El Pecado de la Procrastinación Espiritual: ¿Estás ‘Robándole’ Tiempo a Dios?

Introducción: Un Pecado Silencioso y Común

Imagina que tienes una cita con la persona que más amas y que siempre está dispuesta a escucharte, ayudarte y guiarte. Pero, cada vez que llega la hora del encuentro, decides aplazarlo: «Después lo haré», «Ahora no tengo tiempo», «Estoy muy cansado», «Mañana será un mejor día». ¿Cómo crees que se sentiría esa persona?

Pues bien, algo muy similar sucede cuando postergamos nuestra relación con Dios. A menudo, sin darnos cuenta, le robamos el tiempo que le pertenece a Él. Dejamos para «más tarde» la oración, la confesión, la misa dominical, la lectura espiritual, y cuando nos damos cuenta, hemos dejado a Dios en segundo plano.

Este comportamiento tiene un nombre en la tradición cristiana: el pecado de omisión, que en este caso se manifiesta como procrastinación espiritual. Puede parecer inofensivo, pero es una trampa peligrosa que enfría el alma y nos aleja de la vida de la gracia.

1. ¿Qué es la procrastinación espiritual?

La procrastinación es el hábito de aplazar lo que debemos hacer. En el ámbito de la fe, significa postergar nuestros compromisos espirituales por pereza, distracciones o comodidad. Se convierte en pecado cuando esta actitud refleja una falta de amor y compromiso con Dios.

San Alfonso María de Ligorio advertía que una de las estrategias más comunes del demonio no es llevarnos directamente al pecado mortal, sino hacernos posponer el bien: «No dejes la oración hoy, hazla mañana», «No te confieses aún, espera a que sea realmente necesario». Así, el alma va perdiendo sensibilidad hasta que cae en la tibieza espiritual.

Ejemplos comunes de procrastinación espiritual

  • No rezar porque “estás muy ocupado”.
  • Dejar para después la confesión, aunque la conciencia te diga que la necesitas.
  • Postergar la misa dominical por pereza o falta de organización.
  • No leer la Biblia o textos espirituales porque “hay cosas más urgentes”.
  • Ignorar los llamados a la conversión y a la santidad, pensando que «habrá tiempo más adelante».

Esta actitud nos aleja de Dios poco a poco, porque el tiempo que le corresponde se lo damos a otras cosas, muchas veces triviales y pasajeras.

2. El pecado de omisión: cuando no hacer el bien es un mal

La procrastinación espiritual es un pecado de omisión. En la Iglesia, se nos enseña que no solo pecamos por lo que hacemos mal, sino también por lo que dejamos de hacer:

“He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.” (Confiteor, oración litúrgica).

El Catecismo de la Iglesia Católica lo deja claro:

«El pecado es una falta contra la razón, la verdad y la recta conciencia. Es un fallo en el amor verdadero a Dios y al prójimo a causa de un apego perverso a ciertos bienes. […] Es una ofensa a Dios.» (CIC 1849).

Cuando omitimos la oración, la vida sacramental o la búsqueda de Dios, no solo estamos descuidando nuestra alma, sino que también estamos rechazando la gracia que Dios quiere darnos.

Ejemplo en la Biblia: El rico y Lázaro

En el Evangelio de Lucas (16,19-31), Jesús nos presenta la parábola del rico y Lázaro. El rico no es condenado porque haya hecho algo mal directamente, sino porque ignoró a Lázaro, dejó de hacer el bien.

Del mismo modo, cuando dejamos de hacer lo que Dios espera de nosotros, nos volvemos cómplices de nuestra propia frialdad espiritual.

3. La procrastinación espiritual en el mundo moderno

Hoy en día, vivimos en una sociedad hiperconectada, llena de estímulos y distracciones. El mundo moderno nos bombardea con actividades y responsabilidades que parecen más urgentes que la vida espiritual.

Algunas de las causas más comunes de la procrastinación espiritual hoy son:

  • El exceso de trabajo: La cultura del rendimiento nos hace pensar que la oración es una «pérdida de tiempo».
  • Las redes sociales y el entretenimiento constante: Se convierten en excusas para no dedicar momentos a Dios.
  • El relativismo: Creer que «no pasa nada» si dejo mi vida espiritual para después.
  • El cansancio y la pereza: Justificamos la falta de oración por estar agotados.

El problema es que este hábito nos roba la paz y nos deja en un estado de vacío. Dios es el único que puede llenar nuestro corazón, y cuando lo apartamos, terminamos sintiéndonos espiritualmente agotados.

4. ¿Cómo vencer la procrastinación espiritual?

1. Reconocer que es un problema real

El primer paso para corregirlo es admitirlo. Pregúntate: ¿Estoy postergando mi relación con Dios? ¿Cuántas veces he dicho «mañana» cuando se trata de mi vida espiritual?

2. Priorizar a Dios en la agenda

Así como organizamos el tiempo para el trabajo, los estudios y la familia, también debemos reservar tiempo para Dios. La oración y los sacramentos deben ser la base de nuestra rutina, no una opción secundaria.

3. Combatir la pereza con disciplina espiritual

La vida cristiana requiere esfuerzo y constancia. Algunas acciones prácticas para evitar la procrastinación espiritual son:

  • Establecer horarios fijos para la oración.
  • Confesarse con regularidad, sin esperar «sentirse listo».
  • Asistir a Misa como un compromiso inquebrantable.
  • Leer la Palabra de Dios cada día, aunque sea un pequeño pasaje.

4. Pedir la gracia de la fidelidad

No podemos vencer la procrastinación espiritual solos. Necesitamos la ayuda de Dios. Pidámosle que nos conceda el amor y la fuerza para buscarlo con fidelidad.

San Francisco de Sales decía:

“La oración es el mejor remedio contra todas las enfermedades del alma.”

Si queremos mantenernos firmes en nuestra fe, debemos fortalecer nuestro espíritu con la oración diaria.

Conclusión: No le robes tiempo a Dios

Si hoy Dios te llamara, ¿qué excusas le presentarías? ¿Cuántas veces le has dicho “mañana” y has dejado para después lo que podías hacer hoy?

El tiempo que tenemos en esta vida es un regalo, y Dios espera que lo usemos bien. No caigas en la trampa de la procrastinación espiritual. La mejor manera de demostrarle tu amor es buscándolo aquí y ahora.

Recuerda: cada minuto que dedicas a Dios es una inversión en la eternidad. No sigas robándole tiempo a quien te lo ha dado todo. ¡Empieza hoy!

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Pater noster, qui es in cælis: sanc­ti­ficétur nomen tuum; advéniat regnum tuum; fiat volúntas tua, sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie; et dimítte nobis débita nostra, sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris; et ne nos indúcas in ten­ta­tiónem; sed líbera nos a malo. Amen.

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