Una luz en medio de las tinieblas modernas
Introducción: Una carta que resuena con fuerza
El 19 de marzo de 1937, en la solemnidad de San José, patrono de la Iglesia universal y protector del Redentor, el Papa Pío XI publicó una encíclica profética, vigorosa y profundamente pastoral: Divini Redemptoris, “Sobre el comunismo ateo y su incompatibilidad con la fe cristiana”. En ella, el Vicario de Cristo lanzó una severa advertencia contra la expansión del comunismo marxista, que ya entonces mostraba su rostro más despiadado en Rusia y amenazaba con extenderse como una plaga por el resto del mundo.
A casi un siglo de distancia, esta encíclica conserva una asombrosa actualidad. El comunismo, en sus formas clásicas y en sus nuevas versiones disfrazadas de progresismo o «justicia social sin Dios», continúa socavando los fundamentos de la fe, la familia, la propiedad y la dignidad humana. Hoy más que nunca, redescubrir Divini Redemptoris es un deber espiritual y una brújula segura para quienes desean vivir el Evangelio en un mundo cada vez más desorientado.
I. El contexto histórico: El ascenso de la sombra roja
Tras la Revolución bolchevique de 1917, el comunismo ateo instauró en Rusia un régimen totalitario basado en la lucha de clases, la abolición de la propiedad privada, la destrucción de la religión y la supresión de toda libertad humana. Millones de cristianos fueron perseguidos, templos fueron destruidos, sacerdotes y laicos fueron asesinados o enviados a los gulags.
Pío XI no fue ciego ante estos horrores. En una Europa aún marcada por la crisis económica de los años 30 y el temor a una expansión comunista, el Papa alzó la voz con fuerza apostólica. Desde la Sede de Pedro denunció el error ideológico del marxismo, que prometía una redención sin Dios, y ofreció la única verdadera esperanza: Cristo, Redentor del hombre.
“La lucha de clases, radicalizada, llega a tal grado que niega el derecho de propiedad, destruye la familia, y arranca del alma humana todo sentido de religión” (Divini Redemptoris, n. 9)
II. El comunismo según Pío XI: Una falsa redención
Pío XI entendió con claridad que el comunismo no era solo una ideología política o económica, sino sobre todo una propuesta religiosa alternativa, una “pseudo-religión” que sustituía a Dios por el Estado, a la gracia por la ideología, a la caridad por el odio de clases.
Esta ideología era especialmente peligrosa porque proponía una redención terrena, inmediata, sin necesidad de Cristo, y ofrecía una especie de «paraíso socialista» a cambio de eliminar todo lo que representara a Dios y su Iglesia. Por eso la condena del Papa fue tan contundente: el comunismo no solo es erróneo, es intrínsecamente perverso, pues “al negarle al hombre su dignidad como hijo de Dios, lo reduce a una pieza del engranaje estatal”.
“Dondequiera que el comunismo ha conquistado el poder, ha tratado de destruir las naciones cristianas con una violencia despiadada” (Divini Redemptoris, n. 15)
III. Un juicio teológico: ¿Por qué el comunismo es incompatible con la fe cristiana?
Desde el punto de vista teológico, el comunismo es irreconciliable con el cristianismo por múltiples razones:
1. Niega a Dios y a la dimensión espiritual del hombre
El comunismo ateo parte de un materialismo radical, donde no existe ni alma ni eternidad. Esta visión elimina la dimensión trascendente del ser humano, lo reduce a un simple animal económico, y lo convierte en medio, nunca en fin.
“No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4)
2. Destruye la libertad interior
En nombre de una falsa igualdad, el comunismo somete al individuo al Estado, niega la libertad religiosa, censura la conciencia y elimina todo disenso. Esto es contrario a la enseñanza cristiana, que proclama la libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8,21).
3. Anula la propiedad privada
La Iglesia siempre ha defendido que la propiedad privada es un derecho natural, que permite al hombre desarrollarse, ser responsable, y compartir con los demás desde su libertad. El comunismo, en cambio, ve en la propiedad una injusticia estructural, y promueve su abolición violenta, despojando a los pueblos de su sustento.
“No codiciarás los bienes ajenos” (Ex 20,17). Este mandamiento protege la legítima posesión y el fruto del trabajo.
4. Promueve el odio y la lucha de clases
La doctrina comunista alienta el conflicto y la confrontación permanente entre ricos y pobres, explotadores y explotados. En cambio, el Evangelio llama a la reconciliación, al perdón y a la fraternidad universal en Cristo.
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9)
IV. El verdadero Redentor: Cristo, fuente de justicia y caridad
La solución a los males sociales no puede venir de ideologías que niegan a Dios, sino de una restauración cristiana del orden temporal. Pío XI insiste en que la caridad cristiana, inspirada en el Evangelio, es la única fuerza capaz de construir una sociedad justa.
El Papa llama a todos los católicos a comprometerse activamente por una reforma social auténtica: una que respete la dignidad del trabajador, promueva una economía al servicio del bien común y defienda a los pobres, pero sin sacrificar la verdad ni la fe.
“La justicia cristiana debe inspirar y sostener todo orden económico y social” (Divini Redemptoris, n. 53)
V. Un llamado a la acción pastoral: ¿Qué podemos hacer hoy?
Divini Redemptoris no es solo una denuncia. Es también una llamada pastoral urgente que resuena hoy con renovada claridad. ¿Qué podemos hacer los cristianos del siglo XXI ante el avance de ideologías ateas, materialistas y totalitarias, muchas veces disfrazadas de “progreso”?
1. Formarnos en la verdad
Debemos conocer a fondo la doctrina social de la Iglesia, leer documentos como Rerum Novarum, Quadragesimo Anno y Centesimus Annus, y formar grupos de estudio y discusión que nos fortalezcan en la fe y el pensamiento crítico.
2. Vivir la caridad auténtica
Ayudar a los pobres, sí, pero no desde un asistencialismo ideologizado, sino desde el amor cristiano que ve en el otro a un hermano, no a una víctima del sistema. Esto implica también apoyar a familias necesitadas, defender la vida, ofrecer tiempo y recursos generosamente.
3. Evangelizar el mundo del trabajo
Los católicos deben ser luz en sus entornos laborales, promoviendo la justicia, la honestidad, el respeto por la dignidad humana, y rechazando toda forma de explotación o corrupción.
4. Resistir toda forma de persecución
Hoy, muchos cristianos son perseguidos no por armas, sino por leyes ideológicas, censuras culturales, discriminación anticristiana. En estos tiempos, como decía Pío XI, hay que “tener el valor de los mártires” y no ceder al miedo.
“No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (Mt 10,28)
Conclusión: Un documento profético para nuestros días
Divini Redemptoris no es un texto anclado en el pasado. Es una profecía luminosa que hoy resplandece con fuerza ante los desafíos del presente. Cuando la fe es marginada, la familia es destruida, la verdad es censurada y la dignidad humana es triturada por sistemas que prometen redención sin Dios, la voz de la Iglesia, firme y materna, nos recuerda que solo en Cristo hay salvación.
Pío XI no habló desde el miedo, sino desde la esperanza. La esperanza de una humanidad renovada por la gracia. Hoy, esa esperanza sigue viva en cada católico que decide vivir el Evangelio con valentía, fidelidad y caridad.
“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Heb 13,8)
Para profundizar y aplicar:
- Lee la encíclica completa: Está disponible gratuitamente en la web del Vaticano en varios idiomas.
- Organiza un grupo de lectura parroquial sobre la doctrina social de la Iglesia.
- Reza por los cristianos perseguidos en países donde el comunismo o sus derivados siguen oprimiendo.
- Forma a tus hijos en una visión cristiana del mundo, que sepa reconocer y rechazar las falsas promesas del secularismo.
Si el comunismo ateo promete una redención sin Dios, la Iglesia proclama con fuerza que solo hay un Redentor verdadero: Jesucristo. Y en Él, todo lo podemos.
“En Él tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia” (Ef 1,7)