¿Mateo, Lucas, Juan…? ¡Pero esos nombres no existían! La verdad sobre la transliteración bíblica y los nombres modernos en las Escrituras

¿Por qué leemos “Mateo”, “Juan” o “Lucas” en nuestras Biblias, si esos nombres no existían en tiempos de Cristo? Esta pregunta, que a menudo aparece en debates sobre la autenticidad bíblica, ha sido esgrimida por críticos para sugerir que la Biblia ha sido modificada o falsificada. Sin embargo, lejos de ser una amenaza a la fidelidad de la Palabra, esta realidad lingüística —la transliteración— es una puerta para comprender la riqueza de la Tradición, la transmisión de las Escrituras y el respeto que la Iglesia ha tenido siempre por la verdad revelada.

A lo largo de este artículo, exploraremos por qué hay nombres aparentemente “modernos” en la Biblia, qué significa realmente la transliteración, y cómo esto no sólo no contradice la fidelidad de la Escritura, sino que la confirma en su esencia más profunda. Además, veremos cómo esta comprensión puede fortalecer nuestra fe y ayudarnos a vivir con mayor conciencia la Palabra de Dios en nuestra vida cotidiana.


I. ¿Qué es la transliteración?

La transliteración es el proceso por el cual se adaptan las palabras o nombres de un idioma a otro, no mediante traducción de su significado, sino trasladando los sonidos de las letras a un sistema alfabético distinto. Por ejemplo:

  • יוחנן (Yôḥānān) en hebreo → Ἰωάννης (Iōánnēs) en griego → Ioannes en latín → Juan en español.
  • מַתִּתְיָהוּ (Mattityahu) en hebreo → Ματθαῖος (Matthaíos) en griego → Matthaeus en latín → Mateo en español.

Cada vez que la Biblia se transmite en un nuevo idioma, los nombres también se adaptan fonéticamente para ser comprensibles a los hablantes de esa lengua. Esto no altera el contenido teológico del texto, sino que facilita su comprensión y lectura.

La transliteración no cambia el mensaje, sino que lo hace accesible. Así como traducimos “bread” como “pan”, también llamamos a Iēsous “Jesús” para poder pronunciarlo y relacionarnos con Él.


II. Historia de la transmisión bíblica: de Jerusalén al mundo

La Biblia no cayó del cielo en español, inglés o francés. Fue escrita en lenguas antiguas: hebreo, arameo y griego koiné. A lo largo de los siglos, la Palabra de Dios fue traducida y copiada con sumo cuidado, primero al griego (versión de los LXX o Septuaginta), luego al latín (la Vulgata, por San Jerónimo), y posteriormente a todas las lenguas vernáculas.

Durante este proceso, los nombres bíblicos pasaron por diferentes fases de transliteración:

  • Hebreo antiguo: los nombres originales, como Yeshua, Moshe, Shaul, Yohanan.
  • Griego koiné: los apóstoles y evangelistas escribieron o circularon textos en griego, que no contenía algunas letras hebreas, por lo que los nombres se adaptaron: YeshuaIēsous, MosheMōÿsēs.
  • Latín: la lengua litúrgica y académica del cristianismo por siglos adaptó aún más estos nombres: IēsousIesus, IōánnēsIoannes, PetrosPetrus.
  • Lenguas modernas: cada idioma tomó del latín (o directamente del griego) sus propias formas: Juan, Pedro, Lucas, Mateo en español.

✦ No hay herejía en llamar a Yeshua “Jesús”. La Iglesia ha reconocido la validez y sacralidad de estos nombres en todas las lenguas.


III. ¿Es esto una prueba de falsificación de la Biblia?

Algunas corrientes, especialmente ciertas sectas y grupos que promueven un retorno exclusivo al hebreo original, afirman que el uso de nombres “modernos” como “Jesús” o “Juan” demuestra que la Biblia ha sido alterada o “romanizada”.

Esto es un error de comprensión lingüística y teológica.
Decir que la Biblia está falsificada por transliterar nombres es como decir que el Evangelio ya no es válido porque decimos “Padre” en vez de “Abba”. El contenido y la esencia permanecen intactos.

La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha cuidado celosamente la fidelidad doctrinal de la Escritura, como nos recuerda el Concilio Vaticano II en Dei Verbum:

“Lo que los autores sagrados escribieron, lo escribieron por inspiración del Espíritu Santo” (DV 11).

La forma de los nombres cambia según el idioma, pero la persona a la que se refieren es la misma, y el contenido teológico no se altera. Llamemos a Jesús Yeshua, Iesus, Jesus, Jésus o Gesù, hablamos del mismo Hijo de Dios encarnado, “el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb 13,8).


IV. Ejemplos de transliteración en la misma Biblia

La Biblia misma presenta múltiples formas de nombres según el idioma o el contexto:

  • En el Antiguo Testamento, el nombre de Moisés es Moshe en hebreo, pero los autores griegos lo escriben como Mōÿsēs.
  • Saúl se convierte en Paul tras su conversión, un nombre latino probablemente adoptado en sus viajes misioneros.
  • Simón es llamado también Pedro, nombre que Cristo mismo le da (Jn 1,42): “Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)”.

✦ Incluso dentro de la misma Biblia, hay traducciones y adaptaciones. Esto no debilita el texto, lo enriquece.


V. Relevancia teológica: ¿por qué importa esto para mi fe?

  1. Nos conecta con la Tradición viva: Al entender que los nombres en la Biblia han sido transmitidos por siglos y adaptados a cada lengua y cultura, reconocemos la obra viva del Espíritu Santo en la Iglesia. Como enseña el Catecismo: “La Tradición viva de la Iglesia […] hace progresar la Iglesia en la comprensión de lo revelado” (CIC 94).
  2. Nos protege del fundamentalismo literalista: Algunas sectas niegan el uso de nombres como “Jesús” porque no son hebreos. Pero esto es caer en un legalismo que olvida que Dios se ha revelado a todas las naciones y en todas las lenguas. Recordemos que en Pentecostés, los apóstoles hablaron en todos los idiomas (Hch 2,4-11).
  3. Nos anima a amar la Escritura en nuestra lengua: Decir “Jesús” no es menos sagrado que decir Yeshua. Dios no se ofende por la lengua que usamos, sino por la dureza de corazón. Lo importante es que invoquemos Su Nombre con fe y reverencia.

VI. Aplicaciones prácticas: ¿cómo vivir esta verdad hoy?

  • Valora la Biblia en tu lengua: No necesitas aprender hebreo para encontrar a Cristo. Dios te habla en tu idioma, en tu historia, en tu corazón.
  • Evita escándalos innecesarios: Si alguien te dice que la Biblia está alterada porque contiene nombres “modernos”, responde con caridad y conocimiento. Explícale la diferencia entre traducción, transliteración y falsificación.
  • Profundiza en la Palabra: Investiga el significado original de los nombres bíblicos. Por ejemplo, “Mateo” (Matityahu) significa “don de Dios”; “Juan” (Yohanan) significa “Dios es misericordioso”.
  • Reza con el Nombre del Señor: No importa si dices Iēsous, Jesús o Yesu (en swahili). Lo importante es que lo invoques con amor y fe, como dice San Pablo: “Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Rom 10,13).

VII. Conclusión: La Palabra de Dios, eterna en todos los idiomas

La presencia de nombres como “Mateo”, “Lucas” o “Juan” en nuestras Biblias no es un indicio de corrupción, sino una muestra del amor de Dios que ha querido que Su Palabra llegue a todos los rincones del mundo. La transliteración es un puente, no una barrera. Es el camino por el cual Dios sigue hablándonos en nuestra lengua, en nuestra cultura y en nuestra historia.

La Escritura, traducida y adaptada a las lenguas de los pueblos, es viva y eficaz (cf. Heb 4,12), y su Verdad permanece para siempre.

✦ “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35).

Que no nos escandalicen las apariencias modernas de los nombres, sino que descubramos, más allá de las letras, la voz eterna del Dios que nos llama por nuestro nombre… en nuestro idioma… y en nuestro corazón.


¿Quieres profundizar más? Busca una Biblia con notas filológicas o consulta la Vulgata y textos interlineales. Pero sobre todo, abre tu Biblia y deja que Dios te hable… aunque en ella diga “Mateo” y no Matityahu, sigue siendo Palabra de Dios.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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