¿Milagros o ciencia? La relación entre lo sobrenatural y el avance científico

La ciencia y los milagros han sido, durante siglos, temas de debate intenso y fascinación. Por un lado, la ciencia, con sus métodos empíricos y su búsqueda constante de respuestas a través de la observación y la experimentación, ha logrado desentrañar muchos misterios del universo. Por otro lado, los milagros, aquellos eventos que parecen desafiar las leyes naturales, continúan siendo para muchos una prueba tangible de la intervención divina. Entonces, ¿cómo se relacionan estos dos conceptos aparentemente opuestos? ¿Es posible armonizar la fe en los milagros con el avance de la ciencia moderna? Este artículo pretende abordar estas preguntas desde una perspectiva católica, explorando cómo la fe y la razón, lejos de estar en conflicto, pueden coexistir y enriquecerse mutuamente.

El concepto de milagro en la tradición católica

Antes de profundizar en la relación entre ciencia y milagros, es fundamental entender qué se entiende por «milagro» desde una perspectiva teológica. La Iglesia católica define un milagro como un hecho extraordinario que no puede explicarse por las leyes naturales y que es atribuido directamente a la intervención divina. Los milagros son considerados signos de la acción de Dios en el mundo, y a menudo se presentan como respuestas a la fe o como manifestaciones del poder de Dios en momentos clave de la historia de la salvación.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: «Los milagros son signos que manifiestan que el Reino de Dios está presente en la persona de Cristo» (CIC 547). A lo largo de los Evangelios, encontramos numerosos relatos de milagros realizados por Jesús: curaciones, exorcismos, multiplicación de panes y peces, la resurrección de los muertos, y su propia resurrección, que es el milagro central del cristianismo.

No obstante, la pregunta clave para muchos creyentes y no creyentes es: ¿cómo se reconcilian estos hechos con el conocimiento científico actual?

La ciencia: búsqueda de la verdad en el mundo creado

La ciencia moderna, tal como la conocemos, tiene sus raíces en la tradición filosófica y cristiana medieval, donde muchos de los primeros científicos eran personas de fe. Ellos consideraban la investigación del mundo natural como una forma de comprender mejor la obra del Creador. Nombres como Nicolás Copérnico, Gregor Mendel (el padre de la genética), y Georges Lemaître (quien propuso la teoría del Big Bang) no sólo eran científicos brillantes, sino también profundamente creyentes.

Desde esta perspectiva, la ciencia no es un antagonista de la fe, sino más bien una herramienta que nos permite explorar y maravillarnos ante la creación de Dios. San Juan Pablo II lo expresó de manera elocuente cuando dijo: «La fe y la razón son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad» (Fides et Ratio, 1).

La aparente tensión entre milagros y ciencia

Entonces, si tanto la fe como la ciencia buscan la verdad, ¿por qué surge la tensión entre milagros y descubrimientos científicos? En primer lugar, es importante reconocer que la ciencia se ocupa de estudiar el mundo natural y sus leyes. Su campo de acción se limita a lo que es observable, medible y repetible. Por tanto, desde una perspectiva científica, un milagro, al ser un evento extraordinario y único, no puede ser verificado o replicado mediante el método científico.

Los escépticos suelen argumentar que, a medida que la ciencia avanza, muchos de los llamados milagros pueden encontrar una explicación natural. Por ejemplo, enfermedades que antes se consideraban incurables y cuyas remisiones espontáneas eran vistas como milagrosas, hoy en día pueden ser tratadas eficazmente gracias a los avances médicos. Esto no significa que los milagros no existan, sino que nuestro conocimiento del mundo ha crecido, y con él, nuestra capacidad de comprender fenómenos antes inexplicables.

Sin embargo, la existencia de explicaciones científicas no anula la posibilidad de que Dios obre milagros. Para los creyentes, Dios es el autor de las leyes naturales y, como tal, puede actuar tanto a través de ellas como más allá de ellas. Un milagro no contradice las leyes de la naturaleza, sino que las trasciende.

Ejemplos contemporáneos de la coexistencia entre ciencia y milagros

Un ejemplo notable de esta interacción entre fe y ciencia es el proceso de canonización en la Iglesia católica. Para que una persona sea canonizada como santo o santa, uno de los requisitos es la verificación de al menos un milagro atribuido a su intercesión, generalmente una curación inexplicable. Para determinar si un milagro es genuino, la Iglesia somete el caso a rigurosos exámenes médicos y científicos. Sólo cuando se ha agotado toda posible explicación natural se considera que la intervención divina es la única explicación plausible.

En muchos de estos casos, los médicos y científicos que participan en el proceso no son necesariamente creyentes, lo que aporta un nivel adicional de objetividad. Sin embargo, ellos mismos a menudo quedan perplejos ante curaciones que desafían todo conocimiento médico actual. Esto refleja una apertura a la posibilidad de que el mundo no puede ser reducido únicamente a lo que podemos observar o medir.

Fe y razón: una relación complementaria

En lugar de ver la ciencia y los milagros como fuerzas opuestas, la teología católica nos invita a verlas como complementarias. La ciencia nos ayuda a entender el funcionamiento del mundo creado, mientras que los milagros nos recuerdan que el Creador de ese mundo es libre de intervenir en él de maneras que superan nuestra comprensión. Como escribió San Agustín: «Los milagros no son contrarios a la naturaleza, sino sólo contrarios a lo que conocemos de la naturaleza».

En este sentido, el verdadero conflicto no está entre ciencia y fe, sino entre una visión reduccionista de la ciencia, que excluye cualquier posibilidad de lo sobrenatural, y una fe que se niega a ver la ciencia como una búsqueda legítima de la verdad. Ambas disciplinas, cuando se practican con humildad y apertura, nos acercan a la verdad última, que es Dios.

El avance científico y la maravilla de la creación

Un punto fascinante es que cuanto más avanza la ciencia, más compleja y maravillosa parece ser la creación. Desde los intrincados detalles de la biología molecular hasta la vastedad insondable del cosmos, el universo nos ofrece constantemente nuevos motivos para el asombro. El hecho de que podamos descubrir las leyes que rigen este universo es, en sí mismo, un signo de la racionalidad con la que Dios ha ordenado la creación.

Para los creyentes, el avance científico no disminuye la necesidad de fe, sino que la refuerza. Al contemplar las maravillas del mundo natural, podemos ver la mano de Dios detrás de ellas. El Papa Francisco lo expresó claramente en su encíclica Laudato Si’ al decir: «La ciencia y la religión, que ofrecen diferentes enfoques de la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas partes» (Laudato Si’, 62).

Conclusión: un diálogo en curso

La relación entre los milagros y la ciencia no es un tema cerrado, sino un diálogo en curso. A medida que el conocimiento humano avanza, continuaremos enfrentando preguntas sobre cómo lo sobrenatural y lo natural se relacionan entre sí. Sin embargo, lo que es claro desde la perspectiva católica es que la ciencia y la fe no están en conflicto. Al contrario, ambas son caminos complementarios hacia la verdad.

Los milagros nos recuerdan que el universo es más grande de lo que podemos comprender, y que detrás de las leyes naturales está el Creador de esas leyes, que puede actuar libremente en su creación. Mientras tanto, la ciencia nos invita a explorar y maravillarnos ante la obra de Dios, profundizando nuestro entendimiento del mundo que nos ha dado. Juntos, milagros y ciencia nos conducen a una verdad más profunda: la realidad de un Dios que es tanto trascendente como inmanente, presente en lo visible y en lo invisible, y cuyo amor y poder no tienen límites.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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