CAMINOS QUE LLEVAN AL ATEÍSMO: CUANDO LA FE INFANTIL NO BASTA PARA ENFRENTAR LOS DRAMAS DE LA VIDA

Por qué muchos abandonan a Dios… y cómo volver a encontrarlo


Introducción: ¿Por qué tantos pierden la fe hoy?

Vivimos en una época en la que hablar de Dios parece, para muchos, cosa del pasado. El ateísmo se ha extendido con una fuerza sorprendente, no como resultado de una reflexión profunda, sino como un abandono silencioso, casi inconsciente. Muchos no se declaran ateos convencidos por argumentos filosóficos o científicos, sino que simplemente “dejan de creer”, como quien se deshace de algo que ya no le sirve. Lo trágico es que en muchos casos, nunca supieron realmente qué era tener fe.

El problema no es que el mundo moderno haya vencido a Dios, sino que muchos cristianos fueron mal preparados para los desafíos de la vida adulta. ¿Cuántos han dejado su formación religiosa en lo que aprendieron a los ocho años, cuando se preparaban para la Primera Comunión? ¿Cómo va a sostener esa fe infantil los golpes de la vida, las muertes, las injusticias, las crisis, las dudas, los sufrimientos…?

Un niño puede recitar el catecismo, pero solo un adulto formado en la fe puede mirar el mal cara a cara y seguir creyendo que Dios es bueno. De eso trata este artículo: de los caminos que conducen al ateísmo… y de cómo recorrer el camino de vuelta al corazón del Padre.


I. El ateísmo no siempre empieza negando a Dios

Antes de ser una ideología, el ateísmo muchas veces es un síntoma. No todos los que abandonan la fe lo hacen por odio a Dios, sino por desilusión, por ignorancia, por cansancio, por heridas no sanadas. Estos son algunos de los caminos más frecuentes que llevan al ateísmo:


1. La ignorancia religiosa: creer con una fe infantil en un mundo adulto

«Mi pueblo perece por falta de conocimiento» (Oseas 4,6)

Muchos adultos conservan la misma idea de Dios que les enseñaron cuando eran niños: un viejito bondadoso en el cielo, que premia si eres bueno y castiga si eres malo. Pero cuando llegan los problemas reales –un cáncer, una traición, la muerte de un hijo, una guerra, un escándalo en la Iglesia– esa imagen infantil se rompe en mil pedazos. Y, como nadie les enseñó más, concluyen: «Dios no existe».

Lo que sucede es que se les enseñó a amar a un dios de cartón piedra, no al Dios vivo, trinitario, personal, redentor, que abraza la cruz con nosotros.

La fe necesita madurar. Y como todo lo que no se cuida, si no se alimenta, se marchita. No basta con una preparación de catequesis para la Primera Comunión. ¡Eso es solo el comienzo!


2. El escándalo y el mal ejemplo dentro de la Iglesia

El pecado de los hombres de Iglesia ha hecho que muchos pierdan la fe. Y no es para menos. Cuando alguien en quien confiabas te decepciona –un sacerdote, un catequista, un familiar creyente– la herida puede ser tan profunda que se confunde a Dios con sus representantes.

Pero no debemos olvidar una verdad clave: los pecados de los cristianos no anulan la santidad de Cristo. La traición de Judas no destruyó la divinidad de Jesús.

Abandonar a Cristo por culpa de los hombres es como dejar de ir al médico porque algunos pacientes no se curaron. Cristo sigue siendo el único que puede sanar nuestras heridas más profundas.


3. La cultura del relativismo y el hedonismo

Vivimos en un mundo que repite como mantra: “Nada es verdad, todo es según el cristal con que se mire”. En este contexto, la fe cristiana, con su afirmación de verdades absolutas (como que hay un solo Dios, un solo Salvador, una sola Iglesia, un solo camino al cielo), parece intolerante o anticuada.

Además, el hedonismo –la búsqueda del placer por encima de todo– ha convertido a Dios en un estorbo para muchos. “Si Dios me dice que no puedo hacer lo que quiero, entonces prefiero vivir sin Él”.

Pero la verdad no deja de ser verdad porque no nos guste, y el bien no desaparece por el hecho de que muchos lo rechacen.

“Llegará el tiempo en que no soportarán la sana doctrina… y se apartarán de la verdad, volviéndose a las fábulas” (2 Timoteo 4,3-4)


4. El sufrimiento no comprendido

Una de las razones más comunes por las que muchos abandonan la fe es esta: “Si Dios existe, ¿por qué permite tanto sufrimiento?”

Esta es la gran pregunta del corazón humano. Y no se responde con frases hechas, sino con la experiencia del Crucificado. Dios no nos da una explicación fría del dolor, nos da a su Hijo muriendo con nosotros y por nosotros.

Un Dios que no sufre, no sirve. Un Dios que no entra en nuestra noche, no es el Dios verdadero. Por eso la cruz es el centro de nuestra fe. Y solo quien comprende la cruz, comprende el amor de Dios.


II. El error de muchos católicos: creer que ya no necesitan formarse

¿Cuántos adultos hay hoy que se consideran “católicos no practicantes”, pero que en realidad son ignorantes funcionales en temas de fe? Hicieron su Primera Comunión, quizás se casaron por la Iglesia, pero nunca más estudiaron, leyeron el Evangelio, profundizaron el Catecismo o participaron en una formación seria.

¿Acaso te alimentarías toda la vida con la comida que comías a los seis años? ¿Por qué entonces muchos pretenden que con la fe de su infancia podrán sostenerse en el mundo actual?

Una fe que no se forma, se deforma. Una fe que no madura, se pudre.

Los adultos necesitan una formación religiosa sólida, como adultos. La teología, lejos de ser algo lejano o reservado para clérigos, es la sabiduría de la Iglesia que da sentido a la vida. El Catecismo de la Iglesia Católica es un regalo inagotable. El magisterio, la liturgia, los sacramentos… son faros que iluminan el camino en un mundo de tinieblas.

“Estad siempre dispuestos para dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pedro 3,15)


III. ¿Cómo prevenir el ateísmo? Caminos de regreso al Padre

1. Reeducarse en la fe

El primer paso para no caer (o para levantarse) del ateísmo es volver a aprender la fe. Como adultos, tenemos que volver al catecismo, al Evangelio, al magisterio. Buscar formación católica auténtica, leer a los Padres de la Iglesia, acudir a retiros, estudiar con profundidad… no para ser sabihondos, sino para conocer y amar más a Dios.

2. Buscar comunidad

La fe no se vive en soledad. Si te rodeas de personas que desprecian a Dios, poco a poco te volverás como ellos. Pero si te rodeas de cristianos que oran, estudian, luchan, aman… su ejemplo te fortalecerá.

Por eso los grupos parroquiales, las comunidades tradicionales, los movimientos eclesiales fieles al Magisterio son fundamentales. Nadie se salva solo.

3. Volver a los sacramentos

Muchos han perdido la fe porque dejaron de comulgar, de confesarse, de rezar. La gracia se marchita si no se alimenta.

Volver a la misa, redescubrir la adoración eucarística, buscar la confesión frecuente… son caminos reales y seguros para reavivar la llama de la fe. La liturgia tradicional, por su belleza, su profundidad y su sentido del misterio, es especialmente poderosa para reconducir almas perdidas hacia Dios.

4. Aceptar que no lo sabes todo

Uno de los pecados más sutiles del ateísmo moderno es la soberbia intelectual. Creer que, porque algo no lo entiendo, entonces no puede ser verdad. Pero la humildad es la puerta de la sabiduría.

Dios es más grande que nuestras cabezas. Si no aceptamos que hay Misterios que nos superan, nunca lo encontraremos.


Conclusión: No basta con haber creído una vez

La fe es un combate. Y el enemigo no descansa. Si no formamos nuestras almas, si no alimentamos nuestra fe, si no renovamos nuestro conocimiento de Dios, tarde o temprano acabaremos por perderlo. El ateísmo no es un rayo que cae de golpe: es el resultado de años de descuido, de ignorancia, de heridas no sanadas, de soledad espiritual.

Pero Dios no abandona a nadie. Aunque hayas dejado de creer, Él sigue creyendo en ti. Aunque te hayas alejado, Él sigue esperando en el sagrario.

Hoy más que nunca, los católicos debemos volver a las fuentes: la Sagrada Escritura, la Tradición, el Magisterio, los sacramentos, la oración… y no con la mentalidad de niños, sino con la inteligencia y el corazón de hombres y mujeres adultos, que buscan y aman la Verdad con todo su ser.

“Buscad al Señor mientras se deja encontrar, llamadlo mientras está cerca” (Isaías 55,6)


Aplicaciones prácticas para el lector

  1. Dedica 10 minutos al día al estudio de la fe: puede ser el Catecismo, un libro de apologética, la vida de un santo.
  2. Busca una comunidad católica fiel donde puedas crecer y compartir la fe.
  3. Acércate a la confesión y la Eucaristía con regularidad.
  4. No temas tus dudas. Preséntalas a un sacerdote, a un teólogo, a Dios mismo en la oración.
  5. Ora cada día. Aunque no sientas nada. La fe no es emoción, es fidelidad.

Dios no se cansa de esperar. No permitas que la ignorancia, el dolor o el orgullo te roben lo más precioso: la fe. Si alguna vez fuiste creyente, puedes volver a serlo. Y esta vez, no como un niño… sino como un hijo adulto que ha comprendido el amor del Padre.

Acerca de catholicus

Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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