INTRODUCCIÓN
Quizá lo has visto mil veces en fotos, postales o en tu propia peregrinación a Roma: en el centro exacto de la majestuosa Plaza de San Pedro, como un dedo que apunta al cielo, se yergue un imponente obelisco egipcio. ¿Qué hace un símbolo pagano en el corazón del cristianismo? ¿No resulta contradictorio ver una reliquia del antiguo Egipto –cuna de idolatría y magias faraónicas– presidiendo el lugar más santo de la cristiandad?
Lejos de ser un adorno decorativo o una excentricidad arquitectónica, este obelisco es un poderoso signo espiritual, un testimonio de victoria y una lección teológica viva. Su presencia no solo tiene un profundo sentido histórico, sino también una relevancia espiritual que puede transformar nuestra manera de ver el mundo, de vivir la fe… y de comprender la victoria de Cristo.
Este artículo te llevará por el apasionante viaje de esta piedra milenaria: desde su origen pagano hasta su consagración cristiana; desde las arenas de Egipto hasta la colina del Vaticano. Prepárate para descubrir no solo un monumento, sino un mensaje. Uno que sigue resonando hoy, más urgente que nunca.
1. Una piedra del Nilo en la Ciudad Eterna: el origen del obelisco
Este obelisco fue tallado hace más de 3000 años en las canteras del Alto Egipto, durante el reinado del faraón Mencares (o Menkaura), alrededor del año 1300 a.C. Su función original era religiosa: como todos los obeliscos, era símbolo del dios solar Ra, representación de la fuerza vital y divina del faraón, y punto focal de rituales mágicos y astrológicos. Eran considerados auténticos talismanes del poder del sol.
Este en particular fue trasladado a Alejandría por orden de Augusto, tras la conquista romana de Egipto, y más tarde llevado a Roma por el emperador Calígula (siglo I d.C.). Fue instalado en su circo personal: el Circo de Nerón, que se encontraba exactamente en el lugar donde hoy está la Basílica de San Pedro.
Allí, a la sombra del obelisco, tuvieron lugar horribles persecuciones. Aquí, donde hoy los peregrinos caminan, muchos cristianos fueron martirizados. Y entre ellos, nada menos que el apóstol Pedro, quien según la Tradición fue crucificado cabeza abajo no muy lejos de este obelisco.
2. De signo de idolatría a testigo del martirio: la redención del símbolo
Durante siglos, este obelisco permaneció como mudo testigo del nacimiento sangriento de la Iglesia. No tenía inscripciones cristianas. Era, aún, una reliquia pagana en el corazón de la fe.
Pero en el año 1586, el papa Sixto V, en un acto de audacia y visión profética, mandó trasladar el obelisco al centro de la nueva plaza que comenzaba a tomar forma ante la Basílica. Encargó la monumental tarea al arquitecto Domenico Fontana.
El traslado fue una auténtica hazaña técnica y espiritual. Fontana utilizó más de 900 hombres, 75 caballos, grúas y cabrestantes. Pero lo más sorprendente fue que Sixto V no lo hizo solo por estética: lo hizo como acto de exorcismo simbólico. El obelisco fue cristianizado.
3. El rito de la redención: el exorcismo del obelisco
Antes de alzarlo, el Papa ordenó exorcizarlo solemnemente. El monumento fue rociado con agua bendita, se rezaron oraciones y se colocó en su cima una gran cruz de bronce, dentro de la cual, según documentos vaticanos, fueron colocadas reliquias de la Santa Cruz de Cristo.
Así, el símbolo del dios pagano Ra fue sometido al poder del único Dios verdadero. La cruz venció al sol, y el madero de la salvación coronó la piedra de la esclavitud. El obelisco, testigo de idolatrías, se convirtió en testigo de mártires. Aquello que había sido usado por los emperadores para glorificarse a sí mismos, se convirtió ahora en pedestal para glorificar a Cristo.
“El Señor dijo a Moisés: Haz una serpiente de bronce y ponla sobre un asta. Quien la mire, quedará curado” (Números 21,8). Este pasaje cobra un eco espiritual aquí: aquello que era causa de muerte, al ser alzado en fe, se transforma en salvación.
4. ¿Qué nos dice este obelisco hoy? Relevancia teológica y pastoral
4.1. La cruz vence al mundo
Este obelisco, tan antiguo como el pecado del hombre, nos recuerda una gran verdad: la gracia puede redimir incluso lo más impuro. Dios no destruye: transforma. Cristo no vino a eliminar el mundo, sino a salvarlo desde dentro.
Así como el obelisco fue convertido en altar, tú también puedes ser transformado. No importa tu pasado, tus heridas, tus errores. Si te dejas coronar por la cruz, te conviertes en instrumento de gracia.
4.2. La historia se convierte en liturgia
Cada vez que un peregrino reza en la Plaza de San Pedro, ese antiguo monumento pagano participa, de algún modo, en el culto al Dios vivo. La Iglesia no borra la historia: la santifica. Este gesto nos recuerda que el cristiano está llamado a reconquistar el mundo para Cristo, no a huir de él.
4.3. La vida del cristiano: una piedra que apunta al cielo
El obelisco apunta al cielo. Como él, tu vida debe elevarse, señalar a Dios, ser testigo silencioso y firme en medio del ruido. En un mundo que a menudo parece regresar al paganismo, el cristiano debe ser piedra vertical, inquebrantable, coronado por la Cruz.
5. Aplicaciones prácticas: cómo vivir la espiritualidad del obelisco
1. Revisa tus símbolos
¿Qué imágenes, objetos, rutinas hay en tu vida que aún pertenecen al “Egipto” de tu pasado? ¿Qué necesitas exorcizar, bendecir o transformar? Así como el Papa ordenó poner una cruz sobre el obelisco, pon tú una cruz sobre todo lo que haces. Hazlo con intención. Hazlo orando.
2. No destruyas: redime
La cultura actual necesita cristianos que no huyan del mundo, sino que lo transformen. Aprende a ver las semillas de verdad donde nadie más las ve. Como el Papa Sixto V, pregunta: ¿cómo puedo convertir esto en algo que glorifique a Dios?
3. Persevera en medio de la persecución
El obelisco fue testigo de mártires. La fe verdadera no se vive en confort, sino en entrega. Si estás sufriendo por ser fiel, recuerda: estás “bajo el obelisco”. Tu testimonio no será en vano. Es ahí donde se alza la Iglesia.
6. Una guía espiritual a los pies del obelisco
Si alguna vez visitas Roma, o ves una imagen de la Plaza de San Pedro, detente un momento y contempla esa piedra. Hazlo como ejercicio espiritual. Imagina:
- El sol egipcio que lo iluminó… sustituido por la luz de Cristo.
- La arena del desierto… sustituida por la sangre de los mártires.
- El silencio pagano… sustituido por el canto de los peregrinos.
Reza allí. Medita lo que significa que la cruz haya vencido. Y recuerda: tú también eres llamado a ser un “obelisco cristiano”: firme, elevado, redimido, orientado al cielo.
CONCLUSIÓN: UN MONUMENTO, UNA VOCACIÓN
En un mundo que a menudo parece más cercano al Egipto de Faraón que al Reino de Cristo, el obelisco de la Plaza de San Pedro nos lanza un mensaje poderoso: la cruz no elimina, transforma. No borra, consagra. No destruye la historia, la llena de gracia.
Que tú también puedas vivir esta redención. Que tu pasado, como el del obelisco, no te pese… sino que apunte al cielo. Y que, en medio de un mundo cada vez más oscuro, tú seas una piedra vertical de fe que recuerda a todos que Cristo reina… y su Reino no tendrá fin.
“El Señor reina, está vestido de majestad” (Salmo 93,1)