Una guía espiritual profunda y actual para redescubrir el verdadero seguimiento de Cristo
Introducción: El eco olvidado de una advertencia eterna
“Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan!” (Mt 7,13-14).
Estas palabras del Señor, que resuenan con fuerza en el Sermón del Monte, son hoy casi un susurro perdido en medio del ruido ensordecedor del relativismo moral, la cultura del bienestar y el miedo al sacrificio. La “Vía Angosta”, el camino exigente y a la vez glorioso que conduce a la santidad, parece haberse desdibujado del mapa espiritual del hombre moderno. ¿Dónde quedó el anhelo de los santos por vivir para Dios y morir a sí mismos? ¿Por qué hemos cambiado la cruz por la comodidad, el Evangelio por la autoayuda, la Verdad por la tolerancia sin límites?
Este artículo es una llamada a despertar. Una invitación a redescubrir, desde una visión teológica rigurosa y pastoralmente concreta, el camino estrecho que Cristo nos trazó. No como una opción entre muchas, sino como el único sendero hacia la vida eterna.
I. La Vía Angosta en la Revelación: Un camino siempre presente
Desde el Antiguo Testamento, Dios presenta a su pueblo un dilema fundamental: “Te pongo delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida” (Dt 30,19). Esta elección no es meramente ética, sino profundamente existencial: se trata de vivir según Dios o contra Él. El seguimiento de Yahvé implica obediencia, renuncia, fidelidad. No es el camino de las masas, sino el de los fieles.
Con la plenitud de la Revelación en Cristo, esta elección se vuelve más concreta y exigente. Jesús no oculta las condiciones del discipulado: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24). El camino del Reino no es amplio ni cómodo; es una senda estrecha y escarpada, sembrada de pruebas, persecuciones, purificaciones. Y sin embargo, es el único que lleva a la verdadera alegría, a la libertad del alma, a la vida eterna.
La “Vía Angosta” no es una metáfora aislada: es una constante en la enseñanza de Jesús. Es la radicalidad del Evangelio frente a la mediocridad del mundo. Es la vida de los santos, no de los tibios. Es el camino del Cielo, que siempre se ha opuesto al fácil deslizamiento hacia la perdición.
II. El Relativismo: El asfalto cómodo del camino ancho
El gran problema de nuestro tiempo no es tanto el pecado, que siempre ha existido, sino la negación del pecado. No es tanto el error, sino la glorificación del error como si fuera otra forma válida de verdad. Benedicto XVI, con lucidez profética, definió el relativismo como “la mayor amenaza para la fe de nuestro tiempo”. El relativismo niega que haya una verdad objetiva, un bien universal, un camino correcto. Todo depende, todo es subjetivo, todo es negociable.
En este contexto, la Vía Angosta resulta escandalosa. El mundo la considera intolerante, fanática, retrógrada. ¿Quién se atreve hoy a decir que hay un solo camino hacia la salvación? ¿Quién proclama sin miedo que hay que renunciar a ciertas prácticas, placeres o ideologías para ser verdaderamente cristiano?
El relativismo convierte la puerta estrecha en una puerta prescindible. Se abren puertas amplias en nombre de la inclusión, pero que no conducen a la vida. Se predica una misericordia sin conversión, una fe sin cruz, un cristianismo sin Cristo crucificado. Y así, se desfigura la esencia misma del Evangelio.
III. La Vía Angosta en la Tradición: El camino de los santos
A lo largo de la historia, los santos han vivido la Vía Angosta como un sendero luminoso, aunque lleno de espinas. San Francisco de Asís la abrazó en la pobreza radical. Santa Teresa de Jesús la recorrió en la noche oscura del alma. San Juan María Vianney la encarnó en la penitencia austera. San Maximiliano Kolbe la culminó entregando su vida por otro.
¿Qué tenían todos ellos en común? No fueron perfectos, pero fueron fieles. No eligieron lo fácil, sino lo verdadero. No buscaron ser populares, sino agradar a Dios. Vivieron con un solo deseo: “Ser santos como el Padre es santo” (cf. Mt 5,48).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que el camino cristiano no es una evolución sin exigencia: “La vocación a la santidad es una vocación a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (CIC 2013). Y añade: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y combate espiritual” (CIC 2015).
IV. Aplicaciones prácticas: Cómo caminar por la Vía Angosta hoy
El mundo de hoy nos empuja hacia el camino ancho. ¿Cómo resistir esa corriente? ¿Cómo vivir la Vía Angosta sin caer en el legalismo ni en el fanatismo? Aquí algunas claves teológico-pastorales:
1. Formar la conciencia según la Verdad revelada
El relativismo comienza cuando la conciencia ya no es iluminada por la Palabra de Dios. Estudiar el Catecismo, meditar la Escritura, formarse en la doctrina católica es el primer paso para distinguir la puerta estrecha del espejismo.
2. Redescubrir el valor del sacrificio
La cruz no es un accidente del camino, es parte del mismo. Ofrecer el sufrimiento, practicar la penitencia, vivir la sobriedad, evitar la idolatría del placer: todo eso purifica el alma y fortalece el espíritu.
3. Vivir los sacramentos con reverencia y constancia
Especialmente la Eucaristía y la Confesión, que son alimento y medicina en el camino. No hay santidad sin gracia, y no hay gracia sin sacramentos vividos con fe profunda.
4. Elegir lo difícil por amor a Cristo
En cada decisión diaria, hay una pequeña encrucijada: ¿elijo lo fácil o lo correcto? ¿Lo que me gusta o lo que me edifica? ¿Lo que todos hacen o lo que Dios quiere? La santidad se construye con pequeños “sí” a Dios.
5. Buscar dirección espiritual y comunidad
No se camina solo. El apoyo de un confesor, un director espiritual, una comunidad fiel a la Tradición puede sostenernos en momentos de cansancio y ayudarnos a no desviarnos del camino.
6. Aceptar que la santidad cuesta, pero vale más que todo
El mundo ofrece mil caminos sin cruz, pero sin vida. Cristo ofrece un solo camino con cruz, pero con resurrección. Como dijo San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
V. La Vía Angosta no es elitista: es para todos los que aman de verdad
Algunos temen que hablar del camino estrecho sea “asustar a la gente”, o generar complejos de culpa. Pero no es así. La Vía Angosta no es elitista. No es para “superhombres espirituales”. Es para todos los que aman. Para todos los que han descubierto que vale más perderlo todo que perder a Dios. Para todos los que entienden que el amor verdadero implica entrega, y la entrega implica renuncia.
La santidad no es para unos pocos escogidos: es el llamado universal de todo bautizado. Pero hay que quererla, buscarla, pelear por ella. Como decía Santa Teresa de los Andes: “Dios me quiere santa, y yo quiero lo que Él quiere”.
Conclusión: ¿Te atreves a entrar por la puerta estrecha?
Vivimos tiempos confusos, donde se llama bueno a lo malo, y malo a lo bueno (cf. Is 5,20). Donde todo se negocia, se adapta, se relativiza. Pero el Evangelio no ha cambiado. Cristo sigue esperando a quienes se atrevan a amarle con todo el corazón, por el camino difícil, pero seguro. La Vía Angosta no ha desaparecido: sólo está cubierta de polvo. Y necesita caminantes valientes que la redescubran.
¿Serás tú uno de ellos?
Oración final
Señor Jesús, Tú que eres el Camino, la Verdad y la Vida, enséñanos a entrar por la puerta estrecha.
Danos fuerza para renunciar al pecado, constancia para seguirte con fidelidad,
y amor ardiente para abrazar la cruz de cada día.
Que no busquemos lo fácil, sino lo eterno.
Que no temamos la exigencia, sino el alejarnos de Ti.
María, Reina de los Santos, guíanos por la senda estrecha hacia tu Hijo.
Amén.