Cuando el Velo se Rasgó: El día en que Dios abrió el Cielo para todos

“Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. Y el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.”
Marcos 15, 37-38


Introducción: Un momento que partió la historia

Hay instantes que transforman el mundo. Momentos en los que lo invisible se vuelve tangible, lo divino toca lo humano y lo eterno irrumpe en la historia. Uno de esos momentos ocurrió el Viernes Santo, cuando Cristo murió en la Cruz… y el velo del Templo se rasgó.

Parece un simple detalle litúrgico, casi incidental. Pero en realidad, es uno de los signos más potentes del Evangelio. No solo se trata de un hecho físico; es un terremoto espiritual que nos habla de acceso, reconciliación, salvación… y de una invitación radical: entrar en la presencia de Dios con corazón limpio, vida nueva y adoración verdadera.

En este artículo, exploraremos el significado profundo de este pasaje bíblico, su relevancia teológica y, sobre todo, cómo puede inspirarnos y guiarnos espiritualmente hoy, en medio de nuestras luchas, dudas, tareas y esperanzas.


1. ¿Qué era el velo del Templo?

Para comprender el impacto de este signo, necesitamos ir a las raíces del culto judío.

En el Templo de Jerusalén —el corazón de la religiosidad judía— había un lugar llamado el Santo de los Santos (Kodesh HaKodashim), donde residía la presencia de Dios. Este recinto sagrado estaba separado del resto del Templo por un gran velo o cortina, hecho de lino y púrpura, azul y escarlata (cf. Éxodo 26,31-33).

Solo una vez al año, el Sumo Sacerdote podía cruzar ese velo, el Día de la Expiación (Yom Kippur), para ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo. Este acto simbolizaba el profundo abismo entre Dios y el hombre a causa del pecado. El velo representaba esa separación: el hombre caído no podía acercarse a Dios por sí mismo.


2. El significado teológico de la rasgadura

Cuando Cristo muere en la Cruz, “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”. Este gesto tiene una carga teológica impresionante.

  • De arriba abajo: No fue una acción humana. Fue Dios quien lo rasgó. Es el cielo quien abre el acceso al hombre, no el hombre quien lo conquista.
  • El fin del antiguo culto: Se cierra el tiempo de los sacrificios de animales, del culto separado por linajes y ritos externos. Comienza la Nueva Alianza sellada con la Sangre de Cristo.
  • Acceso a la presencia de Dios: Ya no hay un lugar restringido para encontrar a Dios. Ahora, a través de Cristo, todos podemos entrar en comunión con el Padre. “Así pues, hermanos, teniendo plena libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros a través del velo, es decir, de su carne…” (Hebreos 10,19-20).
  • Cristo, el verdadero Templo: Jesús es el nuevo lugar de encuentro entre Dios y los hombres. Su cuerpo crucificado es el nuevo velo: traspasado por amor, rasgado para nuestra redención.

3. El mensaje espiritual para hoy

Este signo nos habla directamente. El velo rasgado no es solo un hecho del pasado: es una realidad viva para nuestra alma hoy.

a) Ya no estás separado de Dios

¿Cuántas veces te sientes lejos de Dios? ¿Imperfecto, indigno, impuro? El enemigo quiere que creas que Dios es inaccesible. Pero el velo ya fue rasgado. La separación terminó. En Cristo, puedes acercarte con confianza, no por tus méritos, sino por Su misericordia.

b) La adoración ya no es ritual vacío

Con el velo rasgado, la adoración ya no es un acto externo, sino un encuentro interior. No importa tanto el lugar como el corazón. Dios busca “adoradores en espíritu y en verdad” (cf. Juan 4,23). El culto auténtico no depende de formas, sino de entrega.

c) Vive como sacerdote de tu propia alma

En Cristo, todos somos hechos “pueblo sacerdotal” (cf. 1 Pedro 2,9). Ya no dependemos de un sumo sacerdote humano para interceder. Cristo intercede por nosotros, y tú estás llamado a ofrecer tu vida como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (cf. Romanos 12,1).


4. Una guía práctica para vivir el misterio del velo rasgado

1. Acércate al Sacramento de la Confesión como si pasaras por el velo

La Confesión es hoy ese paso del umbral. Es la sangre de Cristo la que te limpia y te permite entrar en comunión con Dios. No te demores. No esperes a “sentirte digno”. Corre a ese lugar donde el velo se abre y la gracia fluye.

2. Vive la Eucaristía con conciencia del acceso que se te ha dado

En cada Misa, entras al “Santo de los Santos”. Participas del mismo sacrificio que rasgó el velo. Comulgar no es un acto superficial: es tocar el cielo. Vive la Misa con asombro, con reverencia, con amor.

3. Crea un “santuario interior” en tu día a día

Apaga el ruido, haz silencio, busca momentos de oración. Tu alma es ahora templo del Espíritu Santo. Allí, en lo escondido, puedes encontrarte con el Dios que ya no está detrás de un velo, sino dentro de ti.

4. Rompe los velos que aún te separan de Dios y de los demás

¿Hay rencores, miedos, pecados ocultos? ¿Relaciones rotas? Pídele a Cristo que rasgue esos velos también. Él no solo abre el camino al Padre, sino también entre hermanos. El amor verdadero nace cuando caen las barreras.


5. El velo rasgado… y la Iglesia de hoy

En un tiempo donde muchas iglesias parecen levantar nuevos velos —de indiferencia, de tibieza, de abusos litúrgicos o de fe superficial— este signo es un llamado profético.

  • A recuperar el temor de Dios, la reverencia, el silencio sagrado.
  • A celebrar la Misa como el misterio supremo, y no como un acto social o banal.
  • A ser una Iglesia que abre caminos hacia Dios, no que los obstaculiza con escándalos o tibieza.

El velo se rasgó para que nadie vuelva a coserlo. Para que no volvamos a separar lo que Cristo ha unido con su Sangre.


Conclusión: El cielo está abierto

El velo se rasgó. El camino se abrió. Ya no hay que temer entrar en la presencia de Dios. Solo hay que desearlo, buscarlo, vivirlo.

Cristo murió para que tú tengas vida. No vivas como si el velo siguiera allí. Atrévete a cruzarlo cada día, en la oración, en los sacramentos, en la caridad.

Porque cuando el velo se rasgó… el corazón de Dios quedó expuesto. Y allí, nos espera un Amor que no conoce barreras.


“Acerquémonos, pues, con corazón sincero y plena fe, purificados interiormente de toda culpa y lavados exteriormente con agua pura.”
Hebreos 10,22

¿Y tú? ¿Te animas hoy a entrar?

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