Introducción: una frase que corta como espada
Jesús no fue ambiguo. En el Evangelio según san Mateo encontramos una de esas frases que no dejan espacio a medias tintas:
«Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero» (Mt 6,24).
Con esta sentencia, Cristo coloca al ser humano frente a un dilema existencial: ¿a quién sirves? ¿Quién ocupa el trono de tu corazón? Dios, con su amor eterno, o el dinero, con sus promesas efímeras de seguridad y poder.
La frase, tan conocida, a menudo se repite sin reflexionar a fondo sobre sus consecuencias. Pero, si la desmenuzamos desde la teología, la historia y la vida cotidiana, descubrimos que es una advertencia de ayer y de hoy, quizá más actual que nunca en esta sociedad consumista y frenética.
1. Contexto bíblico: ¿qué quiso decir Jesús realmente?
Cuando el Evangelio habla de “dinero” (en griego mammon), no se refiere únicamente a las monedas o al billete, sino a la riqueza considerada como un ídolo, como una fuerza que se convierte en competidora de Dios. Mammon no es neutral: representa el riesgo de absolutizar lo material, de poner la confianza en lo que se tiene y no en Aquel que todo lo da.
En la tradición judía ya existía la conciencia de que la riqueza puede ser una tentación. El libro del Eclesiástico advierte: «El dinero y el oro han hecho perder la cabeza a muchos, y han sido su ruina» (Si 31,6). Jesús lleva esta advertencia a su máxima expresión: el dinero no solo distrae, puede convertirse en un verdadero señor, rival directo de Dios.
2. Una mirada histórica: la Iglesia frente a las riquezas
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tenido que luchar contra la tentación de reducir el Evangelio a intereses materiales. Ya los Padres de la Iglesia denunciaban la avaricia como raíz de muchos males. San Juan Crisóstomo afirmaba: «No hacer partícipes a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida».
En la Edad Media, órdenes como los franciscanos nacieron precisamente para recordar al mundo eclesial que la pobreza evangélica es camino de libertad. San Francisco de Asís no rechazaba el trabajo ni la economía, pero entendía que cuando el dinero se convierte en señor, el corazón se encadena.
Hoy, el Magisterio sigue insistiendo en lo mismo. San Juan Pablo II, en Centesimus Annus, advertía del peligro de idolatrar al mercado. El papa Francisco, en Evangelii Gaudium, habla del “dios dinero” como una tiranía moderna que genera exclusión y descarta vidas.
3. Teología de la elección: un solo trono en el corazón
La frase de Jesús tiene un trasfondo profundamente teológico: el corazón humano no admite soberanos compartidos. Servir a Dios implica total confianza, obediencia y amor. Pero servir al dinero significa, en la práctica, confiar más en los bienes materiales que en la providencia divina.
La teología moral nos enseña que no es el dinero en sí el problema, sino el lugar que ocupa. La riqueza puede ser un medio al servicio del bien común o un ídolo que esclaviza. Aquí se cumple lo que san Agustín llamaba ordo amoris (el orden del amor): si amas en exceso lo que es inferior (el dinero), desplazas al Bien Supremo (Dios).
4. Una guía práctica: cómo servir a Dios y no al dinero
4.1. Examen de conciencia económico
- Pregúntate: ¿qué lugar ocupa el dinero en mis decisiones diarias?
- ¿Trabajo solo para acumular o para servir a mi familia y a la sociedad?
- ¿Me angustio más por perder dinero que por perder la gracia de Dios?
4.2. Practicar la confianza en la providencia
- Jesús mismo dijo: «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6,33).
- Esto no significa irresponsabilidad, sino libertad interior: ahorro y previsión sí, obsesión y miedo no.
4.3. La virtud de la pobreza evangélica
- No se trata de renunciar a todo, sino de vivir con sobriedad.
- Revisa tu consumo: ¿necesitas realmente lo que compras?
- Aprende a desprenderte: dona, comparte, ayuda a quien lo necesita.
4.4. Caridad como antídoto contra el dinero-idolo
- La mejor forma de romper el dominio del dinero es entregarlo.
- La limosna, el diezmo, el apoyo a causas solidarias no son solo gestos sociales: son actos espirituales que te liberan.
4.5. Discernimiento en el trabajo y en los negocios
- La ética laboral es clave: no todo lo que da ganancia es lícito.
- Pregúntate: ¿mi forma de trabajar refleja la justicia, la honradez y el respeto a las personas?
5. Relevancia actual: el dinero como nuevo ídolo global
Vivimos en una cultura en la que el éxito se mide en euros, likes y propiedades. El consumo compulsivo, las deudas que esclavizan y la obsesión por la apariencia muestran que mammon sigue vivo y poderoso.
El mundo moderno dice: “vales por lo que tienes”. Cristo responde: “vales porque eres hijo de Dios”. Esta es la gran contracultura del Evangelio.
El dinero promete seguridad, pero no puede detener la enfermedad ni evitar la muerte. Promete felicidad, pero genera insatisfacción. Como dice san Pablo: «La raíz de todos los males es el amor al dinero» (1 Tim 6,10).
6. Conclusión: el secreto de la verdadera riqueza
Servir a Dios no empobrece, enriquece de verdad. La fe, la esperanza y el amor son tesoros que no se devalúan. El dinero puede ser útil, pero nunca será tu salvador.
La gran lección de Jesús es clara: no se trata de demonizar los bienes materiales, sino de ponerlos en su justo lugar. El dinero debe ser siervo, nunca señor.
Y la pregunta final es inevitable: ¿a quién sirves tú?
Oración final sugerida
Señor, líbranos de la esclavitud del dinero.
Haz que sepamos usar lo que tenemos con sabiduría,
que vivamos con corazón desprendido,
y que nunca pongamos nuestra confianza en las riquezas,
sino en tu amor eterno,
que es el único tesoro que no pasa. Amén.