La Décima Estación del Viacrucis: Jesús es despojado de sus vestiduras

El Viacrucis, también conocido como el Camino de la Cruz, es una de las devociones más profundas y conmovedoras de la tradición católica. A través de sus catorce estaciones, nos adentramos en los momentos más cruciales de la Pasión de Cristo, contemplando no solo su sufrimiento físico, sino también el amor infinito que lo llevó a entregarse por la salvación de la humanidad. La Décima Estación, en la que Jesús es despojado de sus vestiduras, es un pasaje cargado de simbolismo, humildad y enseñanza espiritual. En este artículo, exploraremos su origen, su significado teológico y su relevancia para nuestra vida cotidiana en el mundo actual.


El contexto histórico y bíblico

El Evangelio no describe explícitamente el momento en que Jesús es despojado de sus vestiduras, pero podemos deducirlo a partir de los relatos de la Crucifixión. San Juan nos dice: «Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una sola pieza de arriba abajo. Entonces se dijeron entre sí: ‘No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella, a ver a quién le toca'» (Juan 19, 23-24).

Este pasaje nos revela no solo un hecho histórico, sino también un profundo simbolismo. Las vestiduras de Jesús, especialmente la túnica sin costura, representan su unidad y su integridad. Al ser despojado de ellas, Jesús experimenta una humillación extrema, exponiendo su vulnerabilidad humana ante el mundo. Este acto no fue casual; los soldados romanos, acostumbrados a ejecutar a los condenados, sabían que despojar a alguien de sus ropas era una forma de deshumanizarlo, de reducirlo a la más absoluta indigencia.


El significado teológico: Despojamiento y entrega

El despojamiento de Jesús no es solo un acto físico, sino también espiritual. En este momento, Cristo se despoja no solo de sus vestiduras, sino también de toda pretensión de gloria terrenal. Es un acto de total entrega, en el que se vacía a sí mismo para cumplir la voluntad del Padre. San Pablo, en su carta a los Filipenses, describe este misterio con palabras profundas: «Se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Filipenses 2, 7).

Este despojamiento nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vida. ¿De qué necesitamos despojarnos para seguir a Cristo? ¿De nuestras ambiciones desordenadas, de nuestro orgullo, de nuestras seguridades materiales? Jesús, al permitir que le quiten sus vestiduras, nos enseña que la verdadera libertad y la verdadera dignidad no están en lo que poseemos, sino en lo que somos ante Dios.

Además, este acto tiene un profundo significado redentor. Al ser despojado, Jesús asume la pobreza del ser humano, santificando así todas las formas de indigencia y desamparo. En un mundo donde millones de personas viven en la pobreza, el despojamiento de Cristo nos recuerda que Él está presente en cada persona que sufre, en cada rostro desfigurado por el dolor.


El simbolismo de la túnica sin costura

La túnica de Jesús, tejida de una sola pieza, es un símbolo rico en significado. En la tradición judía, las túnicas sin costura eran propias de los sumos sacerdotes, lo que nos recuerda que Jesús es el Sumo Sacerdote que ofrece el sacrificio perfecto. Además, la túnica representa la unidad de la Iglesia, que no debe ser dividida. Cuando los soldados echan suertes para no rasgarla, podemos ver una prefiguración de la unidad que Cristo desea para su pueblo.

Este simbolismo es especialmente relevante en nuestro tiempo, donde la división y la fragmentación parecen dominar en muchos ámbitos de la vida. La túnica de Jesús nos llama a trabajar por la unidad, a construir puentes en lugar de muros, y a recordar que todos somos parte de un mismo cuerpo, el Cuerpo de Cristo.


Relevancia en el mundo actual

En un mundo marcado por el consumismo, la búsqueda de estatus y la obsesión por la imagen, la Décima Estación del Viacrucis nos confronta con una verdad incómoda pero liberadora: nuestra verdadera identidad no está en lo que tenemos, sino en lo que somos a los ojos de Dios. Jesús, despojado de todo, nos muestra que la auténtica dignidad radica en la humildad y en la entrega.

Este pasaje también nos invita a solidarizarnos con los más vulnerables. Hoy, como en tiempos de Jesús, hay muchas personas que son «despojadas» de su dignidad: los pobres, los migrantes, los enfermos, los perseguidos. Al contemplar a Cristo despojado, estamos llamados a ver su rostro en cada uno de ellos y a trabajar por un mundo más justo y compasivo.


Conclusión: Una invitación a la humildad y al amor

La Décima Estación del Viacrucis no es solo un momento para recordar el sufrimiento de Jesús, sino también una invitación a imitar su ejemplo de humildad y entrega. Al meditar en este pasaje, pidamos la gracia de despojarnos de todo aquello que nos aleja de Dios y de los demás. Que, como Jesús, aprendamos a vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de su amor y de su misericordia.

En palabras de San Juan de la Cruz: «Para llegar a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada. Para llegar a serlo todo, no quieras ser algo en nada». Que este despojamiento nos lleve a la plenitud del amor, que es la verdadera gloria del cristiano.


Que la contemplación de esta estación nos inspire a vivir con mayor autenticidad, humildad y compasión, siguiendo los pasos de Aquel que, despojado de todo, nos lo dio todo.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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