Introducción: Una Multitud que Cambia de Voz
En el silencio contemplativo de la Semana Santa, la liturgia nos presenta un contraste desgarrador: el mismo pueblo que un día aclamó a Jesús como Mesías con ramos y hosannas, días después grita con furia: «¡Crucifícalo!» (Mt 21:9; 27:22). Este dramático cambio no es solo un relato histórico; es un espejo de nuestra propia fragilidad espiritual.
¿Cómo es posible que quienes lo recibieron como rey lo rechacen como redentor? ¿Qué nos dice este giro sobre la naturaleza humana, sobre nuestras propias incoherencias? Y, más importante aún: ¿cómo podemos, hoy, evitar caer en la misma inconstancia?
I. El «Hosanna»: La Aclamación del Rey Humilde
1. El Significado del Hosanna
La palabra «Hosanna» proviene del hebreo «Hoshia na» (¡Sálvanos, por favor!), un grito de súplica y alianza que el pueblo de Israel dirigía a Dios en momentos de expectativa mesiánica (Sal 118:25). Cuando Jesús entra en Jerusalén montado en un pollino (Zac 9:9), la multitud lo reconoce como el cumplimiento de las profecías: el Rey prometido, el Hijo de David.
Pero hay un detalle crucial: Jesús no entra como un conquistador militar, sino como un rey de paz. Su reino no es de poder terrenal, sino de entrega y sacrificio.
2. La Incomprensión de la Multitud
El problema no fue la aclamación, sino la expectativa equivocada. Muchos esperaban un libertador político que los salvara de Roma, no un Salvador que les pidiera cargar su cruz (Lc 9:23). Cuando comprendieron que Jesús no venía a darles gloria terrenal, sino a invitarlos a la conversión, el entusiasmo se convirtió en decepción.
II. Del «Hosanna» al «Crucifícalo»: ¿Qué Pasó en Esos Días?
1. La Fragilidad de la Fe Superficial
La fe basada solo en emociones o beneficios temporales es frágil. La multitud vitoreó a Jesús cuando pensó que les daría triunfos inmediatos, pero abandonó esa fe cuando les exigió renuncia y amor al enemigo.
Hoy, muchos cristianos viven una fe similar: buscan a Dios en la prosperidad, pero lo abandonan en la prueba. Rezamos «Hosanna» cuando las cosas van bien, pero ¿se convierte nuestro corazón en un «crucifícalo» cuando su voluntad no coincide con la nuestra?
2. La Influencia de la Multitud y el Miedo
San Juan nos relata que muchos judíos «no confesaban su fe por miedo a los fariseos» (Jn 12:42). En el juicio de Jesús, la voz de la turba, manipulada por los líderes religiosos, arrastró a muchos a la condena. El miedo al qué dirán, a quedar mal, a ser rechazados, los llevó a traicionar su propia conciencia.
Hoy, el mundo sigue gritando «crucifícalo» de muchas maneras:
- Cuando ridiculiza la moral cristiana.
- Cuando exige silenciar la verdad en nombre de la «tolerancia».
- Cuando el relativismo nos tienta a negar a Cristo para no ser señalados.
3. La Tragedia de Barrabás: Elegir al Mundo en Lugar de Cristo
Pilatos les dio a elegir: «¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús?» (Mt 27:21). El pueblo prefirió al criminal. Es el drama de quien elige el pecado, la violencia o el placer antes que la gracia.
Hoy, seguimos eligiendo «Barrabás» cada vez que:
- Preferimos el egoísmo antes que la caridad.
- Justificamos el pecado porque «todos lo hacen».
- Cambiamos a Dios por ídolos modernos: el éxito, el poder, el hedonismo.
III. Lecciones para el Cristiano de Hoy
1. Examinar Nuestra Fe: ¿Es Auténtica o Interesada?
- ¿Amamos a Cristo por lo que Él es, o por lo que nos da?
- ¿Perseveramos en la fe cuando la vida se pone difícil?
2. No Seguir a la Multitud, Sino a la Conciencia
La voz de Dios no siempre es la más popular. El verdadero discípulo sigue a Cristo, aunque el mundo grite lo contrario.
3. La Cruz como Camino de Gloria
Jesús no evitó el sufrimiento porque sabía que el amor verdadero exige sacrificio. Nuestra fe no es un escape de la cruz, sino la fuerza para abrazarla.
4. La Misericordia para los Inconstantes
Pedro negó a Cristo, pero luego lloró y se convirtió. Dios perdona nuestra inconstancia si nos arrepentimos.
Conclusión: ¿Qué Gritarás Tú?
La Semana Santa nos confronta: ¿somos de los que gritan «Hosanna» solo cuando conviene, o de los que permanecen fieles hasta la cruz?
Hoy, el mundo sigue pidiendo que «crucifiquemos» a Cristo: con el silencio, con la indiferencia, con el pecado. Pero la liturgia nos llama a ser coherentes, a amar a Jesús no solo en el triunfo, sino en el sacrificio.
Que nuestra vida no sea un «Hosanna» vacío, sino un «Hosanna» eterno, el de quien lo sigue hasta el Calvario, sabiendo que, tras la cruz, viene la Resurrección.
«Señor, no permitas que mi fe sea inconstante. Que te reconozca como Rey no solo en la alegría, sino también en la prueba. Amén.»
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