‘Vive y deja vivir’: ¿Tolerancia o indiferencia ante el mal?

Una reflexión católica para tiempos confundidos


Vivimos en una época en la que uno de los lemas más populares —y aparentemente inofensivos— es: «Vive y deja vivir». Se repite en redes sociales, en conversaciones cotidianas, en programas de televisión y hasta en ámbitos religiosos. A primera vista, parece una expresión de tolerancia, de respeto hacia la libertad del otro, de un sano pluralismo. Pero si rascamos la superficie, ¿no estaremos ante una trampa sutil? ¿Acaso este lema tan moderno no está encubriendo una profunda indiferencia ante el mal?

Este artículo busca iluminar, desde la Tradición católica, el verdadero sentido de la tolerancia, el papel del cristiano frente al mal moral y social, y cómo discernir entre el respeto auténtico y la claudicación cobarde ante lo que hiere el alma y desfigura la verdad. Vamos a explorar la raíz teológica, histórica, bíblica y pastoral de esta cuestión tan actual, ofreciendo además una guía práctica para vivirla fielmente en el siglo XXI.


I. ¿De dónde viene el «vive y deja vivir»?

Esta expresión tiene raíces filosóficas modernas y se popularizó con fuerza en el siglo XX como un eslogan del liberalismo cultural. Bajo la premisa de que cada uno es libre de vivir como quiera, el principio de «vive y deja vivir» se convirtió en bandera de movimientos que propugnan la autonomía absoluta del individuo, muchas veces desligada de toda referencia objetiva al bien y al mal.

Pero esta lógica, si bien puede parecer razonable en cuestiones opinables, se vuelve peligrosa cuando se aplica a verdades morales universales. ¿Puede un cristiano decir «vive y deja vivir» ante el aborto, la eutanasia, la pornografía, la ideología de género o la destrucción de la familia? ¿No equivaldría eso a mirar hacia otro lado ante el sufrimiento, el pecado y la mentira?


II. La verdadera tolerancia en la tradición católica

La Iglesia, desde los Padres de la Iglesia hasta los últimos Papas, nunca ha promovido una tolerancia entendida como indiferencia o relativismo moral. Muy al contrario, la auténtica tolerancia cristiana está fundamentada en la caridad y la verdad. Santo Tomás de Aquino enseña que:

“Amar es querer el bien del otro. Pero no se puede querer verdaderamente el bien del otro si se tolera lo que daña su alma.”

La tolerancia cristiana, por tanto, no es indiferencia, sino paciencia. Es la capacidad de soportar con misericordia a quien yerra, sin dejar de señalar el error y sin abandonar la misión profética de anunciar la verdad.

Como dice San Pablo:

“Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, censura, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4,2).


III. Jesucristo: el modelo de la caridad que corrige

Jesús fue el más amoroso de los hombres, pero nunca fue indiferente ante el mal. Perdonaba al pecador, pero condenaba el pecado. A la adúltera no la apedrea, pero le dice: “Vete, y no peques más” (Juan 8,11). Llama «sepulcros blanqueados» a los fariseos (Mt 23,27), expulsa a los mercaderes del Templo (Jn 2,15), y advierte con fuerza sobre la necesidad de la conversión.

Jesús no se acomodó al mal para no incomodar. Su amor lo llevó hasta la cruz, precisamente porque se enfrentó con valentía al pecado del mundo. En su ejemplo vemos cómo la verdadera caridad incluye la corrección fraterna, la denuncia del pecado y la defensa de la verdad.


IV. ¿Quién soy yo para juzgar?

Esta frase del Papa Francisco ha sido muchas veces malinterpretada y sacada de contexto. En realidad, lo que el Papa quiso decir es que no debemos juzgar la conciencia subjetiva de una persona, pero eso no significa dejar de discernir lo que está bien o mal. La Iglesia tiene la obligación de juzgar los actos, las ideas y las estructuras que contradicen el Evangelio. La corrección fraterna es un acto de misericordia.

“Si tu hermano peca, ve y corrígelo a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mateo 18,15).

Corregir con amor no es rechazar al otro, sino mostrarle el camino de la salvación. La indiferencia, en cambio, abandona al otro en su error.


V. Aplicaciones prácticas: vivir la caridad sin claudicar en la verdad

Aquí una guía teológica y pastoral para discernir entre la falsa tolerancia y el auténtico amor cristiano:

1. Examinar el propio corazón

Antes de corregir a otros, examina si lo haces por amor verdadero o por orgullo o impaciencia. Pide a Dios que purifique tus intenciones. La corrección sin humildad puede ser destructiva.

2. No callar ante el mal estructural o social

Ante leyes injustas, ideologías destructivas o prácticas sociales inmorales, el cristiano no puede refugiarse en un neutral «vive y deja vivir». Está llamado a ser luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5,13-16). El silencio cómplice también es pecado.

3. Corregir con amor, no con violencia

Cuando el mal se presenta en personas cercanas, no se trata de atacarlas, sino de acompañarlas, orar por ellas, dialogar, y, si es posible, corregir con delicadeza. La verdad sin caridad es cruel; la caridad sin verdad es cómplice.

4. Educar con valentía

A padres de familia, catequistas, educadores y sacerdotes se les encomienda una misión delicada: formar en la verdad del Evangelio, sin miedo a lo que el mundo piense. No se puede formar cristianos maduros desde la tibieza o la ambigüedad.

5. Ofrecer testimonio

A veces, la forma más potente de corregir es vivir con coherencia y alegría la propia fe. Un cristiano que actúa con amor y firmeza, que no se deja arrastrar por la moda del mundo, inspira más que mil discursos.

6. Orar por los que viven en el error

A veces no podremos corregir directamente. Pero siempre podemos interceder, ofrecer sacrificios, hacer penitencia por los que están alejados de Dios. Esto también es una forma poderosa de amar.


VI. El peligro de la tibieza espiritual

El “vive y deja vivir” muchas veces no es tolerancia, sino cobardía espiritual. Preferimos la paz aparente al conflicto por la verdad. Pero Jesús fue muy claro:

“Ojalá fueras frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3,15-16).

La tibieza es uno de los mayores peligros para el cristiano de hoy: ceder, callar, adaptarse, evitar incomodar. Pero el cristianismo no es una fe cómoda. Es un camino de cruz, verdad y redención.


VII. Conclusión: Amar es decir la verdad

El «vive y deja vivir» puede ser un principio legítimo en asuntos opinables. Pero cuando se trata del bien y el mal, de la verdad y el error, de la salvación o la perdición del alma, no podemos cruzarnos de brazos.

No se trata de juzgar, ni de condenar, ni de imponernos violentamente. Se trata de amar de verdad, y eso incluye decir la verdad aunque duela, corregir al que yerra, y dar testimonio de Cristo con la vida, las palabras y las obras.

Porque el que ama, no deja vivir en el error.


Recomendaciones pastorales finales

  1. Confiesa regularmente tus pecados para vivir tú mismo en gracia, y tener autoridad moral para corregir con humildad.
  2. Pide al Espíritu Santo discernimiento antes de hablar: no todo momento es el adecuado, pero siempre hay una forma prudente de decir la verdad.
  3. Participa en formación doctrinal sólida, para no caer en relativismos ni miedos disfrazados de tolerancia.
  4. Busca acompañamiento espiritual, sobre todo si tienes que hablar con alguien cercano sobre una situación moral grave.
  5. Ama la verdad, no por encima de las personas, sino por su bien más profundo: su salvación eterna.

“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8,32)

Y la verdad no es una idea. La verdad tiene rostro, y se llama Jesucristo.

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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