Cuando comienza a sonar el Gloria in excelsis Deo en la Santa Misa, se abre un momento de luz y de plenitud espiritual: es como si la tierra se uniera al coro de los ángeles que cantaron en Belén la noche en que nació nuestro Salvador. No es un simple himno; es una proclamación solemne de fe, un canto de adoración y una escuela de teología condensada en palabras.
En tiempos en los que la fe se ve reducida a veces a sentimientos vagos o experiencias pasajeras, redescubrir el Gloria es reencontrarse con la grandeza de la liturgia y, sobre todo, con el misterio de Cristo, a quien se dirigen sus alabanzas.
1. Historia del Gloria: el cántico de los ángeles que se convirtió en oración de la Iglesia
El Gloria tiene sus raíces en el Evangelio según San Lucas (Lc 2,14):
“Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
Estas palabras fueron pronunciadas por los ángeles en la Nochebuena, anunciando a los pastores el nacimiento del Mesías. Era un cántico nuevo, el himno de la Encarnación, el canto de júbilo de la creación redimida.
Con el paso del tiempo, la Iglesia lo adoptó como himno litúrgico. En los primeros siglos, se recitaba principalmente en la oración matutina, como un canto de alabanza para empezar el día bajo la luz de Cristo. Fue en Oriente donde se difundió primero, y luego pasó a Roma.
En la liturgia romana, el papa San Dámaso (s. IV) lo introdujo en las Misas de Navidad. Más tarde, en el siglo XI, quedó establecido en la forma que hoy conocemos, como parte del Ordinario de la Misa, reservado para domingos y solemnidades, es decir, para los días en que la Iglesia quiere subrayar con alegría la gloria de Dios manifestada en Cristo.
2. Estructura teológica del Gloria: un himno trinitario y cristológico
El Gloria es, en sí mismo, un resumen de la fe católica. Su estructura refleja un crescendo de adoración:
- Alabanza inicial: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.
- Aquí resuena la voz de los ángeles, recordándonos que nuestra liturgia no es una invención humana, sino participación en el canto celestial.
- Enumeración de alabanzas: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias…”
- Cinco verbos que expresan la totalidad de la actitud cristiana ante Dios. La liturgia no pide nada en este momento, simplemente se postra en adoración.
- Cristología: “Señor Jesucristo, Hijo único, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre…”
- Es el corazón del himno: Cristo es proclamado como verdadero Dios, Redentor y Mediador.
- Súplica confiada: “Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros…”
- Aquí aparece la dimensión pascual: el Cordero inmolado que intercede por nosotros.
- Confesión de fe trinitaria: “Porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre”.
- El himno culmina en la visión trinitaria, mostrándonos que la liturgia es entrar en el amor eterno del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
3. El Gloria y nuestra vida espiritual: lo que nos enseña para hoy
El Gloria no es un “relleno musical” en la Misa. Es un ejercicio espiritual. Cada vez que lo rezamos o cantamos, aprendemos a vivir de un modo más cristiano:
- Nos enseña a poner a Dios primero. En una cultura obsesionada con el yo, el Gloria es un antídoto: no pedimos nada, simplemente alabamos.
- Nos recuerda que la paz verdadera viene de Dios. No de acuerdos humanos, ni de ideologías, sino de la reconciliación con Cristo.
- Nos invita a vivir en gratitud. El Gloria es un canto de acción de gracias: el cristiano no puede vivir en queja constante, sino en gratitud.
- Nos hace humildes. Reconocemos que necesitamos la piedad de Cristo que quita el pecado del mundo.
4. Guía práctica: cómo vivir el Gloria en la vida diaria
Desde un punto de vista teológico y pastoral, el Gloria puede convertirse en una verdadera escuela de oración. Aquí tienes algunas prácticas concretas:
- Recítalo en tu oración personal. No es exclusivo de la Misa; puedes rezarlo cada mañana como alabanza al iniciar el día.
- Medítalo por partes. Dedica un tiempo a reflexionar en cada verbo: ¿cómo alabo yo a Dios? ¿Cómo le bendigo en mi vida cotidiana?
- Conéctalo con la Navidad. Cada vez que lo rezas, recuerda a los ángeles de Belén: la Encarnación sigue siendo actual en tu vida.
- Úsalo como examen espiritual. Pregúntate: ¿mi vida es un Gloria a Dios? ¿O es más bien una queja continua?
- Vívelo comunitariamente. Cuando en la Misa lo cantas con otros, recuerda que no es tu voz aislada, sino la Iglesia entera la que se une a los coros celestiales.
5. El Gloria y el mundo de hoy: una palabra profética
En un mundo marcado por la guerra, la división y la idolatría del poder y del dinero, el Gloria proclama algo revolucionario:
- La gloria no es del hombre, sino de Dios. Frente al culto a la fama, el poder o el dinero, el Gloria pone a Dios en el centro.
- La paz no es un acuerdo político, sino don divino. “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Jn 14,27).
- La verdadera dignidad del hombre está en ser amado por Dios. “A los hombres que ama el Señor”: en esto se basa la auténtica justicia social y la defensa de la vida.
6. Conclusión: que tu vida sea un Gloria
El Gloria de la Misa es mucho más que un canto dominical: es una escuela de vida cristiana. Nos enseña a poner a Dios en el centro, a vivir agradecidos, a pedir perdón con humildad y a confesar la fe en Cristo ante el mundo.
Si quieres una clave para vivir con alegría, comienza tu jornada como la Misa: diciendo “Gloria a Dios”. Entonces tu vida misma se convertirá en un himno que une la tierra con el cielo.
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo” (Mt 5,16).