Luz sobre el altar: El profundo simbolismo de los candelabros en la Liturgia Católica

Introducción: ¿Cuántos candelabros deben usarse en el altar?

Puede parecer una pregunta menor, casi decorativa. ¿Importa realmente cuántos candelabros hay sobre el altar durante la Misa? En un mundo que tiende a relativizar los signos y a despojar la liturgia de su simbolismo, redescubrir el profundo significado de cada elemento litúrgico es una necesidad urgente.
La luz en el altar no es un simple adorno: es símbolo de Cristo, luz del mundo (cf. Jn 8,12), es testimonio de la fe, es anuncio silencioso de la Gloria de Dios y eco de una Tradición que ha atravesado siglos.
En este artículo, exploraremos la historia, el significado, el simbolismo y la praxis litúrgica de los candelabros en el altar, para recuperar con profundidad lo que hoy muchos han olvidado o desestimado.


I. Orígenes: Luz y presencia divina desde el Antiguo Testamento

Desde los tiempos bíblicos, la luz ha sido sinónimo de la presencia de Dios. En el Éxodo, Dios ordenó la construcción de un candelabro de siete brazos (la menorá) para el Tabernáculo:

“Harás también un candelabro de oro puro… y pondrás las lámparas sobre él, de manera que alumbren hacia adelante” (Éxodo 25,31-37).

Este candelabro debía arder continuamente, como signo de la presencia divina en medio del pueblo. De ahí deriva una verdad profunda: la luz que arde junto al altar no es simple iluminación, sino señal sacramental del misterio que se celebra.


II. Jesús, Luz del mundo: Fundamento teológico del uso de candelabros

Cristo mismo nos lo dijo:

“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8,12).

En la Santa Misa, el altar es Cristo mismo: “Cristo es el sacerdote, el altar y la víctima”, enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1383). Por tanto, los candelabros sobre el altar no son ornamento externo, sino expresión visible de esta verdad invisible: la presencia de Cristo-Luz, que se inmola por amor a su Iglesia.


III. Evolución histórica: De la catacumba al misal

a) En los primeros siglos:

Los cristianos, celebrando en catacumbas, usaban lámparas de aceite. La luz no solo permitía ver en la oscuridad, sino que recordaba la vigilancia espiritual y el carácter sagrado del acto.

b) Edad Media:

Se institucionaliza el uso de dos, cuatro o seis candelabros sobre el altar, según la solemnidad de la celebración. La luz adquiere significado teológico y jerárquico.

c) Trento y la liturgia romana:

El Misal Romano de San Pío V (1570) establece una praxis clara: dos candelabros en Misas rezadas, y cuatro o seis en Misas solemnes, con siete cuando oficia un obispo.

Esta práctica ha continuado hasta el día de hoy en la liturgia tradicional (Usus Antiquior), aunque ha sufrido cierta confusión o abandono en la forma ordinaria.


IV. ¿Cuántos candelabros deben usarse y por qué?

Según la tradición litúrgica:

Tipo de MisaCantidad de Candelabros
Misa rezada (sin canto)2
Misa cantada (con diácono o subdiácono)4 o 6
Misa pontifical (obispo oficiante)7

Estos números no son arbitrarios, sino cargados de simbolismo:

  • Dos: representación de la naturaleza divina y humana de Cristo.
  • Cuatro: alusión a los cuatro Evangelios o los cuatro puntos cardinales (universalidad del sacrificio).
  • Seis: número de la creación (Gn 1), que se eleva a Dios en la Eucaristía.
  • Siete: perfección, plenitud. En el Apocalipsis, las siete lámparas representan los siete espíritus de Dios (cf. Ap 4,5). El Obispo, como sucesor de los apóstoles, celebra con plenitud de signos.

V. El simbolismo de la luz en la Liturgia

Los candelabros no son solo “fuentes de luz”, sino signos sagrados. ¿Qué simbolizan?

  1. Cristo Resucitado: Cada vela ardiendo recuerda que la oscuridad ha sido vencida.
  2. Nuestra fe: Encender una vela es una forma de proclamar: “Creo, espero, amo”.
  3. Sacrificio perpetuo: Como la cera se consume lentamente, así se ofrece el alma a Dios.
  4. La oración de los fieles: Como enseña el Salmo 141: “Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda vespertina”.

VI. Aplicaciones pastorales y espirituales

a) En la vida parroquial:

  • Recuperar el uso tradicional de candelabros según la solemnidad litúrgica es más que una cuestión estética: es catequesis visual, es respeto por lo sagrado.
  • Las parroquias pueden formar a sus fieles explicando por qué se encienden las velas, cuándo y cuántas, devolviendo sentido al rito.

b) En la vida personal:

  • En casa, colocar una vela junto a una imagen o un crucifijo es continuar el altar doméstico, haciendo presente a Cristo-Luz en la familia.
  • Enseñar a los niños a encender una vela al rezar los convierte en liturgos del hogar.

VII. ¿Y en la liturgia moderna?

La Instrucción General del Misal Romano (IGMR), en su número 117, establece:

“Sobre el altar, o cerca de él, debe haber, al menos, dos candelabros con velas encendidas, o más, según la índole de las distintas celebraciones…”

Aunque deja cierta flexibilidad, no anula la tradición. Se mantiene la norma mínima de dos velas, pero se invita a adaptar el número según la solemnidad.

¿Qué se ha perdido? La riqueza simbólica de las seis o siete velas, especialmente en celebraciones episcopales, ha sido relegada, a menudo por desconocimiento. Es hora de redescubrir su valor y devolver a la liturgia su esplendor mistagógico.


VIII. Una guía práctica y teológica para hoy

¿Cómo aplicar esto en la vida parroquial y personal?

  1. Conocer la norma litúrgica y explicarla a los fieles.
  2. No reducir lo sagrado al mínimo: la belleza también evangeliza.
  3. Formar a los acólitos y sacristanes en el sentido de los candelabros.
  4. Celebrar con dignidad: una Misa con seis candelabros, incluso sin canto, eleva el alma.
  5. Restaurar el uso del séptimo candelabro en Misas episcopales.
  6. Educar desde el simbolismo: explicar a niños y jóvenes por qué se usa la cera, la llama, el número.

Conclusión: La luz del altar no se negocia

En un mundo que oscila entre la oscuridad espiritual y la sobreexposición de imágenes vacías, la luz del altar es silencio que habla, fuego que arde, Dios que se queda.

Redescubrir la importancia del número y disposición de los candelabros no es nostalgia: es fidelidad a la fe que nos fue transmitida.

El altar es el Calvario. Y en él, como en el Gólgota, solo hay una Luz que lo ilumina todo: Cristo crucificado y resucitado, que con cada vela encendida nos dice una vez más:

“Vosotros sois la luz del mundo… No se enciende una lámpara para ponerla debajo de un celemín” (Mt 5,14-15).


Que cada vela sobre el altar sea una pequeña llama en el corazón de cada fiel.
Que la belleza visible nos conduzca al misterio invisible.
Y que cada Misa nos convierta en reflejo de Aquel que es Luz eterna.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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