Introducción: El fuego nuevo que renueva nuestra vida
En la noche más santa del año, la Vigilia Pascual, resuena en los templos del mundo entero una frase poderosa que a menudo repetimos sin detenernos a saborear su profundidad: “¡Sí, renuncio!”. No se trata de una fórmula vacía ni de una mera tradición litúrgica. Es un grito de guerra espiritual, una declaración de lealtad y una renovación radical de nuestra identidad cristiana.
Este artículo es una invitación a redescubrir el sentido profundo de esa proclamación, a entender su historia, su peso teológico y, sobre todo, a traducirla en una vida nueva.
1. Historia: ¿De dónde viene esta renovación del Bautismo?
El Bautismo en la Iglesia Primitiva
Desde los primeros siglos del cristianismo, el Bautismo fue considerado el nuevo nacimiento, la entrada real a la vida en Cristo. Los catecúmenos, después de un largo camino de preparación (el catecumenado), eran bautizados en la noche de Pascua, momento que la Iglesia reconocía como el centro del año litúrgico.
Allí, en la oscuridad encendida por el cirio pascual, se desarrollaba una liturgia de muerte y resurrección: se moría al pecado para resucitar con Cristo.
La renuncia a Satanás y a sus obras formaba parte esencial del rito. Antes de ser sumergidos en el agua o recibirla por ablución, los bautizandos se volvían hacia occidente (símbolo de las tinieblas) y exclamaban: “Renuncio a ti, Satanás”. Luego, se giraban hacia oriente (símbolo de Cristo, la Luz) y proclamaban su fe en la Santísima Trinidad.
La recuperación litúrgica tras el Concilio Vaticano II
Con la renovación litúrgica del siglo XX, especialmente tras el Concilio Vaticano II, se recobró la dimensión comunitaria y espiritual de la Vigilia Pascual, incluida la renovación de las promesas bautismales por parte de todos los fieles. Así, cada año, los cristianos tenemos la oportunidad de volver a nuestras fuentes, de reafirmar nuestra elección por Cristo y de romper de nuevo con las cadenas del pecado.
2. Relevancia teológica: ¿Por qué es tan importante renovar nuestro Bautismo?
Una alianza que necesita ser reavivada
El Bautismo no es un simple rito de iniciación. Es una alianza, un pacto sagrado que nos configura con Cristo, nos incorpora a su Cuerpo que es la Iglesia, y nos hace templos del Espíritu Santo.
Pero como toda alianza, requiere renovación, conciencia y fidelidad. La renovación de las promesas bautismales en la Vigilia Pascual no es un simple recuerdo simbólico: es una reactivación del sacramento, una actualización de la gracia recibida y una toma de posición consciente frente a la vida y al mundo.
El combate espiritual es real
San Pablo lo dice con claridad:
“No sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Por el Bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Romanos 6,3-4).
Esta vida nueva exige una ruptura con el pecado, una conversión continua. La triple fórmula “Renuncio a Satanás, a sus obras, y a sus seducciones” es una afirmación valiente de que estamos en lucha, de que no nos rendimos al mal ni a las tentaciones del mundo.
3. Aplicaciones prácticas: vivir bautizados, vivir renovados
¿Cómo hacer de esa renovación algo más que un acto litúrgico ocasional? Aquí va una guía espiritual y pastoral para vivir las promesas bautismales cada día:
A. “¿Renuncias a Satanás?” — Renuncia al mal como actitud de vida
- Haz examen de conciencia diario, aunque breve. Pregúntate: ¿hoy he dejado entrar alguna forma de egoísmo, mentira o rencor?
- Sé consciente de las “puertas pequeñas” por las que el mal entra: críticas destructivas, pensamientos impuros, envidia, pereza espiritual…
- Usa con frecuencia los sacramentales (agua bendita, medallas, signos de la cruz) como recordatorio de tu consagración bautismal.
B. “¿Y a todas sus obras?” — Rompe con las estructuras de pecado
- Practica una vida coherente con el Evangelio en tu trabajo, en tus relaciones y en tu consumo. Ser bautizado implica una ética del Reino.
- No te acostumbres a los pecados sociales: corrupción, chismes, falta de justicia. Haz lo que esté en tus manos para vivir con integridad.
C. “¿Y a todas sus seducciones?” — Discernimiento en un mundo confuso
- No todo lo que el mundo ofrece es bueno, aunque esté de moda. Ser cristiano hoy es también nadar contra la corriente.
- Cultiva el silencio interior y el tiempo de oración para discernir entre lo que parece bien y lo que verdaderamente es voluntad de Dios.
4. ¿Y después de la Vigilia? Mantener encendida la llama
La gracia bautismal no es una chispa pasajera, sino una llama que hay que alimentar. Aquí algunas prácticas concretas:
1. Renovación diaria
Cada mañana, al hacer la señal de la cruz con agua bendita, hazlo conscientemente como recuerdo de tu Bautismo. Puedes decir:
“Señor, hoy renuevo mi alianza contigo. Renuncio al pecado y te elijo de nuevo”.
2. Recurrencia al sacramento de la Reconciliación
El Bautismo nos hace hijos de Dios. La Confesión nos restaura cuando caemos. Ve con frecuencia. No permitas que la gracia se oxide.
3. Acompañamiento espiritual
Busca un guía espiritual o confesor habitual que te ayude a crecer. La vida bautismal no se vive en solitario: somos comunidad.
4. Vida eucarística
La Eucaristía es el alimento del bautizado. Participa de la Misa dominical como una extensión de tu sí bautismal. Recuerda: el mismo Cristo que te lavó en las aguas, te alimenta con su Cuerpo.
5. Un llamado actual: ser luz en medio de la oscuridad
En un mundo que muchas veces ha perdido el sentido del pecado y ha relativizado el mal, el “Sí, renuncio” de los cristianos cobra una fuerza profética. Decir “sí” a Cristo hoy es decir “no” a muchas cosas que nos apartan de Él: ideologías, placeres desordenados, indiferencia, tibieza espiritual.
Más que nunca, los bautizados están llamados a ser luz, a irradiar esperanza, a testimoniar que una vida transformada por el Evangelio es posible y deseable.
Conclusión: Bautizados para vencer, enviados para amar
La Vigilia Pascual no es un simple ritual. Es una batalla ganada. Cristo ha resucitado y nos ha hecho partícipes de su victoria. Cuando dices “Sí, renuncio”, estás proclamando que tu historia ha sido transformada, que ya no vives tú, sino Cristo en ti (Gálatas 2,20).
Vive entonces como lo que eres: hijo de Dios, soldado de la luz, testigo del Resucitado. Que cada día, con tu vida, renueves ese “sí” que dijiste (o dijeron por ti) el día de tu Bautismo.
Y que cada Pascua sea no sólo un recuerdo, sino una renovación de tu alma, de tu entrega y de tu amor por Aquel que venció a la muerte por ti.