«Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa»: Una reflexión sobre la autenticidad en la vida espiritual y el peligro de buscar reconocimiento humano

En el Evangelio de Mateo (6, 2), Jesús nos advierte con una frase que, aunque breve, contiene una profundidad teológica y espiritual inmensa: «Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa». Estas palabras, pronunciadas en el contexto del Sermón de la Montaña, nos invitan a reflexionar sobre la intención detrás de nuestras acciones, especialmente en lo que respecta a la práctica de la virtud y la búsqueda de la santidad. En un mundo donde las redes sociales y la cultura del «like» han transformado la manera en que nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos, esta enseñanza de Cristo cobra una relevancia sorprendentemente actual.

El origen y el contexto histórico de la advertencia de Jesús

Para comprender plenamente el significado de esta frase, es necesario situarnos en el contexto histórico y cultural en el que Jesús la pronunció. En la Palestina del siglo I, la religión judía estaba profundamente marcada por prácticas piadosas como la limosna, la oración y el ayuno. Sin embargo, estas prácticas, que en sí mismas eran buenas y necesarias, corrían el riesgo de ser desvirtuadas por la búsqueda de reconocimiento humano. Los fariseos, por ejemplo, eran conocidos por hacer ostentación de su religiosidad, buscando la admiración de los demás más que la gloria de Dios.

Jesús, en su infinita sabiduría, identifica este peligro y nos advierte: «Cuando des limosna, no lo vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa» (Mateo 6, 2). En otras palabras, si nuestra motivación para hacer el bien es recibir el aplauso de los demás, ese aplauso será nuestra única recompensa. No habrá mérito ante Dios, porque nuestra intención no estaba puesta en Él, sino en nosotros mismos.

La recompensa humana vs. la recompensa divina

Este pasaje nos introduce a una distinción crucial en la vida espiritual: la diferencia entre la recompensa humana y la recompensa divina. La recompensa humana es efímera, superficial y, en última instancia, insatisfactoria. Es el «like» en redes sociales, el cumplido de un amigo, el reconocimiento público. Es algo que, aunque pueda darnos una satisfacción momentánea, no llena el corazón ni nos acerca a Dios.

La recompensa divina, por el contrario, es eterna y transformadora. Es la gracia de Dios, la paz interior, la alegría que proviene de saber que estamos haciendo su voluntad. Es la promesa de la vida eterna, que no se compara con ningún reconocimiento humano. Como nos dice San Pablo en su carta a los Colosenses: «Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la herencia como recompensa» (Colosenses 3, 23-24).

El peligro de la vanidad en la vida espiritual

Uno de los mayores peligros en la vida espiritual es la vanidad, ese deseo sutil pero poderoso de ser reconocidos, admirados y alabados. La vanidad puede infiltrarse en nuestras acciones más santas, convirtiendo incluso la oración, el ayuno y la limosna en actos de auto-promoción. Es por eso que Jesús nos llama a practicar estas virtudes en secreto: «Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mateo 6, 3).

San Juan de la Cruz, el gran místico y doctor de la Iglesia, hablaba de la «noche oscura del alma», un proceso de purificación en el que el creyente debe desprenderse de todo apego, incluyendo el apego a las consolaciones espirituales y al reconocimiento humano. Solo así, en la oscuridad de la fe, podemos encontrarnos verdaderamente con Dios.

Una anécdota ilustrativa: San Francisco de Asís y el leproso

Cuenta la historia que San Francisco de Asís, en su juventud, sentía una profunda repulsión hacia los leprosos. Un día, mientras cabalgaba por los alrededores de Asís, se encontró con un leproso. En lugar de huir, como hubiera hecho en el pasado, Francisco se bajó de su caballo, abrazó al leproso y le dio una limosna. En ese momento, experimentó una profunda transformación interior. Más tarde, diría que lo que antes le parecía amargo (el contacto con los leprosos) se le había vuelto dulce.

Esta anécdota ilustra perfectamente el espíritu de la enseñanza de Jesús. Francisco no buscó el reconocimiento de los demás; de hecho, es probable que nadie lo viera en ese momento. Su acción fue motivada por el amor a Dios y al prójimo, y fue precisamente en esa autenticidad donde encontró su recompensa: la gracia de la conversión.

La relevancia actual de esta enseñanza

En nuestra era digital, donde la imagen pública y la validación externa se han convertido en una obsesión para muchos, la advertencia de Jesús es más pertinente que nunca. ¿Cuántas veces publicamos en redes sociales nuestras buenas acciones, esperando que otros las vean y nos aplaudan? ¿Cuántas veces nos preocupamos más por la apariencia de santidad que por la santidad misma?

Jesús nos invita a vivir de manera auténtica, a buscar la recompensa que viene de Dios y no la que viene de los hombres. Esto no significa que debamos esconder nuestras buenas acciones, sino que debemos examinar nuestras intenciones. ¿Estamos haciendo esto por amor a Dios y al prójimo, o por amor a nosotros mismos?

Conclusión: La autenticidad como camino hacia la santidad

La frase «Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa» es una llamada a la autenticidad en nuestra vida espiritual. Nos desafía a examinar nuestras intenciones, a purificar nuestros motivos y a buscar siempre la gloria de Dios por encima de la nuestra. En un mundo que nos incita constantemente a buscar la validación externa, esta enseñanza nos recuerda que la única recompensa que verdaderamente importa es la que viene de Dios.

Que esta reflexión nos inspire a vivir con mayor autenticidad, a practicar las virtudes no por lo que puedan darnos en esta vida, sino por el amor que tenemos a Dios y al prójimo. Como nos dice San Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Porque cuando amamos de verdad, nuestras acciones ya no buscan recompensa humana, sino que se convierten en un reflejo del amor de Dios en el mundo.


Este artículo no solo busca educar, sino también inspirar a vivir una vida espiritual más profunda y auténtica. En un mundo lleno de ruido y distracciones, la voz de Jesús sigue resonando con claridad: «Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa». Que estas palabras nos guíen en nuestro camino hacia la santidad.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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