Introducción
La historia del cristianismo está marcada por luces y sombras, por momentos de triunfo y también de humillación. Uno de los testimonios más antiguos que poseemos de la fe en Cristo no es un icono dorado, ni un fresco solemne en una basílica, ni un relicario precioso. Es un grafiti. Un dibujo tosco, grabado en la pared de un edificio romano, que muestra a un hombre adorando a un crucificado… con cabeza de asno.
Este es el célebre grafito de Alexámenos, considerado la representación más antigua de Jesucristo que nos ha llegado. Paradójicamente, la primera “imagen” de Cristo no fue fruto de devoción, sino de burla. Fue un intento de ridiculizar a un joven cristiano que, en un ambiente hostil, confesaba su fe en un Dios hecho hombre, crucificado y resucitado.
Hoy, siglos después, este grafito sigue hablándonos. Nos recuerda que la fe cristiana siempre será un signo de contradicción (cf. Lc 2,34), que la Cruz no puede ser entendida desde la lógica del mundo, y que los discípulos de Cristo estamos llamados a vivir con fidelidad, aun cuando se burlen de nosotros.
El descubrimiento del grafito
El grafito de Alexámenos fue hallado en 1857 en el monte Palatino de Roma, en un edificio conocido como la Domus Gelotiana, que había sido utilizado como cuartel para los jóvenes pajes del emperador. En una pared se descubrió un dibujo grabado en el yeso:
- Un hombre con los brazos levantados en actitud de adoración.
- Una cruz tosca, sobre la cual está crucificado un hombre con cuerpo humano, pero con cabeza de burro.
- Y una inscripción en griego: “Alexámenos adora a su dios”.
El grafito era una burla dirigida contra un tal Alexámenos, un cristiano que vivía o trabajaba en aquel entorno. Se mofaban de él porque adoraba a un Dios crucificado, algo que en la mentalidad romana era absurdo, incluso repulsivo.
El escándalo de la Cruz
Para los romanos, la crucifixión era el castigo más infame. Estaba reservado a esclavos y criminales, nunca a ciudadanos libres. Era un signo de derrota y de humillación absoluta.
Por eso, los paganos no podían comprender cómo los cristianos proclamaban a un “Mesías crucificado” (cf. 1 Cor 1,23). San Pablo lo expresa con fuerza:
“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles; mas para los llamados, sean judíos o griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.” (1 Cor 1,23-24).
El grafito de Alexámenos refleja perfectamente esta incomprensión. Para el mundo, Jesús crucificado era ridículo, indigno de fe. Y no solo se ridiculizaba al Señor, sino también a quienes lo seguían.
La cabeza de asno: el desprecio a la fe cristiana
¿Por qué representaron a Cristo con cabeza de burro?
En la antigüedad, existía una calumnia contra los judíos (y, por extensión, contra los cristianos): se decía que adoraban a un dios con cabeza de asno. Esta acusación absurda circulaba en ambientes romanos como una forma de desacreditar su religión.
De ahí que el grafito no solo ridiculice la Cruz, sino también asocie la fe cristiana a lo más bajo y grotesco. En otras palabras: “Alexámenos, tú adoras a un dios ridículo, indigno, un dios-burro crucificado”.
La paradoja de la historia: de la burla a la gloria
El grafito pretendía ser un insulto. Sin embargo, con el paso de los siglos, se ha convertido en un testimonio providencial de la autenticidad de la fe. Hoy lo contemplamos y vemos en él una confirmación de lo que Jesús mismo anunció:
“Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15,20).
La primera imagen de Cristo no fue la de un Pantocrátor en un ábside, ni la de un Cristo glorioso en el arte bizantino, sino la de un Cristo burlado. Y esto encierra una profunda verdad teológica: antes de la gloria está la Cruz; antes de la Resurrección, el Calvario.
Relevancia teológica
El grafito de Alexámenos nos ayuda a comprender mejor tres aspectos fundamentales de la fe cristiana:
- La fe es incomprensible para el mundo. Siempre habrá quienes vean en el Evangelio una necedad o un escándalo. El cristianismo no encaja en la lógica del poder, del éxito o del prestigio humano.
- La Cruz es el centro de la vida cristiana. Los romanos se burlaban porque no podían aceptar a un Dios crucificado. Y, sin embargo, precisamente ahí, en la humillación, está el triunfo del amor.
- La fidelidad de los discípulos. Alexámenos fue ridiculizado, pero siguió adorando a su Señor. De hecho, en la misma domus se encontró otro grafito posterior, con la inscripción: “Alexámenos fidelis” (“Alexámenos es fiel”). La fe del discípulo prevaleció sobre la burla de sus compañeros.
Una lección para hoy: las burlas modernas contra Cristo
Aunque hayan pasado veinte siglos, el espíritu del grafito de Alexámenos sigue vivo. Hoy también Cristo y sus discípulos son objeto de burlas:
- Cuando se ridiculiza la fe en los medios de comunicación.
- Cuando se hacen caricaturas ofensivas contra Jesús, la Virgen o la Iglesia.
- Cuando se tacha al cristiano de ignorante, fanático o anticuado por defender su fe.
El mundo de hoy, como el de entonces, sigue escandalizándose de la Cruz. Pero los cristianos estamos llamados a dar testimonio con serenidad, con alegría y con amor, sabiendo que “la fuerza se manifiesta en la debilidad” (2 Cor 12,9).
Aplicaciones prácticas para la vida espiritual
¿Qué nos enseña, concretamente, el grafito de Alexámenos?
- Aceptar la burla sin resentimiento. Si nos critican por ser cristianos, recordemos que estamos en buena compañía: antes ridiculizaron al Maestro.
- Mantener la fidelidad. Como Alexámenos, que siguió adorando a su Señor, seamos firmes en la oración, en la Eucaristía y en el testimonio diario.
- Transformar la humillación en gloria. El insulto se convirtió en el primer “icono” de Cristo. También nuestras humillaciones, unidas a la Cruz, pueden ser semilla de santidad.
- No avergonzarse de la Cruz. Hoy muchos cristianos esconden su fe por miedo al ridículo. Pero Jesús nos llama a confesarlo con valentía (cf. Mt 10,32).
Conclusión
El grafito de Alexámenos es una pequeña herida en la pared del tiempo, un testimonio sencillo y poderoso a la vez. En él vemos cómo el mundo se burlaba del cristianismo, pero también cómo un joven creyente permanecía fiel a su Señor.
Hoy nos toca a nosotros decidir: ¿viviremos nuestra fe con timidez, temiendo la burla del mundo? ¿O levantaremos los brazos, como Alexámenos, para adorar a Cristo, el Crucificado-Resucitado, sabiendo que en Él está la victoria?
Al final, las burlas pasarán, pero la gloria de la Cruz permanece. Porque como dice San Pablo:
“Lejos esté de mí gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.” (Gál 6,14).
El grafito de Alexámenos, más que una burla, es ya un símbolo de fidelidad y de victoria. Y nos recuerda que, aunque el mundo se ría, quien permanece unido a la Cruz camina hacia la Resurrección.