Sacrilegios en las iglesias: El asalto silencioso a lo sagrado ¿Hasta cuándo toleraremos la falta de reverencia?

INTRODUCCIÓN: Un grito desde el silencio de los templos

Entra en una iglesia hoy y detente un instante. ¿Qué ves? ¿Qué oyes? ¿Qué sientes? Para muchos, el templo que debiera ser morada del Altísimo y lugar de recogimiento, parece haber sido tomado por la indiferencia, la banalidad, e incluso la irreverencia. Gente conversando en voz alta, móviles sonando, ropa inapropiada, comuniones dadas con prisa, sagrarios abandonados, y sacerdotes que toleran —cuando no promueven— espectáculos en el presbiterio. ¿Es esto lo que hemos permitido? ¿Hemos olvidado quién habita en ese lugar?

Este artículo es un llamado urgente a despertar nuestras conciencias. No es una simple denuncia. Es una guía espiritual, una mirada profunda —teológica y pastoral— a la realidad de los sacrilegios que se cometen en nuestras iglesias. Y sobre todo, es una invitación a recuperar el sentido de lo sagrado.


1. ¿QUÉ ES UN SACRILEGIO? — Profanación de lo Santo

Etimológicamente, “sacrilegio” proviene del latín sacrilegium, de sacer (sagrado) y legere (tomar, arrebatar). Es, literalmente, “el robo de lo sagrado”. Pero no se trata sólo de un acto material. Es toda acción o actitud que profana, degrada o banaliza algo consagrado a Dios.

La Iglesia distingue entre varios tipos de sacrilegios:

  • Sacrilegio contra las personas: cuando se ataca a los ministros sagrados o a los fieles consagrados.
  • Sacrilegio contra las cosas sagradas: cuando se destruyen, maltratan o se usan indebidamente objetos litúrgicos, reliquias, imágenes, etc.
  • Sacrilegio eucarístico: el más grave de todos, cuando se falta al respeto debido a la Sagrada Eucaristía.

El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice con claridad:

“El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y otras acciones litúrgicas, así como personas, cosas o lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave, sobre todo cuando se comete contra la Eucaristía, pues en este sacramento el mismo Cuerpo del Señor se nos da” (CIC 2120).


2. UNA HERIDA ABIERTA EN EL CORAZÓN DE LA IGLESIA

Desde los primeros siglos, los cristianos sabían que ofender el culto o el Cuerpo de Cristo era algo gravísimo. San Cipriano de Cartago denunció ya en el siglo III a quienes comulgaban en pecado mortal, profanando la Eucaristía. San Pablo fue aún más directo:

“El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 27-29).

Pero hoy —con dolor lo decimos—, el sacrilegio se ha vuelto cotidiano. Y peor aún: tolerado.


3. FORMAS MODERNAS DE SACRILEGIO: EL ENEMIGO INVISIBLE

1. Comunión en pecado mortal

Muchos reciben la comunión sin confesarse durante meses, o incluso años. Ya no se predica sobre el pecado, ni sobre la necesidad de la confesión. La Eucaristía se recibe como si fuera un gesto social, no un encuentro íntimo con el Dios vivo.

2. Comunión en la mano sin reverencia

Aunque autorizada en algunos contextos, la comunión en la mano ha dado lugar a innumerables abusos: partículas que caen al suelo, falta de genuflexión o inclinación, manipulación irrespetuosa del Cuerpo de Cristo… ¿Cómo hemos llegado a esto?

3. Vestimenta y actitudes inapropiadas

Cuerpos semidesnudos, turistas que entran como a un museo, gente mascando chicle o conversando durante la misa… ¿Acaso no creemos en la presencia real de Cristo en el Sagrario?

4. Celebraciones litúrgicas deformadas

Misas con payasos, bailes, experimentaciones litúrgicas, canciones profanas, altares desprovistos de dignidad… ¿Dónde ha quedado el ars celebrandi? ¿Dónde el respeto al Misterio?

5. Sagrarios desplazados o vacíos

En muchos templos modernos, el Sagrario ha sido relegado a una esquina, o incluso a una habitación secundaria. ¡Como si Jesús fuese un objeto decorativo que molesta! ¿Cómo puede eso no herir el corazón del Redentor?


4. EL TRASFONDO TEOLÓGICO: ¿QUÉ ESTÁ EN JUEGO?

La verdadera raíz del problema no es sólo la ignorancia o el descuido. Es la pérdida del sentido de lo sagrado. La crisis litúrgica postconciliar ha generado una visión horizontal de la fe: se prioriza la comunidad sobre el misterio, la espontaneidad sobre el rito, lo humano sobre lo divino.

Y esto tiene consecuencias espirituales enormes.

a) La Eucaristía ya no es el centro

Si no creemos que Cristo está real y verdaderamente presente, todo se desmorona. La fe católica gira en torno a la Eucaristía. Como dijo el Papa Benedicto XVI:

“La crisis de la Iglesia que estamos viviendo es sobre todo una crisis de la liturgia”.

b) La pérdida del temor de Dios

No hablamos de miedo servil, sino del santo respeto que brota de saberse ante la Majestad infinita. Sin ese temor, lo sagrado se vuelve “opcional”, “adaptable”, “banal”.

c) La tibieza espiritual

Cuando se pierde la reverencia, crece la tibieza. Y Jesús fue claro: “A los tibios los vomitaré de mi boca” (Ap 3, 16).


5. ¿QUÉ PODEMOS HACER? — UNA RESPUESTA PASTORAL Y ESPIRITUAL

🔹 1. Recuperar la formación litúrgica y doctrinal

Es urgente enseñar de nuevo qué es la Eucaristía, qué es un sacrilegio, qué significa estar en gracia. Homilías, catequesis, talleres… ¡Volvamos a la raíz!

🔹 2. Revalorizar la confesión frecuente

Todo fiel debería acudir regularmente al sacramento de la Reconciliación. No hay Eucaristía fructuosa sin alma purificada.

🔹 3. Fomentar la comunión en la boca y de rodillas

No por fanatismo, sino por coherencia teológica. Los grandes santos comulgaban así. ¿Por qué no seguir su ejemplo? La reverencia exterior educa la interior.

🔹 4. Custodiar el silencio en los templos

Volver a instaurar el silencio sagrado en las iglesias no es rigorismo: es respeto. El alma necesita recogimiento para escuchar a Dios.

🔹 5. Formar servidores y ministros fieles

Sacerdotes, monaguillos, lectores, sacristanes… todos deben conocer el valor de lo que tocan. La sacralidad no se improvisa.

🔹 6. Ser testigos reverentes

Cada laico puede ser un testimonio vivo. Con su actitud, su modo de vestir, su forma de comulgar, su silencio… puede predicar sin palabras.


6. UNA LLAMADA URGENTE A LA CONVERSIÓN

El verdadero escándalo no es que existan sacrilegios. Es que nos hayamos acostumbrado a ellos. Que ya no nos duelan. Que miremos hacia otro lado. Que callemos por miedo a “incomodar”.

Pero la Iglesia no necesita silencios cómplices, sino voces proféticas. Necesita católicos que ardan de amor por la Eucaristía. Que luchen por devolver a Cristo el lugar que merece. Que defiendan el templo como si fuera su casa —porque lo es—. Que vivan la Misa como si fuera el Cielo —porque lo es—.


CONCLUSIÓN: El celo por tu casa me consume (Jn 2, 17)

Jesús, al ver el templo profanado, no se quedó de brazos cruzados. Con celo ardiente, lo purificó. No por odio, sino por amor. Por el respeto debido al Padre. ¿Y nosotros? ¿Seguiremos indiferentes?

La historia de la Iglesia está llena de santos que derramaron lágrimas —y a veces sangre— por defender lo sagrado. Hoy, esa responsabilidad recae sobre ti y sobre mí. Que no se diga que nuestra generación fue tibia, que calló, que dejó que Cristo fuera despreciado en su propia casa.

¡Despertemos! ¡Reaccionemos! ¡Redescubramos la grandeza de lo sagrado! Porque sólo cuando tratemos las cosas de Dios como lo que son, comenzaremos a vivir de verdad como hijos del Cielo.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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