Una reflexión católica sobre la verdadera ecología, el respeto a la creación y el peligro de idolatrar lo creado
Introducción: La urgencia de hablar con claridad
Vivimos en una época en la que la conciencia ecológica ha ganado, con razón, un lugar prioritario en las agendas sociales, políticas y espirituales. El deterioro del medio ambiente, la contaminación de los océanos, la deforestación, el cambio climático… son realidades que interpelan la responsabilidad humana. Sin embargo, junto a una legítima preocupación por el cuidado del planeta, ha emergido también una corriente de pensamiento cada vez más influyente que podríamos llamar ecologismo radical. Este movimiento va más allá de la buena administración de la creación y, en muchos casos, cae en el error de divinizarla, rozando —y a veces abrazando— el panteísmo.
Desde una perspectiva católica, es urgente trazar una línea clara entre el verdadero cuidado de la casa común, que nace del mandato bíblico de Dios al hombre, y una espiritualidad ecológica confusa que sustituye al Creador por la criatura. Este artículo quiere ser una guía teológica, espiritual y pastoral para discernir, educar y vivir una auténtica ecología cristiana.
1. Fundamento bíblico: Dominar la tierra con responsabilidad
La Sagrada Escritura nos ofrece una clave fundamental para entender la relación del hombre con la creación. En el libro del Génesis leemos:
“Tomó, pues, el Señor Dios al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo cultivara y lo guardara.”
(Génesis 2,15)
Este versículo es esencial. Dios confía al ser humano la creación, no para explotarla sin medida, sino para cultivarla (abad, en hebreo: trabajarla) y guardarla (shamar: protegerla, vigilarla). No se trata de un dominio despótico, sino de una mayordomía responsable. El hombre es guardián, no dueño absoluto.
Pero este rol conlleva una jerarquía clara: el hombre está por encima de los animales, de las plantas y de los elementos naturales, porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,27). La creación no es divina, sino obra de Dios, y como tal debe ser respetada… no adorada.
2. El error del ecologismo radical: la criatura en el lugar del Creador
Uno de los grandes peligros del ecologismo radical es la inversión del orden natural de las cosas. San Pablo lo denuncia con claridad:
“Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén.”
(Romanos 1,25)
Esta advertencia parece escrita para nuestro tiempo. Ciertos discursos ecologistas —aunque nacen de una legítima preocupación— terminan sacralizando la naturaleza. Se habla de la “Madre Tierra” como si fuera una entidad con conciencia propia. Se realizan rituales a los elementos. Se iguala el valor de una planta al de una vida humana. Incluso se invocan energías y espíritus naturales en nombre de una supuesta conexión cósmica.
Esta cosmovisión no solo es ajena al cristianismo, sino contraria a él. Es una forma moderna de neopaganismo y panteísmo, donde todo es dios y dios es todo, negando la trascendencia del Creador. El ecologismo así entendido se convierte en una nueva religión, con sus dogmas, sus liturgias y sus excomuniones culturales para quien no se somete.
3. La auténtica ecología cristiana: Laudato Si’ y la teología de la creación
Frente a los excesos del ecologismo radical, la Iglesia Católica propone una ecología integral, como la presenta el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ (2015), en continuidad con el magisterio de sus predecesores. Esta ecología no idolatra la naturaleza, sino que reconoce su valor como don de Dios y espacio donde se desarrolla la vida humana.
“El pensamiento cristiano ha desacralizado la naturaleza. Pero insistía en que la naturaleza responde a un plan, que ella es expresión de un designio de amor y de verdad.”
(Laudato Si’, n. 235)
San Juan Pablo II y Benedicto XVI ya habían alertado contra una ecología sin Dios, que termina convirtiéndose en una ideología antihumana. El verdadero ecologismo cristiano parte de la contemplación agradecida de la creación como signo del amor de Dios. Cada árbol, cada animal, cada río es un testimonio de la sabiduría divina. Pero ninguno de ellos es Dios.
4. Guía práctica teológica y pastoral: Cómo vivir una ecología cristiana
a) Recuperar el sentido de la creación como don
Todo lo creado es bueno porque ha salido de las manos de Dios. La tierra, el agua, el aire, los animales… son bienes que debemos custodiar con respeto, no porque sean divinos, sino porque son regalos del Creador.
Aplicación práctica: Antes de consumir algo, pregúntate si es necesario. Reduce el desperdicio. Agradece en oración los dones de la naturaleza. Enseña a los niños el respeto por los animales y las plantas, no desde el miedo ecológico, sino desde la gratitud a Dios.
b) Evitar el antropocentrismo despótico… pero sin caer en el anti-humanismo
El ser humano tiene un lugar privilegiado en la creación. No es una plaga ni un virus, como afirman algunos ideólogos radicales. Es imagen de Dios. Pero está llamado a ejercer su señorío con humildad y servicio.
Aplicación práctica: Valora la dignidad humana por encima de cualquier otro ser creado. Defiende la vida humana (nacida y no nacida) como sagrada. Participa en acciones que protejan el medio ambiente, pero sin renunciar a los principios evangélicos.
c) Discernir el lenguaje espiritual del ecologismo
Muchos discursos actuales hablan de “conexión con la Tierra”, “energía del universo”, “sabiduría ancestral de los elementos”… Este lenguaje puede parecer inofensivo, pero esconde una espiritualidad incompatible con la fe cristiana.
Aplicación práctica: Si participas en grupos ecológicos, examina críticamente sus principios. Evita oraciones o rituales que invoquen a la “Madre Tierra” o “espíritus naturales”. Usa un lenguaje cristiano: habla del “Creador”, de “la creación”, de “la Providencia”, no de dioses naturales.
d) Orar con la naturaleza, no a la naturaleza
La creación puede y debe ser un espacio de contemplación espiritual. Muchos santos, como san Francisco de Asís, encontraron en la naturaleza una fuente de alabanza a Dios. Pero nunca confundieron al Creador con la criatura.
Aplicación práctica: Sal a caminar y reza al aire libre. Alaba a Dios por la belleza del mundo. Lee el Salmo 104 o el Cántico de las Criaturas de san Francisco. Enséñales a los más pequeños a bendecir a Dios por cada flor, cada pájaro, cada atardecer.
5. Conclusión: Restaurar el orden del amor
San Agustín decía que el pecado es el desorden del amor: amar lo que no debe amarse, o amar mal lo que debe amarse bien. El ecologismo radical peca precisamente de esto: ama a la creación desordenadamente, hasta ponerla por encima del Creador.
La fe católica, en cambio, nos invita a amar la creación con orden, con responsabilidad y con esperanza. La tierra es nuestra casa común, pero no nuestro dios. Es un don, pero no un ídolo. Solo cuando pongamos a Dios en el centro, podremos cuidar la creación como verdaderos hijos y no como adoradores de falsos dioses verdes.
Oración final sugerida
Señor Dios,
Creador del cielo y de la tierra,
enséñanos a contemplar tu huella en cada flor y en cada brisa.
Líbranos de idolatrar la obra de tus manos,
y haznos administradores fieles de tu creación.
Que la belleza del mundo no nos haga olvidar tu rostro,
sino que nos impulse a alabarte con todo lo que somos.
Amén.