miércoles , septiembre 3 2025

La Ascensión: Cristo Rey sube al Padre para prepararnos un lugar

Una guía espiritual, teológica y pastoral para comprender y vivir el misterio de la Ascensión en la vida cotidiana


Introducción: Más allá de las nubes, una promesa viva

En el horizonte del calendario litúrgico, cuarenta días después del gozo luminoso de la Resurrección, la Iglesia celebra una solemnidad que a menudo pasa inadvertida, pero que encierra una de las verdades más sublimes y esperanzadoras del cristianismo: la Ascensión del Señor. No es simplemente el recuerdo de un momento espectacular en el que Jesús “sube al cielo”; es, ante todo, el reconocimiento de que Cristo, Rey glorioso, entra en la morada del Padre para preparar nuestro lugar junto a Él.

Este misterio nos habla de destino, de esperanza y de misión. Nos recuerda que no fuimos creados para quedarnos anclados a lo terrenal, sino llamados a una vida plena en la eternidad. Hoy más que nunca, en un mundo que vive acelerado, desconectado de lo trascendente, hablar de la Ascensión es hablar de sentido, de promesa y de futuro.


1. Historia y fundamento bíblico

La Ascensión está narrada principalmente en dos pasajes bíblicos:

  • Hechos de los Apóstoles 1, 9-11:

«Y dicho esto, fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras Él se iba, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: ‘Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este Jesús que os ha sido arrebatado al cielo, vendrá del mismo modo que le habéis visto marcharse.’»

  • Lucas 24, 50-53:

«Después los sacó hasta cerca de Betania, y alzando sus manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.»

Ambos relatos coinciden en algo fundamental: Jesús no desaparece, asciende. No se esfuma ni se desvanece, sino que entra en una nueva dimensión de existencia: la gloria celestial, la plenitud de la comunión con el Padre.

La Ascensión no es un escape del mundo, sino el cumplimiento de la misión terrena del Mesías. Habiendo vencido la muerte y el pecado en la Cruz y la Resurrección, Jesús entra en la gloria que le corresponde como Hijo de Dios y Señor de la historia.


2. Relevancia teológica: Cristo Rey y Mediador Eterno

a. Jesús, el Rey entronizado

Con la Ascensión, Jesús no abandona a su Iglesia: asciende como Rey para reinar desde el cielo. Esta es la imagen que nos presenta san Pablo en su carta a los Efesios:

“Dios lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, virtud y dominación” (Ef 1,20-21).

La Ascensión es la coronación del Señor resucitado, el momento en el que su humanidad glorificada entra definitivamente en la gloria del Padre. Desde allí gobierna la historia y guía a su Iglesia como Buen Pastor.

b. Jesús, el Sumo Sacerdote y Mediador

El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 662) nos enseña que Cristo «entró una vez para siempre en el santuario del cielo, intercediendo sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo».

Esto significa que, desde el cielo, Jesús no cesa de interceder por nosotros. Es nuestro abogado, nuestro defensor, nuestro Sumo Sacerdote que presenta nuestras vidas ante el Padre.

c. Cristo prepara un lugar para nosotros

Jesús mismo lo había prometido:

«En la casa de mi Padre hay muchas moradas… me voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2).

La Ascensión es el cumplimiento de esa promesa: Cristo nos abre las puertas del Cielo. Él ya está allí, como Primogénito de entre los muertos, para que también nosotros podamos seguirle.


3. Implicaciones espirituales y existenciales

a. Somos peregrinos, no habitantes definitivos de este mundo

La Ascensión nos recuerda que nuestra patria está en el Cielo (cf. Flp 3,20). Esta vida, con todas sus bellezas y dificultades, es un camino, no el destino. Vivir este misterio es aprender a mirar lo cotidiano con ojos eternos, a vivir con esperanza incluso en medio del dolor, sabiendo que Cristo ya ha vencido y nos espera.

b. Nuestro cuerpo y nuestra humanidad están llamados a la gloria

Cristo no sube al Cielo como un espíritu etéreo, sino con su cuerpo resucitado. Eso significa que nuestra humanidad no es despreciada, sino elevada. Nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestra historia: todo está llamado a la redención total. Esto dignifica cada aspecto de nuestra vida y nos invita a cuidar también nuestro cuerpo, templo del Espíritu.

c. Llamados a vivir “con los pies en la tierra y los ojos en el cielo”

Los ángeles en Hechos 1 lo dicen con claridad: “¿Qué hacéis mirando al cielo?”. La Ascensión no nos invita a evadirnos, sino a vivir con sentido de misión. Jesús asciende, pero nos envía a evangelizar, a transformar el mundo, a ser testigos de su Reino.


4. Guía teológico-pastoral: cómo vivir la Ascensión en la vida diaria

1. Renovar la Esperanza

  • Recuerda cada día que Cristo reina y gobierna desde el cielo.
  • En momentos de crisis personal, social o eclesial, proclama con fe: Jesucristo vive y está sentado a la derecha del Padre.
  • Ora el Credo con atención, dejando que las palabras “subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre” se conviertan en fuente de paz.

2. Ofrecer nuestras vidas como oblación espiritual

  • Une tu jornada a la de Cristo: tus trabajos, tus cansancios, tus alegrías.
  • Cada mañana, dile: Jesús, te ofrezco este día; preséntalo al Padre como ofrenda viva.

3. Buscar las cosas de arriba sin olvidar las de abajo

  • San Pablo exhorta: “Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios” (Col 3,1).
  • Esto no es despreciar lo terrenal, sino vivirlo desde una perspectiva eterna.
  • Cultiva momentos de silencio, de oración, de contemplación del cielo (literal y espiritualmente), para recordar a qué estás llamado.

4. Ser testigos activos del Reino

  • La Ascensión nos envía a continuar la misión de Cristo.
  • En tu familia, trabajo o comunidad, sé un signo del Reino de Dios: con justicia, caridad, servicio y fe.
  • Pregúntate: ¿Cómo estoy preparando ya mi morada en el cielo con cada decisión que tomo?

5. Celebrar litúrgicamente y vivir sacramentalmente

  • Participa en la Eucaristía con el corazón centrado en el cielo: allí estamos, mística y realmente, con Cristo.
  • Comulga con la conciencia de que estás unido al Resucitado glorioso, y que en cada Misa participas de su Reino.

5. La Ascensión en el contexto actual: una llamada urgente a mirar más alto

Vivimos en tiempos de incertidumbre, individualismo, guerras, cambios sociales abruptos y pérdida del sentido trascendente. La Ascensión viene como un bálsamo y una brújula:

  • Nos recuerda que no estamos solos: Cristo reina.
  • Nos consuela: Él intercede por nosotros y nos espera.
  • Nos compromete: tenemos una misión concreta en este mundo.
  • Nos orienta: el cielo es nuestra patria definitiva, y estamos de paso.

La Ascensión es, en cierto modo, el antídoto contra la desesperanza. Si Jesús ha vencido y está con el Padre, entonces la historia tiene sentido, nuestra vida tiene dirección, y nuestra fe no es en vano.


Conclusión: Subamos con Cristo, incluso desde la tierra

Cristo no sube al cielo para alejarse de nosotros, sino para estar aún más cerca en el Espíritu. Él no se desentiende del mundo, sino que gobierna la historia y prepara el banquete eterno.

Que cada uno de nosotros, con los pies firmes en la tierra pero el corazón en el cielo, pueda vivir la Ascensión como lo que realmente es: una promesa viva, una llamada a la santidad, y un anticipo de la gloria que nos espera.

“Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,21).
Que nuestro tesoro esté en el cielo, donde Cristo nos precede como Rey y Hermano. Y que nuestras vidas, unidas a la suya, sean una preparación activa para el día en que, por su gracia, escuchemos su voz llamándonos por nuestro nombre al lugar que nos ha preparado.

Acerca de catholicus

Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

Ver también

Creer con el corazón y confesar con los labios: La fuerza transformadora de la Profesión de la Fe

En un mundo donde las convicciones parecen diluirse y la verdad se relativiza, la Profesión …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: catholicus.eu