Introducción: La Ausencia de lo Sagrado
Si entramos en muchas iglesias hoy, encontramos un ambiente amable y acogedor. Las luces brillan con calidez, la música es accesible, las palabras pronunciadas desde el altar buscan cercanía y entendimiento inmediato. Sin embargo, algo parece haberse desvanecido: la sensación de lo sagrado, lo imponente, lo que sacude el alma. Se ha diluido el «mysterium tremendum et fascinans», esa experiencia de lo divino que inspira reverencia y temor, y que era esencial en la liturgia tradicional.
El sentido de lo sagrado en la liturgia católica siempre ha oscilado entre la atracción y el temblor, la proximidad y la distancia. No obstante, en los últimos tiempos, la balanza parece haberse inclinado de forma drástica hacia la cercanía, dejando de lado el «tremendum», es decir, la percepción del misterio divino que nos sobrecoge. ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Por qué es importante recuperar esta dimensión?
El «Tremendum»: El Temor Reverente Ante Dios
El término «mysterium tremendum» fue acuñado por el teólogo luterano Rudolf Otto en su obra Lo Santo (1917). Describía con esta expresión la reacción del hombre ante lo divino: un sentimiento de temor reverente, sobrecogimiento y admiración ante la majestad infinita de Dios.
Esta idea no es nueva. En la Sagrada Escritura, encontramos múltiples ejemplos de este temor reverencial:
- Moisés cubriendo su rostro ante la zarza ardiente porque «no podía mirar a Dios» (Éxodo 3,6).
- Isaías estremeciéndose en la presencia del Señor: «¡Ay de mí, que estoy perdido!» (Isaías 6,5).
- Los Apóstoles cayendo al suelo en el monte Tabor ante la Gloria de Cristo transfigurado (Mateo 17,6).
- San Juan en el Apocalipsis, cayendo como muerto ante la visión del Cristo glorificado (Apocalipsis 1,17).
La Iglesia, consciente de esta realidad, tradujo esta reverencia al ámbito litúrgico. Durante siglos, la liturgia católica estuvo impregnada de signos que evocaban el «tremendum»:
- La arquitectura imponente de las iglesias, elevando la mirada hacia lo trascendente.
- El latín como lengua sagrada, separada del lenguaje cotidiano.
- El canto gregoriano, que transporta el alma a la oración.
- La adoración silenciosa, permitiendo el encuentro personal con Dios.
- La actitud del sacerdote ad orientem, guiando al pueblo hacia Dios.
Estos elementos comunicaban que lo que ocurría en la Misa no era simplemente un encuentro social, sino un acontecimiento sobrenatural: la renovación incruenta del Sacrificio de Cristo en el Calvario.
El Cambio Litúrgico y la Pérdida del «Tremendum»
Con la reforma litúrgica posterior al Concilio Vaticano II, se dio un giro hacia una liturgia más accesible y participativa. Si bien el deseo de acercar al pueblo al Misterio Eucarístico era legítimo, en muchos casos se tradujo en una simplificación que terminó eliminando el sentido de lo sagrado.
Algunos de los cambios que afectaron la percepción del «tremendum» fueron:
- La Desaparición del Latín: El uso exclusivo de las lenguas vernáculas facilitó la comprensión, pero perdió el carácter sacro de la liturgia. El latín actuaba como un velo que recordaba que nos dirigimos a Dios, no a un simple diálogo humano.
- El Abandono del Silencio Sagrado: La Misa tradicional tenía momentos de profundo silencio, especialmente durante el Canon. Hoy, en muchas liturgias, el ruido es constante: diálogos, música contemporánea, aplausos. Se dificulta el recogimiento.
- El Altar convertido en Mesa Comunal: El sacerdote dejó de mirar hacia el Señor (ad orientem) y comenzó a dirigirse a la asamblea. Esto debilitó la idea de que la Misa es, ante todo, un sacrificio ofrecido a Dios y no solo un banquete fraterno.
- La Eliminación de Gestos de Reverencia: Se redujeron las genuflexiones, el incienso, las postraciones y el uso del velo en las mujeres. Con ello, se diluyó la actitud de adoración y respeto ante la Presencia Real de Cristo.
Estos cambios no fueron doctrinalmente incorrectos, pero sí tuvieron un impacto profundo en la percepción del misterio. El resultado fue una liturgia donde la cercanía predominó sobre la trascendencia.
Las Consecuencias Espirituales de la Pérdida del «Tremendum»
Cuando se diluye el sentido de lo sagrado en la liturgia, la fe del pueblo también sufre. Algunas consecuencias de esta pérdida incluyen:
- La disminución del sentido del pecado: Si la liturgia ya no transmite la grandeza de Dios, tampoco resaltará la gravedad del pecado y la necesidad de conversión.
- El descenso en la creencia en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía: Estudios recientes muestran que muchos católicos ya no creen en la transubstanciación. Si la liturgia no comunica que algo asombroso ocurre en el altar, la fe en este misterio se debilita.
- El abandono de la Misa: Si la liturgia se percibe como un evento humano en lugar de un encuentro con lo divino, muchos dejan de verla como algo esencial.
¿Cómo Recuperar el «Tremendum» en la Liturgia?
A pesar de la crisis litúrgica, la Iglesia aún tiene los medios para restaurar el sentido de lo sagrado. Algunas formas prácticas de hacerlo incluyen:
- Revalorizar el Silencio y la Adoración: Fomentar la adoración eucarística y devolver los momentos de recogimiento en la Misa.
- Recuperar Gestos de Reverencia: Volver a la genuflexión, la inclinación profunda y la distribución de la Comunión en la boca.
- Promover la Liturgia Tradicional o Reformas Fieles al Espíritu Sacro: No necesariamente volver al rito tridentino para todos, pero sí restaurar elementos que resalten la sacralidad.
- Formación Litúrgica para el Pueblo y los Sacerdotes: Enseñar sobre la importancia del misterio en la Misa y cómo participar con devoción.
Conclusión: Redescubrir el Rostro Majestuoso de Dios
No podemos reducir el Misterio de Dios a una mera cercanía sin sobrecogimiento. Necesitamos redescubrir el equilibrio entre la familiaridad con Dios y el temor reverencial. Como dijo San Juan Pablo II:
«No podemos perder el sentido del asombro, del estupor sagrado, de la adoración silenciosa ante el misterio eucarístico».
Redescubrir el «tremendum» en la liturgia no es nostalgia ni rigidez, sino una necesidad urgente. El hombre moderno, sumergido en un mundo ruidoso y banal, necesita volver a temblar ante la grandeza de Dios. La liturgia debe ser el lugar donde lo celestial irrumpe en la tierra, donde el alma, con humildad, exclama:
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.»