“Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer.” (Mateo 14,16)
Introducción: Un milagro que no pasa de moda
En un mundo marcado por la escasez, el egoísmo y la competencia por los recursos, el relato evangélico de la multiplicación de los panes y los peces brilla como un faro inextinguible de esperanza. Muchos lo recuerdan vagamente como una historia de la infancia catequética, una especie de anécdota piadosa. Pero detrás de este milagro, narrado en los cuatro Evangelios, se esconde un mensaje teológico profundo, una pedagogía espiritual y una clave pastoral de inmenso poder. Este milagro no es simplemente una historia del pasado: es una profecía viva para nuestro presente.
El hecho en sí: ¿qué ocurrió?
El episodio principal se narra en Mateo 14,13-21; Marcos 6,30-44; Lucas 9,10-17 y Juan 6,1-15. Jesús se retira con sus discípulos, pero la multitud lo sigue. Hay hambre. Son cinco mil hombres, sin contar mujeres ni niños. Solo hay cinco panes de cebada y dos peces.
Jesús toma el pan, levanta los ojos al cielo, lo bendice, lo parte y lo da a los discípulos para que repartan. Todos comen. Todos se sacian. Sobran doce canastos.
Este gesto —bendecir, partir, dar— será anticipación explícita de la Eucaristía. Pero antes de correr hacia la liturgia, hay que detenerse en el contexto y en el contenido.
Una segunda multiplicación: ¿dos milagros similares?
Sí. Muchos no lo saben, pero hay dos multiplicaciones de panes narradas en los Evangelios.
- La primera (Mateo 14,13-21; Marcos 6,30-44; Lucas 9,10-17; Juan 6,1-15) habla de cinco panes, dos peces y cinco mil hombres.
- La segunda (Mateo 15,32-39; Marcos 8,1-10) narra siete panes, algunos peces pequeños y cuatro mil hombres.
Ambas están narradas de forma similar, pero con detalles diferenciados. Lo más interesante es que Jesús mismo se refiere a estas dos multiplicaciones como hechos separados, cuando pregunta a los discípulos:
“¿No os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántos cestos recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas llenasteis?” (Mateo 16,9-10)
Esto demuestra que no estamos ante una duplicación literaria sino ante dos signos deliberados y distintos, que merecen una lectura detallada.
Lectura teológica: El Reino empieza cuando se parte el pan
En ambos milagros encontramos la pedagogía del Reino:
1. Compasión que ve y actúa
Jesús ve a la multitud, “tuvo compasión de ellos” (Mc 6,34). El término griego usado, splagchnizomai, implica una conmoción profunda, visceral. Dios no es indiferente al hambre del hombre, ni a su fragilidad. Aquí se rompe la imagen de un Dios lejano: Él se inclina, se detiene, y da de comer.
2. La lógica del don, no de la acumulación
La pregunta de los apóstoles: “¿Dónde compraremos pan para que coman estos?” (Jn 6,5) revela la mentalidad humana: todo pasa por el mercado. Pero Jesús no compra, Él da. La economía del Reino no se basa en la transacción, sino en la gratuidad.
3. La cooperación humana: un niño y los discípulos
Dios no actúa sin nosotros. En la primera multiplicación, un niño ofrece lo poco que tiene (Jn 6,9). En ambas, los discípulos reparten el pan. No basta con que Jesús haga el milagro: hace falta una ofrenda inicial (aunque parezca insuficiente) y una disponibilidad al servicio. Esto interpela directamente a la vida de los creyentes: ¿qué estoy dispuesto a dar, aunque me parezca poco?
4. Satisfacción plena y sobras abundantes
La multiplicación no produce “lo justo”: produce abundancia. Doce canastos en la primera, siete en la segunda, símbolos de plenitud (doce tribus de Israel, siete días de la creación). En Cristo, la generosidad de Dios desborda. No es un pan “funcional”, sino “sacramental”: sacia y da sentido.
La anticipación de la Eucaristía: “Tomó, bendijo, partió y dio”
Los cuatro verbos usados en el milagro son idénticos a los de la institución eucarística (cf. Mt 26,26). La multiplicación es una catequesis eucarística encubierta. El pan partido es el signo visible del amor invisible de Dios. De hecho, San Juan, en su capítulo 6, omite la institución eucarística en la Última Cena, porque ya la ha desarrollado profundamente en este milagro.
Jesús dice: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). El milagro no solo apunta al hambre física: es un signo del hambre espiritual, que solo Cristo puede saciar.
Dimensión pastoral: ¿qué significa hoy este milagro?
Vivimos en un mundo donde:
- Hay millones que no comen cada día.
- Otros millones tiran comida a la basura.
- Se acumulan riquezas desmedidas mientras la pobreza se considera un fallo personal.
El milagro de los panes y los peces nos desafía como comunidad cristiana. No es solo un acto litúrgico: es un estilo de vida, una economía del compartir, una teología del don gratuito.
Preguntas que surgen al corazón cristiano:
- ¿Qué hago con lo que tengo?
- ¿Comparto mi tiempo, mi dinero, mi comida, mi fe?
- ¿Estoy atento a las necesidades del otro o solo a mi confort?
- ¿Me siento responsable de alimentar, espiritual y materialmente, a quienes me rodean?
El Papa Francisco lo expresa con fuerza en Evangelii Gaudium:
“No compartir con los pobres lo que se posee es robarles y quitarles la vida.” (EG 57)
Aplicación práctica: vivir el milagro hoy
- Recuperar el sentido del don en lo cotidiano
- Llevar comida a quien lo necesita.
- Invertir tiempo en quienes están solos.
- No vivir acumulando, sino redistribuyendo.
- Ser como el niño del Evangelio
- No esperar tener “mucho” para dar.
- Ofrecer lo poco que se tiene, sabiendo que en manos de Cristo se multiplica.
- Celebrar la Eucaristía con conciencia
- No como rito aislado, sino como expresión del milagro que debe continuar fuera del templo.
- Educar en una espiritualidad del compartir
- Enseñar a los hijos que lo importante no es tener, sino dar.
- Transformar las parroquias en comunidades de pan compartido, no solo de palabras.
Conclusión: «Dadles vosotros de comer»
La frase de Jesús a los discípulos es directa, cortante, inquietante. “Dadles vosotros de comer.” No es una sugerencia. Es un mandato. Cristo sigue partiendo el pan, pero lo hace a través de nuestras manos.
El milagro de la multiplicación no terminó en Galilea. Se sigue dando cada día, cuando un cristiano dice “sí” al otro, cuando una familia abre su casa, cuando una parroquia se convierte en hogar de los pobres, cuando el pan eucarístico se convierte en vida compartida.
El mundo no tiene hambre solo de pan. Tiene hambre de justicia, de amor, de Dios. Y solo un cristiano que haya aprendido a partir su pan como Cristo, podrá decir con verdad: “Jesús vive y alimenta al mundo”.
Palabras finales para meditar
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mateo 5,7)
Que nuestra vida sea una continua multiplicación de bienes, tiempo y amor, puestos en manos de Jesús. Porque en Él, lo poco se convierte en abundancia, y la generosidad en milagro.