La Unción de Jesús: Un Acto de Amor que Trasciende el Tiempo y Nos Invita a la Entrega Total

En el corazón del Evangelio, encontramos momentos que, aunque ocurrieron hace más de dos mil años, resuenan con una fuerza y una actualidad que nos interpelan hoy. Uno de esos momentos es la unción de Jesús en Betania, un acto lleno de simbolismo, amor y profecía que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia relación con Dios y con los demás. Este episodio, narrado en el Evangelio de Juan (12, 1-11), no es solo una escena histórica, sino una lección viva de espiritualidad, generosidad y fe.

El Contexto Histórico y Espiritual de la Unción

Para comprender plenamente la importancia de la unción de Jesús, es necesario situarnos en el contexto de la época. En la tradición judía, la unción con aceite era un acto cargado de significado. Se ungía a los reyes, a los sacerdotes y a los profetas como signo de consagración y elección divina. El término «Mesías» significa precisamente «ungido». Por tanto, cuando María, hermana de Lázaro, unge a Jesús con un perfume costoso, no está realizando un simple gesto de cortesía, sino un acto profundamente teológico.

El Evangelio de Juan nos sitúa en Betania, seis días antes de la Pascua. Jesús está en casa de Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. María toma una libra de perfume de nardo puro, de un precio elevadísimo, y unge los pies de Jesús, secándolos con sus cabellos. Este acto, que podría parecer excesivo o incluso extravagante, es en realidad una profunda expresión de amor y reconocimiento de la identidad de Jesús.

El Significado Profundo del Perfume

El perfume de nardo puro no era cualquier sustancia. Era un bien de lujo, reservado para ocasiones especiales. Su valor equivalía al salario de un año de trabajo, lo que nos da una idea de la magnitud del sacrificio que María estaba haciendo. Judas Iscariote, el que luego traicionaría a Jesús, critica este gesto, argumentando que el perfume podría haberse vendido para dar el dinero a los pobres. Sin embargo, Jesús defiende a María, diciendo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura. Porque a los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis» (Juan 12, 7-8).

En estas palabras, Jesús revela el significado profético de la unción. María, movida por el Espíritu Santo, está anticipando la muerte y sepultura de Jesús. Su gesto es una preparación para el sacrificio supremo que Jesús está a punto de realizar en la cruz. Es un acto de amor que trasciende el tiempo, uniendo el presente y el futuro en un solo momento de gracia.

La Unción como Acto de Entrega y Adoración

María no solo unge a Jesús, sino que lo hace de una manera que rompe con las convenciones sociales. En lugar de ungir su cabeza, como se haría con un rey, unge sus pies, un gesto que en la cultura judía era signo de humildad y servicio. Además, seca los pies de Jesús con sus cabellos, un acto de intimidad y entrega total. Este gesto nos recuerda que el verdadero amor no calcula, no mide, no se reserva. Es un amor que se da por completo, sin esperar nada a cambio.

En nuestro mundo actual, donde el individualismo y el consumismo parecen dominar, el gesto de María nos desafía a vivir de manera radicalmente diferente. Nos invita a preguntarnos: ¿Qué estamos dispuestos a dar por amor a Cristo? ¿Cómo podemos manifestar nuestro amor a Dios en nuestras acciones cotidianas? La unción de Jesús nos enseña que el verdadero culto no se limita a las palabras o a los ritos, sino que se expresa en actos concretos de amor y entrega.

La Unción y Nuestra Vida Espiritual

La unción de Jesús no es solo un evento del pasado; tiene un profundo significado para nuestra vida espiritual hoy. En el sacramento del Bautismo, cada cristiano es ungido con el santo crisma, convirtiéndose en «ungido» del Señor, en otro Cristo. Esta unción nos marca como miembros de su cuerpo, la Iglesia, y nos llama a vivir en coherencia con esta identidad.

Además, en el sacramento de la Unción de los Enfermos, recibimos la gracia de Cristo para fortalecernos en los momentos de enfermedad y debilidad. Este sacramento nos recuerda que, como María, estamos llamados a prepararnos para el encuentro definitivo con el Señor, confiando en su misericordia y amor.

Una Anecdota que Ilumina el Sentido de la Unción

Cuenta una antigua tradición cristiana que, años después de la resurrección de Jesús, María de Betania continuó viviendo una vida de oración y servicio. Se dice que, en sus últimos días, repitió el gesto de la unción, esta vez no con perfume, sino con sus lágrimas, ofreciendo su vida como un acto de amor y adoración a Cristo. Esta anécdota, aunque no está registrada en las Escrituras, nos recuerda que el amor a Jesús no es un momento aislado, sino una actitud que debe impregnar toda nuestra existencia.

Conclusión: La Unción que Nos Invita a la Entrega

La unción de Jesús en Betania es mucho más que un episodio histórico. Es una llamada a vivir con radicalidad nuestro seguimiento de Cristo, a amar sin medida, a dar sin calcular. En un mundo que a menudo nos invita a guardar, a acumular, a reservar, el gesto de María nos desafía a ser generosos, a derrochar amor, a vivir en una constante actitud de entrega.

Que este relato nos inspire a mirar nuestras propias vidas y preguntarnos: ¿Qué perfume estamos dispuestos a derramar a los pies de Jesús? ¿Cómo podemos manifestar nuestro amor a Dios en nuestras acciones cotidianas? Que María de Betania nos guíe en este camino de amor y entrega, para que, como ella, podamos anticipar en nuestra vida la gloria de la resurrección.

«María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume» (Juan 12, 3). Que nuestro amor por Cristo sea como ese perfume, que impregne todo lo que hacemos y llegue hasta los confines de la tierra. Amén.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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