Jesús era judío… ¿entonces por qué los católicos no lo somos?

El misterio de la continuidad y plenitud: Una guía para comprender nuestra identidad cristiana


INTRODUCCIÓN: EL ENIGMA QUE CONFUNDE A MUCHOS

Una de las preguntas que con frecuencia inquieta tanto a creyentes como a quienes observan desde fuera la fe cristiana es esta: “Si Jesús era judío, ¿por qué los cristianos, y en particular los católicos, no seguimos siendo judíos?”
A simple vista parece una contradicción. ¿No deberíamos conservar su fe original? ¿No estaría más “fiel” quien observe el sábado, la circuncisión o las fiestas hebreas? ¿No es nuestra fe una traición a sus raíces?

Estas preguntas no solo tienen un enorme valor histórico, sino también un profundo peso teológico y pastoral. En este artículo vamos a desentrañar este misterio desde la Sagrada Escritura, la Tradición viva de la Iglesia, y la historia de la Revelación. Nuestro objetivo: ayudarte a comprender por qué no solo es lógico, sino divinamente intencionado, que la Iglesia Católica no sea simplemente una continuación del judaísmo, sino su plenitud sobrenatural en Cristo.


1. JESÚS, HIJO DE ISRAEL

Jesús nació en Belén, creció en Nazaret y vivió como un judío. Fue circuncidado al octavo día (Lc 2,21), participó en las fiestas de Israel (Jn 7,2.10), peregrinó al Templo (Lc 2,41), oró en sinagogas (Mc 1,21), y citó frecuentemente la Torá y los Profetas. No hay duda alguna: Jesús fue un hijo fiel del pueblo de Israel.

Pero aquí viene la clave: Jesús no vino simplemente a reafirmar el judaísmo, sino a llevarlo a su cumplimiento definitivo. No fue un reformador más. Fue el Mesías prometido. En sus propias palabras:

“No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”
(Mateo 5,17)

Es decir, Jesús no desechó el Antiguo Testamento, sino que lo llenó de sentido. El judaísmo preparó el camino. Jesús es el Camino.


2. DE PROMESA A PLENITUD: LA REVELACIÓN PROGRESIVA

La historia de la salvación no es estática. Dios actúa en la historia como un pedagogo divino. Comienza por llamar a un hombre (Abraham), luego a un pueblo (Israel), y finalmente a toda la humanidad (la Iglesia).

El Antiguo Testamento está lleno de promesas, símbolos y figuras que apuntan hacia algo más grande. El Cordero pascual, el maná en el desierto, el templo, la ley mosaica… todo estaba destinado a preparar la llegada del Salvador.

“Estas cosas sucedieron como ejemplo para nosotros… y fueron escritas para nuestra instrucción, para quienes ha llegado el fin de los tiempos”
(1 Corintios 10,11)

Por tanto, el cristianismo no contradice al judaísmo, sino que lo corona. No es su negación, sino su cumplimiento. No somos judíos porque la promesa ya se ha cumplido: Cristo ha venido.


3. ¿QUÉ SIGNIFICA QUE LA IGLESIA ES EL “NUEVO ISRAEL”?

Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia comprendieron que la Iglesia no era un “plan B” de Dios tras el rechazo del Mesías por parte de muchos judíos, sino que formaba parte de su plan eterno.

San Pablo es clarísimo al respecto. En la carta a los Gálatas dice:

“Vosotros, hermanos, sois hijos de la promesa, como Isaac… Así que, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre”
(Gálatas 4,28-31)

El pueblo de Dios ya no se define por la sangre o la etnia, sino por la fe en Cristo. La Iglesia es el Israel espiritual, el nuevo pueblo de Dios en el que ya no hay judío ni griego, sino que todos son uno en Cristo (Gál 3,28).

Este concepto fue fundamental para la expansión del cristianismo a los gentiles. Ya no era necesario circuncidarse, ni observar la ley mosaica, porque la gracia había llegado (Hechos 15).


4. ¿POR QUÉ NO GUARDAMOS LAS FIESTAS JUDÍAS, EL SÁBADO, O LA CIRCUNCISIÓN?

La razón es profundamente cristológica: porque Cristo es el verdadero Sábado, la verdadera Pascua, y la verdadera Circuncisión.

  • El Sábado, instituido como día de descanso, era un símbolo del descanso eterno en Dios. Jesús resucitó el domingo, el “octavo día”, signo de la nueva creación. Por eso, los cristianos celebramos la Eucaristía el domingo desde los primeros tiempos (Ap 1,10; Hch 20,7).
  • La Pascua judía conmemoraba la liberación de Egipto. Nuestra Pascua celebra la liberación del pecado y de la muerte, mediante la cruz y la resurrección de Cristo (1 Cor 5,7-8).
  • La Circuncisión era el signo de pertenencia al pueblo de Dios. En el bautismo, somos “circuncidados en Cristo”, no con un rito físico, sino con una transformación interior (Col 2,11-12).

Cada rito antiguo encontraba su cumplimiento en Él. Por eso los católicos no somos judíos: porque hemos recibido lo que ellos esperaban. Ya ha llegado el Mesías.


5. LA RELACIÓN CON EL PUEBLO JUDÍO HOY

La Iglesia no reniega del judaísmo. Todo lo contrario. Como recuerda el Concilio Vaticano II en Nostra Aetate:

“La Iglesia […] no puede olvidar que ha recibido la revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo con el que Dios se dignó establecer la Antigua Alianza.”

Los judíos siguen siendo nuestros “hermanos mayores en la fe” (San Juan Pablo II), y oramos para que un día reconozcan al Mesías prometido.

Pero al mismo tiempo, debemos tener claridad: la plenitud de la revelación está en Cristo. No podemos diluir la fe cristiana para ser “más judíos”, ni recuperar prácticas que fueron superadas en la Cruz.
Nuestro amor por el pueblo judío debe ser sincero, pero sin caer en relativismos.


6. ¿CÓMO VIVIR ESTA VERDAD EN LA VIDA COTIDIANA?

a) Con identidad firme y agradecida

Saber que Cristo cumplió la promesa nos da una identidad sólida: somos parte del pueblo de Dios, sin necesidad de buscar raíces en prácticas antiguas. Agradezcamos esa herencia, pero no retrocedamos.

b) Estudiando el Antiguo Testamento con ojos cristianos

Los salmos, los profetas, la historia de Israel… todo cobra vida nueva cuando se lee a la luz de Cristo. ¡No lo descuides! Allí están los cimientos de tu fe.

c) Celebrando la plenitud litúrgica católica

No necesitamos recuperar fiestas hebreas. ¡Tenemos el calendario litúrgico más rico del mundo! El Adviento, la Navidad, la Cuaresma, la Pascua… son un eco y superación de las antiguas fiestas judías, pero elevadas por Cristo.

d) Evangelizando con caridad

Si conoces a alguien que cree que los cristianos deberían «volver a las raíces judías», acompáñalo con paciencia y profundidad. Enséñale que Cristo no nos lleva hacia atrás, sino hacia adelante, a la vida eterna.


7. UNA CONCLUSIÓN PARA MEDITAR: LA FE NO ES UNA VUELTA AL PASADO, SINO UNA PUERTA AL CIELO

Jesús era judío. Amó su pueblo. Cumplió la Ley. Y luego la elevó en su carne gloriosa. Los católicos no somos judíos porque hemos recibido el cumplimiento de la promesa.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Todo el Antiguo Testamento es una preparación para la venida de Cristo Redentor del mundo. […] Él es el centro de las Escrituras.”
(CIC 122–124)

Cristo no vino a instaurar una religión étnica, sino una Iglesia universal, para todos los pueblos, de todas las naciones, en todos los tiempos. Somos católicos (del griego katholikos, que significa “universales”) porque la salvación es para todos, no solo para un pueblo.


PARA TERMINAR… UNA ORACIÓN:

Señor Jesucristo,
Tú, nacido de una hija de Israel, cumpliste la Ley y los Profetas,
y abriste el Reino a todas las naciones.
Haz que nunca olvidemos nuestras raíces,
pero que miremos siempre hacia el cielo que nos abriste con tu cruz.

Danos la sabiduría de la fe,
el celo de los apóstoles,
y la gratitud de los redimidos.

Amén.


¿Te ha ayudado este artículo a comprender mejor tu fe católica? Compártelo, reflexiona y sigue profundizando. Porque cuanto más conocemos nuestras raíces, más amamos a Cristo, la raíz y la flor de nuestra fe.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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