INTRODUCCIÓN
Hay gestos que lo dicen todo. Un apretón de manos, una mirada, una genuflexión… y, en el corazón de la fe católica, un gesto lo resume todo: cómo recibimos al mismo Dios hecho Pan. En medio del ajetreo moderno, entre misas rápidas y comuniones en masa, muchos fieles ni se lo plantean: ¿comunión en la mano o en la boca? ¿Es lo mismo? ¿Importa? ¿Qué nos dice la Tradición, la teología, la voz perenne de los santos?
Este artículo no busca polemizar, sino formar, inspirar, y quizás, mover corazones a redescubrir el sentido más profundo de lo sagrado.
1. ¿QUÉ ES LA COMUNIÓN Y POR QUÉ IMPORTA CÓMO LA RECIBIMOS?
Recibir la Sagrada Comunión no es simplemente un rito más. Es el momento culminante de la Santa Misa: el instante en el que el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo entra en el alma del fiel.
Lo que está en juego no es solo una forma exterior, sino una disposición interior, una actitud del corazón que se refleja también en el cuerpo.
En palabras del Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1384), “el Señor nos invita con urgencia a recibirlo en el sacramento de la Eucaristía”. Pero como todo gran misterio, requiere preparación, reverencia… y humildad.
2. UN POCO DE HISTORIA: ¿SE COMULGABA EN LA MANO EN LOS PRIMEROS SIGLOS?
Uno de los argumentos más frecuentes en defensa de la comunión en la mano es su supuesta práctica en la Iglesia primitiva. Sin embargo, este tema necesita matices.
San Cirilo de Jerusalén (siglo IV) es citado frecuentemente por decir:
“Haz de tu mano izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey”.
Pero esta cita, fuera de contexto, puede ser engañosa.
Los estudios más serios señalan que esa práctica estaba cargada de un ritual muy estricto: los fieles se lavaban las manos, se inclinaban profundamente, no tocaban el Cuerpo de Cristo con los dedos, lo recogían cuidadosamente con la lengua directamente de la palma, y luego purificaban cualquier partícula restante. No se trataba de una simple “comunión en la mano” como la entendemos hoy.
Además, la Iglesia abandonó muy pronto esta forma, en parte por abusos, pero sobre todo por un mayor reconocimiento de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.
3. LA EVOLUCIÓN HACIA LA COMUNIÓN EN LA BOCA
A partir del siglo VII, y de forma más generalizada hacia el siglo IX, la Iglesia adoptó la comunión directamente en la boca, no como una moda o imposición clerical, sino como fruto de una profunda conciencia del Misterio.
Los motivos fueron claros:
- Evitar la profanación del Santísimo.
- Resguardar contra la pérdida de partículas.
- Fomentar una actitud de humildad y adoración.
Santo Tomás de Aquino lo expresa con claridad:
“El ministro da el Cuerpo de Cristo al fiel, y él no lo toma por sí mismo; y esto por reverencia a este sacramento” (S.Th., III, q.82, a.3).
La comunión en la boca no fue, por tanto, una invención tardía, sino una expresión litúrgica coherente con la teología eucarística más profunda.
4. EL CONCILIO VATICANO II Y EL CAMBIO EN LA PRÁCTICA
Es importante subrayar que el Concilio Vaticano II no introdujo la comunión en la mano.
Lo que ocurrió fue que, en algunos países europeos en los años 60, comenzó a practicarse ilegalmente, sin aprobación de Roma.
Ante esta desobediencia, el Papa Pablo VI, con la Instrucción Memoriale Domini (1969), consultó a los obispos del mundo. La mayoría absoluta rechazó la comunión en la mano. Aun así, Roma permitió su uso en ciertos lugares a modo de excepción, no como norma general.
Desde entonces, lo que comenzó como una “tolerancia pastoral” se fue convirtiendo —en muchos lugares— en práctica habitual, sin una verdadera catequesis ni el debido discernimiento teológico.
5. ¿QUÉ DICE HOY LA IGLESIA?
La Iglesia permite ambas formas: en la boca y en la mano. Pero esto no significa que ambas tengan el mismo valor teológico o litúrgico.
El Instrucción Redemptionis Sacramentum (2004), documento oficial de la Congregación para el Culto Divino, afirma:
“Aunque cada fiel tiene siempre derecho a recibir la sagrada comunión en la lengua, si desea recibirla en la mano, debe tenerse cuidado para evitar que queden fragmentos del pan consagrado”.
La preocupación central sigue siendo el respeto a las partículas eucarísticas, que contienen totalmente a Cristo. Una pequeña partícula no es «un poco de Cristo», sino el mismo Cristo entero.
Y aquí radica el problema principal: la comunión en la mano, tal como se practica hoy, facilita —a menudo sin intención— la irreverencia y la pérdida de partículas.
6. ¿Y LOS SANTOS? ¿QUÉ DECÍAN LOS QUE VIVIERON DE VERDAD LA EUCARISTÍA?
Los santos son nuestros modelos, no por nostalgia, sino porque vivieron intensamente el Evangelio. Y muchos de ellos mostraron una profunda reverencia por la Eucaristía:
- San Francisco de Asís: exigía que los corporales y vasos sagrados fueran tratados con el mayor cuidado, como si contuvieran oro precioso.
- Santa Teresa de Ávila: no podía contener las lágrimas al pensar en la presencia de Jesús en el sagrario.
- San Pío de Pietrelcina: sólo permitía la comunión en la boca, y con una devoción sobrecogedora.
- Beata Teresa de Calcuta: se oponía abiertamente a la comunión en la mano, diciendo: “El mayor mal en el mundo de hoy es la comunión en la mano”.
¿No deberíamos escucharlos?
7. PERSPECTIVA TEOLOGICA Y PASTORAL: ¿QUÉ ESTÁ EN JUEGO?
Aquí no se trata de condenar ni juzgar al que comulga en la mano con devoción. La Iglesia no prohíbe esa forma. Pero sí se trata de ayudar a redescubrir lo sagrado, de formar la conciencia, de recordar que la forma también educa el fondo.
Cuando comulgamos de rodillas y en la boca, no solo estamos recibiendo a Cristo: le estamos diciendo con el cuerpo que somos pequeños, que Él es el Señor, que nos postramos ante el Amor.
Además, en un mundo donde lo sagrado se banaliza y el sentido del pecado se ha diluido, volver a signos claros de adoración es una medicina espiritual urgente.
8. ¿QUÉ PUEDES HACER TÚ COMO FIEL CATÓLICO?
- Infórmate y forma tu conciencia. No actúes por costumbre, sino por fe.
- Examina tu corazón. ¿Cómo recibes a Jesús? ¿Con qué preparación? ¿Con qué fe?
- Redescubre la comunión en la boca. Haz la experiencia. Pide a Dios que te revele su misterio.
- Educa con caridad. No juzgues, pero tampoco calles. Muchos no saben. Sé luz.
- Sé testigo con tu cuerpo. Tu gesto puede tocar el corazón de alguien más.
CONCLUSIÓN:
¿Devoción o irreverencia? Todo depende del corazón… pero también del gesto.
Hoy más que nunca, la Iglesia necesita volver a lo esencial. La comunión no es un símbolo, no es un derecho, no es un acto social. Es el Dios vivo que se entrega.
Y si realmente creemos que está ahí, presente, entero, real… entonces nada será demasiado reverente para recibirlo.
Porque no se trata de nuestras manos… se trata de su Majestad.
¿Te animas a dar un paso más en tu camino de fe? ¿A redescubrir el temblor santo ante la Eucaristía? Jesús te espera. Siempre. Pero… ¿cómo le responderás tú?