Introducción: El umbral sagrado que hemos olvidado
En muchas iglesias, sobre todo las más antiguas, hay una estructura que a menudo pasa desapercibida o ha sido eliminada: una barandilla de madera o mármol, con un reclinatorio y a veces un mantel blanco, situada delante del altar. Se la conoce como comulgatorio o barandilla de altar, y durante siglos fue el lugar donde los fieles se arrodillaban para recibir a Jesús Eucaristía. Hoy, en medio del auge de la comunión en la mano, de la comunión de pie, y de la pérdida de sentido del misterio, el comulgatorio parece un vestigio de otra época… pero ¿y si su retorno fuese, en realidad, urgente?
Este artículo no es una simple defensa estética o tradicionalista. Es una invitación a redescubrir el profundo sentido teológico y pastoral del comulgatorio como símbolo e instrumento de adoración, humildad, y comunión. Porque detrás de esa barandilla olvidada se esconde un mundo de significados que pueden transformar nuestra manera de vivir la Eucaristía… y de vivir como cristianos.
I. ¿Qué es el comulgatorio?
El comulgatorio es una barandilla baja, generalmente de madera, mármol o hierro forjado, que separa el presbiterio del resto del templo. En su uso litúrgico tradicional, servía como lugar donde los fieles se arrodillaban para recibir la sagrada Comunión durante la Misa. Normalmente estaba cubierto con un paño blanco, signo de pureza y de presencia divina, y era atendido por acólitos o ministros que acompañaban el momento con la patena de comunión y una vela encendida.
Más que una simple estructura funcional, el comulgatorio es un símbolo teológico poderoso: representa la línea invisible entre lo humano y lo divino, el umbral donde el cielo y la tierra se tocan. El altar, situado más allá, es el Calvario; y el comulgatorio, el Gólgota donde nos arrodillamos para recibir el Cuerpo de Cristo con reverencia y temor santo.
II. Un poco de historia: del atril al altar
Desde los primeros siglos del cristianismo, los templos fueron construidos con un sentido jerárquico y teológico. El lugar donde se ofrecía el Sacrificio era sagrado, y no todos podían acceder libremente a él. Esta conciencia llevó a separar el presbiterio mediante cancelas o barandillas, como se ve aún en muchas iglesias ortodoxas y algunas catedrales góticas.
Durante la Edad Media, esta separación fue transformándose en una barandilla más baja que permitía acercarse, pero de forma ordenada y reverente. Con el desarrollo del Rito Romano y la centralidad de la Eucaristía, el comulgatorio fue adquiriendo importancia como el lugar privilegiado para la recepción del Sacramento.
No era simplemente una “fila de reparto”; era un acto litúrgico cargado de solemnidad. Los fieles se acercaban con recogimiento, se arrodillaban, y esperaban a que el sacerdote, con sus manos consagradas, les entregase el Pan de Vida sobre la lengua. El silencio, la luz de las velas, y el murmullo del “Corpus Domini nostri Iesu Christi custodiat animam tuam in vitam aeternam” creaban un ambiente de adoración.
Con la reforma litúrgica postconciliar, en muchos lugares se suprimieron los comulgatorios, por considerarlos una barrera o un símbolo de distanciamiento. Pero con ello se perdió mucho más que una estructura física: se perdió un gesto catequético, una pedagogía del misterio, y un signo de humildad ante lo sagrado.
III. El comulgatorio como símbolo eucarístico
Cada elemento en la liturgia tiene un sentido. El comulgatorio no es la excepción. En él convergen varias dimensiones espirituales:
- Humildad: el arrodillarse expresa la verdad de nuestra pequeñez ante el Dios Altísimo que se nos da. Como el centurión del Evangelio, decimos con el cuerpo: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa” (Mt 8,8).
- Adoración: al postrarnos ante la Eucaristía, manifestamos que creemos en la Presencia Real de Cristo. No es pan, es el Hijo de Dios.
- Comunión litúrgica: en el comulgatorio no se “hace fila”, se participa en un acto común de recepción del Sacramento, en silencio y recogimiento, mirando el altar y no al ministro.
- Sacramentalidad del espacio: el comulgatorio recuerda que la iglesia no es un auditorio, sino un lugar sagrado. El altar no es una mesa cualquiera, y lo que ocurre allí no es un gesto simbólico, sino un sacrificio real.
- Piedad y educación espiritual: los niños aprenden a arrodillarse, a esperar su turno, a mirar al sacerdote, a vivir el silencio. El cuerpo educa el alma.
IV. ¿Qué dice la Sagrada Escritura?
Aunque no aparece literalmente la idea de un “comulgatorio” en la Biblia, el sentido que transmite está profundamente enraizado en la Palabra de Dios. Podemos recordar el momento en que Moisés se acerca a la zarza ardiente, y Dios le dice:
“No te acerques más. Quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es tierra sagrada” (Éxodo 3,5).
También San Pablo nos recuerda la seriedad de acercarse al Cuerpo de Cristo:
“Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. […] Porque el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11,27.29).
Estas palabras nos invitan a recuperar la reverencia. El comulgatorio nos ayuda precisamente a “discernir el Cuerpo” y a no banalizar ese instante sagrado en el que Dios entra en nuestra alma.
V. Guía práctica: cómo recuperar y vivir el sentido del comulgatorio
a) Para los fieles:
- Busca iglesias donde aún se utiliza el comulgatorio. Si no hay, arrodíllate igualmente si tu salud lo permite.
- Recuerda que estás ante el Rey de Reyes. Aunque no haya barandilla, tu corazón puede arrodillarse interiormente.
- Vístete con dignidad y prepara tu alma con confesión. El comulgatorio es un lugar de encuentro íntimo con Cristo, no un gesto social.
- Evita distracciones. Al llegar, cierra los ojos, inclina la cabeza, y di mentalmente: “Señor, aumenta mi fe, mi humildad y mi amor”.
- Enseña a tus hijos el valor del comulgatorio. Hazles arrodillarse contigo si es posible. ¡Están pisando tierra santa!
b) Para sacerdotes y ministros:
- Promueve el uso del comulgatorio donde sea posible. Si fue retirado, considera su reinstalación o uso simbólico.
- Recuerda que eres custodio del Misterio. Ayuda a los fieles a vivir la Eucaristía con asombro y devoción.
- Da ejemplo: celebra la Misa con reverencia, distribuye la Comunión con recogimiento, y forma a tus acólitos en este espíritu.
- Predica sobre la importancia de los signos. No se trata de “volver al pasado”, sino de volver a lo esencial.
VI. El comulgatorio hoy: ¿barrera o puente?
Quienes critican el comulgatorio suelen decir que “separa” a los fieles del altar, que es un “símbolo de clericalismo” o que es “innecesario en una liturgia participativa”. Pero nada más lejos de la realidad. El comulgatorio no es una barrera, sino un puente sagrado. Un umbral donde Dios y el hombre se encuentran, donde el alma se arrodilla para recibir al que baja del Cielo.
En tiempos de confusión litúrgica, de pérdida del sentido de lo sagrado, y de relativismo eucarístico, el comulgatorio puede ser un signo profético. No por nostalgia, sino por necesidad espiritual. Porque arrodillarse no es humillación: es reconocimiento de lo Santo. Porque recibir en la lengua no es arcaísmo: es acoger con manos limpias de alma. Porque mirar al altar y no al ministro es centrar la liturgia en Cristo.
Conclusión: reconstruyamos los comulgatorios del alma
Quizá en tu parroquia no haya barandilla. Quizá no te permitan arrodillarte. Quizá tengas que luchar contra la incomprensión. Pero puedes reconstruir en tu alma el sentido del comulgatorio. Haz de tu corazón ese umbral donde se arrodilla la fe, donde espera el amor, donde Cristo puede entrar sin ruido, sin prisa, sin irreverencia.
El comulgatorio no es un lujo del pasado. Es una necesidad del presente. Porque si no aprendemos a arrodillarnos ante Dios, terminaremos arrodillándonos ante los ídolos del mundo.
Y tú, ¿ya tienes un comulgatorio en el alma?