La Unción de los Enfermos: ¿Realmente es solo para quienes están a punto de morir?

Un sacramento olvidado, una gracia que espera ser redescubierta


En los pasillos de hospitales, en las habitaciones silenciosas de casas donde se lucha contra el dolor, y en los momentos más vulnerables de la existencia humana, la Iglesia Católica ofrece un sacramento que ha sido llamado “el consuelo de los moribundos”: la Unción de los Enfermos. Sin embargo, ¿es realmente solo eso? ¿Un rito reservado para los últimos alientos de vida? ¿Una especie de “último adiós”? ¿O hemos malinterpretado —y tal vez descuidado— una de las más tiernas y poderosas expresiones de la misericordia divina?

Este artículo tiene como misión arrojar luz sobre el verdadero significado, la historia, la profundidad teológica y la aplicación pastoral de este sacramento. Desde la perspectiva católica tradicional, redescubriremos la Unción de los Enfermos como lo que es: un sacramento de sanación, fortaleza, gracia y esperanza, no solo para el umbral de la muerte, sino para todo momento de seria enfermedad.


I. Fundamento bíblico y origen apostólico

El sacramento de la Unción de los Enfermos tiene una base sólida en la Sagrada Escritura y en la práctica apostólica desde los primeros siglos. La cita más directa y significativa proviene de la Epístola de Santiago:

“¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que oren por él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor. Y la oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor lo aliviará, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados.”
— Santiago 5, 14-15

Este pasaje es una ventana clara al origen sacramental de la Unción. No se trata de una invención tardía, ni de un rito simbólico sin contenido. Es una acción sacramental instituida por Cristo, vivida por los apóstoles, y transmitida fielmente por la Iglesia. Ya en los primeros siglos, los Padres de la Iglesia como Orígenes, San Juan Crisóstomo y San Agustín comentaban sobre la práctica de ungir a los enfermos como algo común en la vida cristiana.


II. ¿Qué es la Unción de los Enfermos?

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 1499:

“Mediante la santa unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado para que los alivie y los salve. Exhorta incluso a unirse libremente a la pasión y muerte de Cristo.”

Desde el punto de vista teológico, es un sacramento de los vivos (como la Confesión y la Eucaristía), aunque se administre en momentos de grave enfermedad. Su fin principal no es preparar a morir —como sí lo hace el Viático— sino conferir al alma del enfermo:

  • la gracia santificante,
  • el perdón de los pecados (si el enfermo no puede confesarse),
  • el alivio espiritual (y a veces también físico),
  • la fortaleza para no desesperar,
  • y la unión con la Pasión de Cristo.

Desde una perspectiva pastoral, se trata de un gesto de ternura divina: un bálsamo sacramental que abraza la fragilidad del cuerpo y del alma, ofreciendo consuelo, sentido y esperanza.


III. ¿Es solo para los que van a morir?

No. Y este es el error más común y trágico.

La Unción de los Enfermos ha sido injustamente reducida a un “sacramento de la muerte”, hasta el punto de que muchos católicos la asocian exclusivamente con la extremaunción. Esta confusión surge del uso tradicional de ese término —“extremaunción”— para referirse al último sacramento antes de morir, lo cual incluía la confesión, la unción y el viático. Pero el Concilio de Trento ya dejó claro que la Unción no es un sacramento “solo para los moribundos”.

La Iglesia enseña que este sacramento debe administrarse a cualquier bautizado que esté en peligro serio de salud, sin que necesariamente esté al borde de la muerte. Eso incluye:

  • enfermedades graves (cáncer, infecciones severas, operaciones de riesgo),
  • vejez avanzada con fragilidad progresiva,
  • recaídas de enfermedades crónicas,
  • o incluso problemas psíquicos graves que afecten seriamente la vida.

El Código de Derecho Canónico, en su canon 1004 §1, establece:

“Puede recibir la unción de los enfermos el fiel que, habiendo alcanzado el uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez.”

Por tanto, esperar hasta que alguien esté inconsciente o a punto de morir es no solo un error pastoral, sino una pérdida de gracias inmensas que Dios quiere ofrecer antes.


IV. ¿Qué efectos produce la Unción?

El sacramento de la Unción no es una “poción mágica”, pero sí actúa con la fuerza sobrenatural propia de todos los sacramentos. Entre sus efectos tradicionales se cuentan:

1. Unión del enfermo con la Pasión de Cristo

Esta es quizás la dimensión más ignorada. La enfermedad, unida a la cruz de Cristo, se convierte en camino de salvación. No es sufrimiento inútil, sino redentor. Como decía San Pablo:

“Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia.”
— Colosenses 1,24

2. Fortaleza, paz y ánimo para soportar los males

Dios no siempre quita la cruz, pero siempre da fuerzas para llevarla. Esta gracia ayuda a no desesperar, a vencer el miedo, y a vivir con fe el tiempo de enfermedad.

3. Perdón de los pecados

Si el enfermo no puede confesarse, este sacramento —como todos los sacramentos de vivos— puede perdonar incluso los pecados mortales si hay contrición.

4. Recuperación de la salud, si conviene

Sí: también puede ocurrir la curación física. No es el fin primario, pero la Iglesia no excluye que, por voluntad divina, el sacramento sane al enfermo.


V. ¿Cómo se administra y quién puede hacerlo?

Solo los sacerdotes (presbíteros o, excepcionalmente, obispos) pueden administrar la Unción de los Enfermos. La ceremonia incluye:

  • una oración litúrgica propia,
  • la imposición de manos,
  • la unción con el óleo de los enfermos consagrado por el obispo el Jueves Santo,
  • normalmente en la frente y en las palmas de las manos.

Puede realizarse en casa, en hospitales, en residencias o incluso en el templo. No debe esperarse al último momento. Si el enfermo está inconsciente o ha perdido el uso de razón, el sacerdote puede administrar el sacramento si se presume que lo hubiera pedido en vida.


VI. Desde la tradición: La visión católica clásica

La tradición de la Iglesia ha sostenido siempre la centralidad del sufrimiento redentor, y la Unción es el sacramento por excelencia que transforma el dolor en salvación. Santos como San Alfonso María de Ligorio, Santa Teresa de Jesús o San Camilo de Lelis, recomendaron vivamente recurrir a este sacramento en cuanto se presentara una enfermedad grave.

Las ceremonias tradicionales del Rituale Romanum subrayan la dignidad y solemnidad de este rito. En ellas se conjugan oraciones de intercesión por el alma y el cuerpo, invocación de los santos, y una fuerte conciencia de que la enfermedad es una ocasión privilegiada de encuentro con Cristo sufriente.


VII. Aplicaciones prácticas para hoy

  1. No esperes al último momento. Si tú o un ser querido está enfermo seriamente, pide la unción cuanto antes.
  2. Infórmate y educa. Muchos sacerdotes no insisten en ofrecer este sacramento porque muchos fieles lo rechazan por miedo. Ayuda a otros a entender su valor.
  3. Incluye la Unción en tu preparación espiritual. No esperes a agonizar: intégrala en tu vida como parte de tu camino cristiano.
  4. Vive el sufrimiento como cruz redentora. La enfermedad no es castigo, sino un camino que puede ser iluminado por la gracia si se vive unido a Cristo.
  5. Busca la forma tradicional si puedes. Las comunidades que ofrecen la forma tradicional del sacramento (según el Rituale Romanum) mantienen una riqueza litúrgica y espiritual que potencia su valor pastoral.

VIII. Conclusión: Volver a la misericordia sacramental

La Unción de los Enfermos no es un sacramento de “la última hora”, sino de “toda hora grave”. Es Cristo que, como el Buen Samaritano, se acerca al herido del camino, derrama aceite y vino, y lo lleva a un refugio donde sanar. No lo despreciemos, no lo posterguemos, no lo abandonemos.

En una cultura que huye del sufrimiento, la Iglesia no ofrece evasión, sino redención. No ofrece pastillas, sino gracia. No elimina el dolor, sino que lo transforma en amor salvífico. Que los enfermos lo pidan. Que los sacerdotes lo ofrezcan. Que todos volvamos a confiar en la misericordia sacramental.

“Y el Señor lo aliviará.”
— Santiago 5,15


¿Tú o un familiar está pasando por una enfermedad grave? No estás solo. La Iglesia tiene una medicina eterna que no caduca. Pide hoy la Unción de los Enfermos. Cristo mismo quiere visitarte.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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