¿Quién ha subido al cielo y ha bajado? El Hijo en el Antiguo Testamento: Misterio revelado, promesa cumplida

INTRODUCCIÓN

Pocas veces prestamos la debida atención al Antiguo Testamento como testigo silencioso, pero poderoso, de la presencia del Hijo de Dios antes de su Encarnación. Sin embargo, cuando abrimos el corazón a las Escrituras, descubrimos que el Antiguo Testamento no solo habla del Padre Creador y del Espíritu que planea sobre las aguas, sino también de un “Hijo” misterioso, al que muchos pasajes aluden con reverencia y asombro. Uno de los textos más enigmáticos y profundamente teológicos es Proverbios 30, versículos 3 y 4. Su lectura nos lleva a las alturas del misterio divino y, al mismo tiempo, a una cercanía conmovedora con la persona de Cristo, mucho antes de Belén.


1. TEXTO CLAVE: PROVERBIOS 30, 3-4

“No aprendí sabiduría, ni tengo conocimiento del Santo. ¿Quién subió al cielo y bajó? ¿Quién recogió el viento en sus puños? ¿Quién envolvió las aguas en su manto? ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y cuál es el nombre de su hijo, si es que lo sabes?”
(Proverbios 30, 3-4)

Este pasaje, aparentemente escondido en el libro de los Proverbios, es una joya de la revelación progresiva. Se presenta como una pregunta retórica cargada de misterio, una interrogación dirigida a nuestra alma, no solo a nuestra mente. Aquí el sabio Agur, autor de este proverbio, confiesa su ignorancia… pero en ese reconocimiento está sembrada la semilla de la revelación mesiánica.


2. UNA PREGUNTA PROFÉTICA: “¿CUÁL ES EL NOMBRE DE SU HIJO?”

En el Antiguo Testamento, el concepto de “Hijo de Dios” no era plenamente revelado, aunque aparecen múltiples anticipaciones, sombras y figuras: Isaac, hijo de la promesa; David, el rey adoptado por Dios; Salomón, el sabio. Sin embargo, ninguno de ellos puede decir con verdad: “Yo subí al cielo y bajé”. Sólo uno puede: el Verbo eterno hecho carne, Jesucristo.

Jesús mismo, en el Evangelio de Juan, retoma esta idea:

“Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo”
(Juan 3, 13)

Aquí se cumple lo que Proverbios apenas vislumbra. El Hijo mencionado en el Antiguo Testamento no es otro que el Hijo Eterno del Padre, la Segunda Persona de la Trinidad, que estaba con Dios desde el principio y que se manifestaría plenamente en la plenitud de los tiempos.


3. DIMENSIÓN TEOLÓGICA: LA PREEXISTENCIA DEL HIJO

La teología cristiana afirma con claridad que el Hijo de Dios no comenzó a existir en la Encarnación, sino que es eterno, “engendrado, no creado”, como proclamamos en el Credo.

Los Padres de la Iglesia veían en este pasaje de Proverbios una prueba implícita de la Trinidad, especialmente de la existencia del Hijo junto al Padre antes de la creación. San Atanasio, San Gregorio Nacianceno y otros autores patrísticos hacían referencia a estas palabras para mostrar que la idea de un Hijo Divino no es ajena al Antiguo Testamento, sino velada, escondida en el lenguaje poético y sapiencial.

La pregunta final del texto —“¿Cuál es su nombre y el nombre de su hijo, si lo sabes?”— parece una provocación espiritual. El sabio reconoce su ignorancia, pero en el corazón del creyente resuena la respuesta: el nombre es Yahvé, y su Hijo es Jesucristo.


4. CRISTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO: MÁS PRESENTE DE LO QUE CREEMOS

No solo Proverbios habla del Hijo. Otras muchas figuras bíblicas anticipan su venida:

  • El Ángel del Señor que guía a Israel y recibe adoración (Éxodo 3).
  • El Hijo del Hombre en las visiones de Daniel (Daniel 7,13-14).
  • La Sabiduría personificada, que estaba junto a Dios en la creación (Proverbios 8), identificada por los Padres con el Logos.

Esto nos lleva a ver toda la Escritura como una historia de amor, una gran carta del Padre a la humanidad donde, desde el inicio, el Hijo aparece en las sombras, preparando el camino para la Luz verdadera.


5. APLICACIÓN PRÁCTICA: ¿Y QUÉ SIGNIFICA ESTO PARA MÍ HOY?

a) Conocer al Hijo es conocer al Padre

Jesús dijo:

“Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14, 9).

Muchos hoy buscan “espiritualidad” o “sabiduría”, pero rehúyen a Cristo. Proverbios 30 nos recuerda que sin conocer al Hijo, no hay verdadero conocimiento del Santo, es decir, de Dios.

b) Reconocer la humildad de nuestra inteligencia

El sabio Agur dice: “No aprendí sabiduría…”. Esa humildad es el primer paso de la verdadera fe. En un mundo saturado de opiniones, información y pseudo-conocimientos, es urgente recuperar el silencio reverente, la actitud del que escucha.

c) Contemplar a Cristo desde el Antiguo Testamento

Leer las Escrituras con una clave cristológica enriquece nuestra fe. Cristo está en todas partes: en el fuego de la zarza, en la roca que brota agua, en la columna de nube… y en la misteriosa pregunta del sabio: “¿Cuál es el nombre de su Hijo?”.

d) Dar testimonio del Hijo en el mundo de hoy

La pregunta de Proverbios no es solo retórica; también es misionera. Hoy, muchas personas no conocen el nombre del Hijo. Nosotros sí. Estamos llamados a anunciarlo con firmeza, con amor y con la autoridad que nace de la fe.


6. UNA CLAVE PASTORAL: ¿CÓMO ENSEÑAR ESTO EN LA IGLESIA?

Este texto es ideal para:

  • Catequesis de adultos, mostrando la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
  • Charlas de formación bíblica, resaltando la unidad de la Revelación.
  • Meditación personal, como ejercicio de lectio divina.
  • Evangelización de personas alejadas, que buscan espiritualidad pero no han encontrado al Hijo.

Recordemos que muchos buscan al “Dios universal”, al “Padre creador”, pero rechazan o ignoran al Hijo. Sin Él, todo queda en sombra.


7. CONCLUSIÓN: EL NOMBRE DEL HIJO YA LO SABEMOS

El sabio preguntó: “¿Cuál es su nombre y el nombre de su hijo, si lo sabes?”.
Hoy nosotros podemos responder con alegría, con certeza y con fe:

“Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mateo 16, 16).

Él es quien subió al cielo y bajó.
Él es quien recogió el viento en sus manos.
Él es quien envolvió las aguas en su manto.
Él es quien estableció los confines de la tierra.
Él es quien nos dio a conocer al Padre.
Y Él es quien vendrá otra vez con poder y gloria.


ORACIÓN FINAL

Señor Jesús, Hijo eterno del Padre,
Tú estabas en el principio con Dios
y todo fue hecho por Ti.
Enséñanos a reconocerte en las Escrituras,
a adorarte como Dios verdadero
y a anunciarte como Salvador del mundo.
Que nuestras palabras, obras y pensamientos
proclamen con valentía
que Tú eres el Hijo mencionado desde antiguo,
el Alfa y la Omega,
el que era, el que es y el que vendrá. Amén.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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