 5,7)

Consejo pastoral: No desesperes si no “sientes” a Dios. La fe no es un sentimiento, sino una decisión. Permanece fiel. El Resucitado se manifiesta cuando menos lo esperamos.


V. El camino espiritual entre María y Tomás

María: la fe que ama y necesita purificarse

Tomás: la duda que se transforma en fe madura

Ambos pasaron de una relación física con Jesús a una relación espiritual y eclesial. Ese es también nuestro camino. Hoy no podemos tocar a Jesús con nuestras manos, pero podemos tocarlo con la fe, con el corazón, con la obediencia, con el amor.


Conclusión: “Dichosos los que creen sin haber visto”

Las palabras de Jesús a María y a Tomás no se contradicen: se complementan. Él nos llama a una fe viva, profunda, personal. Una fe que no se aferra a lo viejo, ni se hunde en la duda, sino que se deja transformar por la Pascua.

Hoy, Cristo Resucitado te dice:

  • “No me toques… aún tengo más que mostrarte.”
  • “Tócame… porque en tus heridas estoy también yo.”

En esta Pascua y más allá, dejemos que el Señor nos guíe, como a María y a Tomás, de la nostalgia a la adoración, de la duda a la entrega, de la búsqueda al encuentro.


Oración final

Señor Jesús resucitado,
enséñame a tocarte con la fe,
a no aferrarme a lo que ya fue,
y a reconocer tu presencia viva en mi historia.
Como María, que mi amor se purifique.
Como Tomás, que mi duda se transforme.
Amén.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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