La Concupiscencia: Entendiendo la Lucha Interna que nos Conduce a Dios

La concupiscencia, un término poco conocido fuera del ámbito teológico, es un concepto central en la tradición cristiana. Proviene del latín concupiscentia, que significa «deseo desordenado». Aunque puede parecer un término distante o abstracto, su significado y relevancia están profundamente arraigados en nuestra experiencia diaria. Este artículo busca iluminar qué es la concupiscencia, cómo afecta nuestra vida espiritual y cómo podemos convertir esta realidad en una oportunidad para crecer en santidad.


1. ¿Qué es la Concupiscencia?

La concupiscencia se refiere al desorden de los deseos humanos como consecuencia del pecado original. Según la enseñanza de la Iglesia, aunque el Bautismo borra el pecado original, las heridas que dejó en nuestra naturaleza permanecen. Una de estas heridas es precisamente la concupiscencia: esa inclinación al pecado que todos experimentamos.

San Pablo, en su carta a los Romanos, describe esta lucha interna de forma magistral: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rom 7,19). Este conflicto interno es una de las manifestaciones más evidentes de la concupiscencia, que no es un pecado en sí misma, pero sí una predisposición hacia él.


2. La visión de Santo Tomás de Aquino sobre la Concupiscencia

Santo Tomás de Aquino, uno de los mayores teólogos de la historia de la Iglesia, profundizó en el concepto de la concupiscencia en su obra maestra, la Suma Teológica. Para él, la concupiscencia es un efecto de la caída del hombre. Según Tomás, antes del pecado original, las pasiones y deseos del hombre estaban perfectamente ordenados por la razón y subordinados a Dios. Sin embargo, tras la caída, esta armonía se rompió.

Tomás distinguía entre dos tipos de concupiscencia: la concupiscencia de los ojos (el deseo desordenado de los bienes materiales) y la concupiscencia de la carne (el deseo desordenado de placeres sensuales). Ambas forman parte de la lucha espiritual del cristiano, pero también, según Tomás, son una oportunidad para ejercitar las virtudes. En su visión, la gracia de Dios no solo nos ayuda a resistir la concupiscencia, sino que también transforma nuestros deseos desordenados en un amor auténtico hacia Dios y el prójimo.


3. Concupiscencia y libertad: ¿Es posible vencerla?

Uno de los errores comunes es creer que la concupiscencia nos condena inevitablemente al pecado. Sin embargo, la doctrina católica enseña que, con la gracia de Dios, podemos resistir estas inclinaciones desordenadas.

La libertad, entendida como la capacidad de elegir el bien, no desaparece con la concupiscencia. Al contrario, esta lucha interna es una invitación a ejercitar nuestra libertad de forma virtuosa. Cada vez que elegimos el bien en medio de la tentación, fortalecemos nuestra voluntad y crecemos en santidad.


4. La Concupiscencia en la Vida Diaria

La concupiscencia se manifiesta en aspectos cotidianos de nuestra vida. Algunos ejemplos incluyen:

  • La búsqueda desordenada de placer: Desde los excesos en la comida o bebida hasta la adicción a las tecnologías, estas actitudes reflejan un deseo de llenar un vacío espiritual con bienes temporales.
  • El materialismo: El deseo de poseer más, ya sea dinero, bienes o estatus, a menudo es una manifestación de la concupiscencia de los ojos.
  • Las luchas en la pureza: En un mundo hipersexualizado, la concupiscencia de la carne encuentra terreno fértil, lo que exige un esfuerzo constante por vivir en castidad.

Estos ejemplos nos muestran que la concupiscencia no es un problema exclusivo de los santos o los teólogos; afecta a todos y cada uno de nosotros.


5. Aplicaciones prácticas para vencer la Concupiscencia

La Iglesia nos ofrece numerosos recursos para enfrentar y transformar esta inclinación desordenada. A continuación, algunos pasos concretos:

  1. Vivir una vida sacramental: La Confesión y la Eucaristía son medios poderosos para recibir la gracia de Dios. La confesión nos ayuda a identificar las áreas donde caemos con más frecuencia, mientras que la Eucaristía nos fortalece para resistir las tentaciones.
  2. La oración: Santo Tomás subraya que sin la gracia de Dios no podemos vencer la concupiscencia. La oración diaria, especialmente el rezo del Santo Rosario, es un escudo poderoso contra las tentaciones.
  3. El ayuno y la mortificación: Estas prácticas, aunque a menudo olvidadas en el mundo moderno, son esenciales para ordenar nuestros deseos y fortalecer nuestra voluntad.
  4. El cultivo de virtudes: Cada virtud tiene un papel en la lucha contra la concupiscencia. La castidad, la templanza, la generosidad y la humildad son especialmente relevantes.
  5. Buscar apoyo espiritual: La dirección espiritual y la comunión con otros cristianos pueden ser un gran apoyo en esta lucha.

6. Relevancia en el Contexto Actual

Hoy más que nunca, la concupiscencia encuentra nuevas formas de manifestarse. Las redes sociales, la publicidad y la cultura del consumo perpetúan un modelo de vida centrado en satisfacer deseos inmediatos. Frente a esta realidad, el mensaje cristiano se presenta como un antídoto liberador.

En un mundo que promete felicidad a través de la acumulación de bienes o placeres, la lucha contra la concupiscencia nos recuerda que la verdadera libertad y plenitud se encuentran en vivir conforme a la voluntad de Dios. Cada acto de virtud es un testimonio de que estamos hechos para algo mucho mayor que los placeres efímeros de este mundo.


7. Una Oportunidad para la Santidad

Lejos de ser una condena, la concupiscencia es una oportunidad para crecer en santidad. Como decía San Agustín: “Dios no permitiría el mal si no fuera lo suficientemente poderoso para sacar de él un bien mayor.” La lucha contra nuestros deseos desordenados nos permite ejercitar nuestra voluntad, depender más de la gracia divina y orientarnos hacia el amor verdadero.


Conclusión: De la Lucha al Amor

La concupiscencia nos recuerda nuestra fragilidad, pero también nos señala hacia la fuente de nuestra fortaleza: Dios. Entenderla desde la perspectiva de Santo Tomás y aplicarla a nuestra vida diaria nos ayuda a transformar una lucha interna en una oportunidad para crecer en amor y libertad.

La clave está en no temer a esta lucha, sino en abrazarla como un camino hacia la santidad. Con la gracia de Dios, el esfuerzo personal y los medios que la Iglesia nos ofrece, podemos vencer las inclinaciones desordenadas y vivir en plenitud la vida que Dios nos ha dado.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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